A medida que la primera gran guerra terrestre transfronteriza en Europa, desde la Segunda Guerra Mundial, avanza en su segundo año y comienza el asalto terrestre de Palestina, tras el ataque terrorista a Israel, lo que despierta recuerdos de la Guerra de Yom Kippur, parece que se vuelve sombríamente relevante echar una mirada a la manera en que se libran las guerras en la era de la Pax Atómica.
Hace apenas unos días, salió a la venta el libro “Conflict: The Evolution of Warfare from 1945 to Ukraine” (Conflicto: la evolución de las guerras de 1945 a Ucrania, de ahora en adelante “Conflicto”). Esta es obra de dos expertos en materia militar: David Petraeus, uno de los principales pensadores militares de Estados Unidos, coautor del manual de campo del ejército estadounidense sobre guerra de contrainsurgencia, además de haber supervisado el aumento de tropas en Irak en 2007. El otro autor es Andrew Roberts, un historiador británico que ha escrito sobre el liderazgo militar desde principios de los años 1990. El primero aporta una visión profesional de la estrategia político-militar; el segundo, ofrece un enfoque histórico al tema de la destrucción masiva. El objetivo de ambos autores es proporcionar algo de contexto al entramado de conflictos modernos y echar un vistazo a las características de las guerras venideras.
En una reseña de dicho libro, escrita por Jonathan W. Jordan, se nos narra como “Conflicto” deja en claro que la historia militar moderna es una sucesión de asociaciones y acuerdos que buscan principalmente contrarrestar los desafíos violentos de nacionalistas, terroristas y dictadores. En esta entrega combino elementos de dicha reseña, con mis propias ideas respecto del libro, con el fin de compartir con el lector muchos de los conceptos de esta obra recién publicada.
Andrew Roberts
El libro reconoce que tratar de detallar cada conflicto armado desde el final de la Segunda Guerra Mundial requeriría varios volúmenes, por lo que los autores optaron por priorizar “los conflictos que han contribuido a la evolución de la guerra”. La selección incluye todas las guerras estadounidenses importantes del período, la guerra de independencia de Israel, las guerras de los Seis Días y de Yom Kippur, las Malvinas y la guerra entre Irán e Irak. También está presente un examen de las guerras de descolonización en Cachemira, Malasia, Indochina francesa, Argelia, así como los conflictos nacionalistas de la década de 1990 en Osetia, la ex Yugoslavia y Ruanda.
David Petraeus
El libro comienza mencionando que el siglo XX fue el más brutal de todos los siglos de existencia humana; Se estima que en la primera mitad del siglo XX ya habían muerto violentamente más personas que en todos los siglos anteriores juntos.
En su primera mención a Rusia, los autores señalan que obtuvo una gloria intachable en 1945 por haber proporcionado los océanos de sangre necesarios para librar al mundo del mal del nazismo. Por cada cinco soldados muertos luchando contra la Alemania nazi en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, cuatro murieron en el Frente Oriental. Sin embargo, desde 1945, Rusia ha estado mal gastando su crédito por ese gran servicio a la humanidad, y ahora más que nunca lo hace con la invasión a Ucrania por parte del presidente Vladimir Putin.
Señalan que cuando se hace bien, un liderazgo estratégico exitoso puede mejorar incluso las situaciones más desventajosas. Sin embargo, cuando se hace mal, éste puede convertir una victoria en una derrota segura. Los líderes deben poder dominar cuatro tareas principales:
En primer lugar, necesitan comprender de manera integral la situación estratégica general en un conflicto y diseñar el enfoque estratégico apropiado, en esencia, para acertar con la identificación de las grandes ideas.
En segundo lugar, deben comunicar esas grandes ideas, la estrategia, de manera efectiva en toda su organización y a todas las partes interesadas.
En tercer lugar, deben supervisar la implementación de las grandes ideas, impulsando la ejecución del plan de campaña de manera implacable y determinada.
Por último, tienen que determinar cómo deben refinarse, adaptarse y aumentarse las grandes ideas, para que puedan realizar las tres primeras tareas una y otra vez.
Los estadistas y soldados que realizan adecuadamente estas cuatro tareas son los ejemplos que se destacan en la historia militar.
