En la escena internacional, hay pausas que no anuncian la calma, sino el preludio del caos. Eso es exactamente lo que representan las “dos semanas” que el presidente estadounidense Donald Trump ha concedido antes de decidir si lanzará o no un ataque directo contra Irán. Lejos de ser un compás de espera diplomático, este lapso se ha convertido en el epicentro de una de las crisis geopolíticas más peligrosas de lo que va del siglo XXI.

El análisis que presento a continuación se basa exclusivamente en reportes de medios estadounidenses y en el artículo geopolítico de Pepe Escobar titulado “Iran Now First Line Of Defense For BRICS & The Global South”. A partir de ese material, se examina cómo una serie de ataques israelíes a infraestructura nuclear iraní ha escalado en pocos días a una confrontación de múltiples frentes: una disputa entre halcones e “aislacionistas” en Washington, una guerra real militar en Medio Oriente, y un choque sistémico entre el bloque occidental y el eje emergente del Sur Global. El conflicto ha dejado de ser sobre centrifugadoras de uranio y se ha convertido en una disputa por el futuro del orden internacional.

Este texto también complementa el análisis que publiqué el pasado jueves 19 de junio en el Substack de Economex, titulado “La Hora de Fordow: El Umbral Geopolítico que Redefinirá el Orden Global”, disponible aquí: 👉 https://economex.substack.com/p/la-hora-de-fordow-el-umbral-geopolitico

Es así que mientras Trump se toma su tiempo y juega con el reloj, Irán e Israel se destruyen mutuamente, y las capitales de las naciones que conforman el bloque de los BRICS observan con creciente alarma. ¿Estamos ante una nueva guerra regional o el prólogo de un choque civilizatorio entre dos modelos de poder? Este artículo analiza por lo que se está peleando: desde la dimensión militar y estratégica hasta las implicaciones económicas, financieras y geopolíticas de una confrontación que podría cambiarlo todo.

Trump, el reloj nuclear y la apuesta de las dos semanas

El presidente Donald Trump, en su segundo mandato, ha suspendido —temporalmente— la decisión de ordenar un ataque directo contra las instalaciones nucleares de Irán. Su apuesta es que en esas dos largas semanas, o bien Israel destruya lo que quede del programa nuclear iraní, o bien Teherán se rinda en la mesa de negociación.

Pero el tiempo, en diplomacia, es una espada de doble filo.

La decisión de Trump de otorgar “dos semanas” como último compás de espera, anunciada tras su precipitada salida del G7, es una jugada política interna y global. Busca mantener la cohesión de su fracturada base republicana —entre los halcones que exigen acción y los nacionalistas que temen otra guerra interminable—, mientras intenta proyectar imagen de control. Pero también es una maniobra para ganar espacio geoestratégico y permitir que el desgaste israelí debilite a Irán y que el Pentágono complete su despliegue en la región.

El verdadero eje de la confrontación

Según el periodista Pepe Escobar, lo que está en juego va mucho más allá del programa nuclear iraní. La actual escalada es el frente más reciente, y también el más peligroso, de una guerra no declarada del “Eje Occidental” contra el BRICS, contra Eurasia, contra el mundo multipolar.

Israel habría lanzado una operación de “shock and awe” basada en el manual estadounidense y consistente en ataques simultáneos, guerra electrónica, drones, bombardeos quirúrgicos, decapitación de mandos… Todo ello para paralizar a la República Islámica. Pero Irán resistió. En menos de 24 horas, restableció su red de mando, contraatacó con misiles de precisión y vulneró severamente la defensa israelí. Tel Aviv fue golpeada en puntos medulares, tales como su planta energética en Haifa hasta el complejo de armas Rafael. El mito de invencibilidad israelí, según Escobar, se ha roto.

Y con él, también la ilusión de una guerra corta.

La guerra invisible: contra el BRICS, contra la integración euroasiática

Para Escobar, esta no es simplemente una guerra entre Estados; se trata de una confrontación sistémica, diseñada para contener el avance de un nuevo orden multipolar. Aunque en la superficie el conflicto parece girar en torno al programa nuclear iraní, en el fondo el verdadero objetivo estratégico es mucho más ambicioso y consiste en impedir la consolidación del BRICS como eje articulador del Sur Global y como alternativa real al modelo hegemónico occidental.