La muerte de los sueños de paz
En una de las primeras reflexiones del libro, se menciona que después de la Primera Guerra Mundial, muchos asumieron que la acumulación de armamentos era fundamentalmente desestabilizadora, pero la Guerra Fría sirvió para refutar esta noción: los líderes con vastos arsenales nucleares descubrieron que una amenaza nuclear concentraba las mentes de los líderes mundiales y desincentivaba con éxito el conflicto directo entre superpotencias, aunque a favor de conflictos limitados y guerras proxy. Y eso es lo que sucedió en los siguientes 75 años de guerras que cubre el libro “Conflicto”.
Los historiadores han debatido durante mucho tiempo quién fue el responsable de la Guerra Fría que estalló sólo unos meses después de la rendición de Japón (y que de hecho ya estaba en marcha antes de que casi se retomaran las hostilidades en el momento del Puente Aéreo de Berlín de junio de 1948 a mayo de 1949). Desde la apertura de los archivos soviéticos a principios de la década de 1990, quedó claro que, desde el mismo momento en que terminó la Segunda Guerra Mundial, Joseph Stalin tenía la intención de extender el marxismo-leninismo dondequiera que encontrara una falta de determinación Occidental. Después de todo, Vladimir Lenin había afirmado que un choque entre comunismo y capitalismo era inevitable.
Puente aéreo de Berlín. Fue la primera gran crisis de la Guerra Fría. El bloqueo soviético a Berlín occidental propició el puente aéreo de Berlín, una operación única en la que los aviones de los aliados llevaron a la ciudad dividida tras la Segunda Guerra Mundial más de dos millones de toneladas de alimentos, carbón y medicinas.
Los conflictos
En cuanto a las primeras luchas de la posguerra, el libro menciona que la brutal guerra civil de China que llevó a la independencia de Formosa (hoy Taiwán), demostró “que la guerra de guerrillas emprendida según principios militares maoístas por fuerzas más pequeñas podría, en última instancia, tener éxito contra un gobierno respaldado por Occidente”. Esta forma de conflicto se desarrollaría durante los siguientes 40 años, desde Vietnam hasta Nicaragua, con superpotencias rivales asumiendo papeles de soporte a estos grupos guerrilleros.
El teórico militar prusiano y teórico Carl von Clausewitz describió la guerra como hacer política por otros medios y así como la política no terminó en 1945, tampoco acabó la guerra. Mencionaba que la primera tarea de un líder estratégico es acertar en la identificación de las grandes ideas. Entre los que han tenido éxito figura Gerald Templer, que se convirtió en alto comisionado británico para Malasia en 1952 y cuya referencia a la necesidad de ganarse “los corazones y las mentes de la gente”, se nos dice, “sigue siendo la explicación más sucinta sobre cómo ganar una campaña de contrainsurgencia”. Por el contrario, las fuerzas nacionalistas en China, los franceses en Argelia y los estadounidenses en Vietnam se equivocaron en las grandes ideas y pagaron un alto precio por sus errores.
Carl von Clausewitz
El libro “Conflicto” es eficaz al argumentar la importancia de supervisar la implementación de las grandes ideas e impulsar la ejecución del plan de campaña de manera implacable y determinada. Los estudios de caso de la guerra de Yom Kippur, los fracasos del mantenimiento de la paz en múltiples regiones en la década de 1990, así como la experiencia de Estados Unidos en Irak y Afganistán, demuestran los peligros de la complacencia y la falta de inversión. Reconoce que la guerra es altamente situacional e incluso en medio de un conflicto, los factores que la impulsan pueden cambiar dramáticamente. El enfatizar la comunicación y la preparación ayuda a minimizar las fisuras que provocan que los planes fracasen.
Los capítulos más largos cubren Irak y Afganistán, donde la disfunción política de cada país empantanó el éxito militar. Sobre el colapso en 2021 de las tropas gubernamentales de Afganistán, que habían sido tan costosamente entrenadas y equipadas bajo los presidentes estadounidenses Bush, Obama, Trump y Biden, Petraeus comenta que “las tropas fueron lo suficientemente valientes: los 66 mil soldados afganos muertos durante la guerra dan cuenta de ello”. Pero lucharon para un gobierno a menudo corrupto e incompetente que nunca se ganó la confianza de las comunidades locales, que históricamente habían determinado el equilibrio de poder dentro de Afganistán”.
Imágenes de las guerras de Vietnám, Irak y Afganistan
La guerra de Ucrania
La invasión rusa de Ucrania en 2022 sirve como estudio de caso del libro sobre cuán gravemente puede tropezar Goliat contra David. Como hizo Hitler con Stalin, el presidente ruso Vladimir Putin puso sus esperanzas en que le daría un rápido knockout a Ucrania. Cuando eso fracasó, la corrupción, la logística improvisada, la falta de superioridad aérea, la falta de preparación para una reacción económica y la falta de apoyo público masivo en Rusia condenaron al fracaso las posibilidades del país de una rápida victoria. Al observar el reciente aumento tanto en el gasto militar alemán como en el suministro de armas europeas que llegan a Ucrania, así como la expansión de la OTAN para incluir a Finlandia y probablemente a Suecia, los autores concluyen que, “al proponerse hacer grande a Rusia otra vez, Putin en realidad estaba haciendo que la OTAN volviera a ser grande”.
La discusión que se hace en el libro sobre la guerra en curso en Ucrania es la más convincente en términos de validar su tesis de la importancia de transmitir correctamente las ideas. Petraeus y Roberts muestran efectivamente al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky como un “líder verdaderamente churchilliano, que desempeña magníficamente cada una de las tareas clave de un líder estratégico”. Por su parte, Putin y el liderazgo ruso demuestran la antítesis. Los autores mencionan que afortunadamente ellos fracasaron espectacularmente en el desarrollo de una gran idea y en el desarrollo de la estructura organizacional necesaria para llevar a cabo una visión estratégica.
Volodímir Zelenski: De humorista a héroe de la nación
Los autores también proporcionan evidencia de cómo una moral y una disciplina superiores han ayudado a los soldados ucranianos contra sus adversarios rusos. Reconociendo el peligro de analizar una operación importante en curso, el libro “Conflicto” no busca predecir el resultado de la guerra en Ucrania, limitando su análisis simplemente a lo que ya ocurrió.
Los autores cubren ampliamente el papel de las sanciones económicas, la manipulación de las redes sociales y el activismo de los consumidores en la guerra de Ucrania. Señalan que el control de Elon Musk sobre el sistema de Internet satelital Starlink le dio un poder de veto único sobre las operaciones ucranianas en Crimea. “Con magnates individuales como Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos ejerciendo un poder tan extraordinario”, nos dicen los autores, “las guerras del futuro tendrán que tener en cuenta su influencia”.
Las guerras del futuro
Al final de la Primera Guerra Mundial, la guerra abarcaba los tres elementos terrestres (tierra, agua y aire), y al final de la Segunda Guerra Mundial, las capacidades en el aire y bajo el mar estaban resultando decisivas en teatros muy diferentes. Hoy en día, la tecnología emergente nos deja razonablemente confiados en que las guerras futuras se librarán en aún más dimensiones (entre ellas el espacio y el ciberespacio), algunas de las cuales están en su infancia pero que ahora se están volviendo cada vez más importantes y, de hecho, centrales para los conflictos modernos.
Por lo tanto, es probable que los conflictos futuros disminuyan en su alcance geográfico claro -aunque ese seguirá siendo el principal foco de atención de las grandes potencias- y al mismo tiempo lleguen a áreas más amplias que nunca. En un mundo en el que todo el mundo tiene una computadora en el bolsillo, casi todas controladas por unas pocas empresas, el espionaje, el sabotaje corporativo, la subversión, los ciberataques y la desinformación en línea pueden convertirse en métodos muy eficaces de lucha futura.
En las guerras del siglo XX, los militares fueron pioneros en avances tecnológicos. Áreas como la informática, la criptografía, el radar, la cirugía plástica e Internet habrían tardado más en emerger si no hubiera sido por la financiación militar inicial. Hoy ocurre algo al revés. Después de haber dedicado tanto tiempo a las formas tradicionales de guerra e invertido grandes cantidades de dinero en ellas, los ejércitos occidentales ahora se encuentran aún más dependientes de los avances civiles en robótica y sistemas cada vez más autónomos para iluminar sus puntos ciegos y proporcionar los medios para identificar y responder. a tales amenazas.