Desde esta perspectiva, golpear a Irán no es un fin en sí mismo, sino parte de una jugada mayor: una operación de efecto dominó que busca aislar a China, interrumpir los corredores energéticos y logísticos de la Nueva Ruta de la Seda, debilitar la conectividad euroasiática y empujar a Rusia a redistribuir sus recursos militares y diplomáticos hacia nuevos frentes. Se trata de desestabilizar simultáneamente a los tres pilares del bloque: China, Rusia e Irán.

El patrón es claro y coordinado: una guerra de desgaste prolongada en Ucrania para contener a Moscú; campañas de presión y deslegitimación en Gaza y Líbano para mantener a Irán en estado de tensión permanente; y un cerco económico, tecnológico y militar en el Indo-Pacífico para frenar el ascenso chino. No son crisis aisladas sino movimientos sincronizados dentro de una arquitectura estratégica destinada a preservar la supremacía del llamado “Imperio del Caos”.

En este contexto, la supuesta amenaza nuclear iraní no es más que el pretexto de turno. La narrativa del “riesgo atómico” es utilizada como justificación mediática para una operación mucho más amplia, que responde a la necesidad de frenar el surgimiento de un orden internacional más equilibrado y representativo. Lo que está en juego no es solo el programa nuclear de Irán, sino el equilibrio global del poder en el siglo XXI.

Un frente interno en llamas

Pero mientras Trump juega al ajedrez en el escenario global, su tablero interno está en ebullición. Las divisiones dentro del Partido Republicano lo obligan a caminar en la cuerda floja. Senadores como Lindsey Graham y Ted Cruz claman por un ataque total, incluso por un cambio de régimen en Teherán. Otros, como Steve Bannon o Charlie Kirk, advierten que una nueva guerra solo causará enojo a la base MAGA.

Trump escucha a ambos lados. Y como ha hecho tantas veces, compra tiempo. Recurre a su instinto político de distraer con escándalos internos, culpar a sus rivales, o proponer un “acuerdo hermoso” (One Big Beautiful Bill) mientras el mundo está en riesgo extremo.

Pero la pausa también tiene implicaciones prácticas porque le permite al Pentágono reforzar su presencia en Medio Oriente. Ya hay tres destructores en el Mediterráneo Oriental, dos portaaviones en camino al mar Arábigo y más cazabombarderos desplegados. La región está lista para la guerra, incluso si esta aún no ha comenzado oficialmente.

¿Y si Irán no cede?

Las señales desde Teherán son claras en el sentido de que no habrá negociaciones mientras Israel siga bombardeando. La opción nuclear —al menos en retórica— no está descartada. La paciencia estratégica iraní, esa táctica cultivada durante años, ha evolucionado de manera que ya no es pasividad sino cálculo.

La República Islámica ha demostrado que no es un actor débil y que puede atacar infraestructura estratégica, hackear redes de defensa, e incluso coordinar acciones con otros miembros del “Eje de la Resistencia”. Y más importante aún: ha mantenido vivo el sueño de un mundo sin hegemonía unipolar. Para millones en el Sur Global, Irán no es solo un país sitiado; es un símbolo de soberanía frente al poder imperial.

Por eso, como afirma Escobar, “Irán no debe caer”. Porque si cae, lo que colapsa no es solo Teherán, sino una parte esencial del andamiaje geopolítico del mundo multipolar.

La dimensión económica y financiera del conflicto

En este escenario, las implicaciones económicas son profundas y peligrosas.