Es así que el capítulo final del libro perfila los contornos de conflictos futuros. La inteligencia artificial, los monopolios de minerales estratégicos y las “guerras híbridas” (donde las armas incluyen información falsa, manipulación política, guerras proxy y ataques cibernéticos) son el elemento característico de las próximas guerras. “La guerra híbrida atrae especialmente a China y Rusia, ya que son mucho más capaces de controlar la información que reciben sus poblaciones que sus adversarios occidentales”, advierten los autores. Y como la línea entre guerras limitadas y totales se vuelve más borrosa cada año, el combatiente de la próxima guerra podría ser una mujer sentada frente a una computadora controlando una serie de drones, un experto en informática pirateando una red eléctrica o un diseñador de robótica que refina sistemas de armas de energía dirigida.
El libro “Conflicto” fue escrito antes del reciente estallido de la guerra entre Hamas e Israel, donde un ataque terrorista coordinado provocó en principio una respuesta militar bastante convencional. Mientras hombres armados se dirigen a los lugares de la masacre en camionetas y misiles de precisión son lanzados en respuesta a Hamas, la advertencia introductoria de los autores salta a la vista: “La guerra evoluciona; no es estática. Sin embargo, es evidente que la guerra también es capaz de retroceder repentina y sorprendentemente”. Muchos de los elementos que “Conflicto” analiza (el uso de drones de bajo costo, los ataques contra la infraestructura, el poder de las redes sociales y el patrocinio de potencias externas, por nombrar sólo algunos) aparecen en nuestras pantallas en tiempo real, recordándonos que “por lo tanto, todavía vale la pena estudiar la guerra”.
El libro concluye mencionando que el filósofo griego Platón tenía razón: sólo los muertos han visto el fin de la guerra. Contrariamente a lo que se esperaba ampliamente a principios de este siglo, el mundo ni siquiera ha visto el fin de las grandes guerras que involucran a grandes fuerzas convencionales, y mucho menos el fin de las llamadas guerras pequeñas: insurgencias, campañas terroristas y guerras de guerrillas. Más allá de eso, las armas nucleares, que claramente siguen siendo un elemento crítico de los arsenales y regímenes de disuasión de las superpotencias y las principales naciones, ciertamente no han impedido las guerras; por el contrario, en varios casos parecen simplemente haber puesto límites indefinidos a la guerra en lugar de prevenirla.
“Conflicto” termina haciendo una mención fuerte y enfática sobre los riesgos de aislacionismo de las superpotencias, la importancia de tener el ejército que aprenda más rápido y contar con líderes que permanezcan involucrados desde el desarrollo de una idea hasta la verificación de su implementación. Esto es apropiado ya que, en todo momento, el libro destaca hábilmente que la guerra es un esfuerzo humano y que la inversión, la comprensión y la comunicación por parte de los líderes estrategas y los soldados individuales pueden superar las grandes disparidades en tecnología.
A lo largo de este año hemos leído múltiples artículos y reportajes respecto a cómo es que la inteligencia artificial puede conducir a la extinción humana, por lo que reducir los riesgos asociados con la tecnología debería ser una prioridad global. Varios expertos de la industria y líderes tecnológicos, recientemente mencionaron en una carta abierta que “mitigar el riesgo de extinción debido a la IA debería ser una prioridad global junto con otros riesgos a escala social, como las pandemias y la guerra nuclear”.
Si bien no aborda el tema de la inteligencia artificial, recientemente me topé con un excelente artículo editorial de James George Jatras, publicado el 6 de septiembre en el portal de internet del Instituto Ron Paul para la Paz y la Prosperidad, titulado “Lo único que debemos temer es la extinción misma,”. En esta pieza se expone una amplia relatoría de cómo es que ahora la mayoría de las personas no tienen noción de diversas acciones, por parte de una elite internacional, que nos ponen en enorme riesgo y nos están llevando al fin de la humanidad. Es un texto largo, pero que sin duda vale la pena repasar.
James Jatras es un ex diplomático estadounidense y durante mucho tiempo jefe del centro de política exterior del Comité Republicano del Senado de Estados Unidos.
James George Jatras
El artículo comienza mencionando que hoy en día es difícil para cualquier persona menor de 50 años apreciar cuán genuino y generalizado era el temor a un holocausto nuclear durante la Guerra Fría (1947 a 1991) entre los bloques liderados por Estados Unidos con la OTAN y la Unión Soviética con el Pacto de Varsovia.
Los libros, las películas y la televisión reflejaron y avivaban la ansiedad popular sobre el posible “fin de la civilización tal como la conocemos”. El apogeo de esto fue en las décadas de 1950 y 1960, con libros como The Long Tomorrow (1955) y On the Beach (1957, con una adaptación cinematográfica de 1959), y películas como Fail Safe, Seven Days in May, Dr. Strangelove (todas en 1964, apenas dos años después, cuando el susto de la vida real de la crisis de los misiles cubanos de 1962 estaba fresco en la mente de la gente).