  1. Mercados energéticos estresados: El estrecho de Ormuz sigue siendo el punto más vulnerable. Si Irán decide cerrarlo —una amenaza que ha repetido desde 2019—, más del 20% del petróleo global estaría en riesgo. Los precios del crudo ya superan los 75 dólares por barril, y un conflicto abierto podría llevarlos fácilmente por encima de los 100, provocando una nueva ola inflacionaria global.
  2. Presiones sobre los bancos centrales: La Reserva Federal, el BCE y otros bancos centrales tendrían que reconsiderar sus ciclos de política monetaria. Un alza sostenida del petróleo puede frustrar la normalización monetaria o forzar nuevas alzas de tasas en medio de una recesión inminente. En México, Banxico enfrentaría una disyuntiva agravada: inflación importada vs. bajo crecimiento.
  3. Impacto sobre las cadenas de suministro globales: La guerra con Irán —productor clave de petróleo, gas y metales raros— tendría efectos colaterales sobre la producción industrial global, especialmente en sectores como semiconductores, automotriz y manufactura avanzada.
  4. Riesgo de desdolarización acelerada: En un contexto donde el dólar ya es retado por acuerdos bilaterales en monedas locales (China-Arabia Saudita, India-Rusia, etc.), una guerra abierta de EE.UU. contra uno de los pilares del BRICS podría acelerar los esfuerzos por alejarse del sistema SWIFT y buscar alternativas financieras paralelas.
  5. Resurgimiento del oro y la plata como refugio: En el contexto de crisis geopolítica y desconfianza hacia las monedas fiat, los activos reales (oro, plata, tierras, commodities estratégicos) pueden vivir un boom. Como ya lo ha señalado Economex, estamos ante el retorno silencioso del dinero real.

El Sur Global toma partido

Lo que comenzó como una disputa regional entre Irán e Israel se ha convertido en un conflicto con implicaciones globales. Desde el Foro Económico de San Petersburgo hasta la próxima Cumbre de BRICS en Río de Janeiro, la postura de las potencias emergentes es clara: el mundo no puede seguir permitiendo que el “Occidente colectivo” dicte unilateralmente quién vive, quién muere, quién tiene derecho a desarrollar tecnología nuclear y quién no.

La narrativa de Occidente ha perdido peso. Ya no convence ni siquiera a sus propios pueblos. Las imágenes de Haifa ardiendo, el despliegue militar estadounidense, los discursos ambiguos de Trump… Todo ello alimenta un consenso silencioso: el modelo unipolar ha caducado.

Irán, con todos sus defectos, se ha convertido —para bien o para mal— en el símbolo de esa resistencia para millones en todo el mundo.

Efectos directos en México: inflación, gasolina y subsidios insostenibles

Para México, el impacto de un conflicto prolongado entre Irán, Israel y eventualmente Estados Unidos podría sentirse rápidamente en los bolsillos. Desde este espacio he mencionado que un aumento sostenido en el precio internacional del petróleo no solo presionaría al alza el costo de la gasolina, sino que también complicaría el control de la inflación, que actualmente se encuentra en 4.42%.

La presidenta Claudia Sheinbaum, ya ha señalado que cualquier incremento en el precio de los combustibles podría compensarse con una reducción en el cobro del IEPS. Sin embargo, esta medida —ya utilizada en el pasado— tiene un límite estructural. México es un país deficitario en energía y combustibles, lo que significa que, aunque el precio del crudo suba, el beneficio fiscal por mayores ingresos petroleros será insuficiente para cubrir el costo del subsidio si este se mantiene por tiempo prolongado.

En ese contexto, la Junta de Gobierno del Banco de México, que anunciará su decisión de política monetaria el 26 de junio, enfrentará un dilema delicado: si el precio del petróleo sigue subiendo, aumentarán las presiones inflacionarias, lo que podría desincentivar nuevos recortes a la tasa de interés, o incluso obligar a posponerlos, pese al estancamiento de la actividad económica.

La disyuntiva es clara: o se amortigua el golpe externo a costa de las finanzas públicas, o se deja que el alza en los energéticos presione la inflación y se sacrifica margen de política monetaria. En ambos casos, el conflicto en Medio Oriente vuelve a demostrar que la geopolítica también desestabiliza presupuestos.

Conclusión: el punto de no retorno

El mundo está a días, quizás horas, de una posible conflagración mayor. Trump dice que decidirá “en dos semanas”. Pero mientras tanto, las bombas siguen cayendo, los mercados están nerviosos, y el orden global se reconfigura.

La historia juzgará si esta fue la chispa de una Tercera Guerra Mundial o el inicio del reequilibrio definitivo hacia un mundo más justo, más plural y más multipolar.

Lo cierto es que el reloj nuclear no solo marca el tiempo de una decisión política. Marca el pulso de una civilización que, como advirtió T.S. Eliot, baila en una danza funeraria, al borde del abismo, mientras el eco de la guerra resuena en las capitales del mundo.

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Alejandro Gómez Tamez*

Director General GAEAP*

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