Pareció haber una cierta pausa, durante la década de 1970, con la distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética bajo los presidentes estadounidenses Nixon, Ford y Carter, reflejando quizás también la simpatía de las elites por el socialismo y una futura convergencia esperada entre los grupos ideológicos, que en un nivel básico compartían los mismos valores globalistas y materialistas. Pero el terror nuclear regresó con fuerza en la década de 1980, con la película “El día después” (1983) y la película animada “Cuando el viento sopla” (1986). Y quién puede olvidar el encantador vídeo musical de Nena de 1983, Neunundneunzig Luftballons (99 globos rojos).
La izquierda, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo, fue unánime en que Ronald Reagan, un anticomunista confeso, era un vaquero imprudente que quería hacer estallar el planeta. Como lo expresó el cantante Sting en su canción de 1985, “The Russians”:
(Traducción de la canción):
No hay ningún precedente histórico
¿Para poner las palabras en boca del presidente?
No existe una guerra que se pueda ganar
Es una mentira que ya no creemos.
El señor Reagan dice: “Te protegeremos”
No suscribo este punto de vista.
Créeme cuando te digo
Espero que los rusos también amen a sus hijos.
La ironía es que las propias opiniones de Reagan apenas diferían de las que la canción buscaba promover. Como afirmó junto con el Secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachev ese mismo año de 1985: “Una guerra nuclear no se puede ganar y nunca se debe pelear”, opinión que prevaleció hasta que la URSS implosionó apenas unos años después en 1991.
Vivimos ahora en un mundo muy diferente, donde la perspectiva de una aniquilación nuclear apenas es percibida por la gente.
Así como los grandes terremotos suelen ir precedidos de presagios, las grandes guerras suelen ser anunciadas por conflictos más pequeños. Antes de la Primera Guerra Mundial: la crisis franco-alemana de Marruecos (1906 y 1911), la guerra ítalo-turca (1911-12), las dos guerras de los Balcanes (1912, 1913). Antes de la Segunda Guerra Mundial: la Segunda Guerra Italo-Etíope (1935-37) y, el estruendo previo a la conflagración más famoso de todos: la Guerra Civil Española (1936-39).
Guerra Civil Española
Hoy estamos ante una posible guerra regional en África occidental, centrada en las demandas estadounidenses y francesas de que se restablezca la “democracia” en Níger. (Como lo expresó una publicación india, “La muerte sigue a la Subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de los Estados Unidos, Victoria Nuland”) Luego, por supuesto, está China/Taiwán.
Pero el conflicto evidente del momento, equivalente a la Guerra Civil española, es Ucrania.
No creo que necesitemos entrar en todos los detalles de cómo llegamos hasta aquí, pero sí vale la pena hacer un pequeño repaso:
Expansión implacable de la OTAN después de 1991;
El golpe de estado de 2014, respaldado por Estados Unidos y la Unión Europea (UE), que derrocó a Víctor Yanukovich, seguido de la anexión rusa de Crimea y el lanzamiento de una guerra por parte del nuevo régimen de Kiev para reprimir las rebeliones en el este y sur del país de habla rusa;
Los acuerdos de Minsk de 2015, que establecían la neutralidad y la descentralización de Ucrania, y la reintegración de las zonas rebeldes con protección de su lengua y cultura; acuerdos que tanto ex funcionarios ucranianos como europeos han admitido que nunca tuvieron la intención de implementar, considerándolos sólo como una medida dilatoria y una artimaña para construir una fuerza capaz de conquistar el Donbass;
Un programa implacable de incorporación de Ucrania a la OTAN en todo menos en el nombre bajo Obama, Trump y Biden; y
En 2021, el decisivo rechazo de Washington a los ultimátums de Moscú contra Estados Unidos y la OTAN, para que resolvieran el conflicto diplomáticamente. Estos últimos dos tenían la esperanza de que Rusia, provocada por una incursión en Ucrania, fuera desangrada en una insurgencia al estilo de Afganistán y con sanciones aplastantes “convertirían el rublo en escombros”, arruinará la economía rusa y conducirá a un cambio de régimen en Moscú.
Ups, la ruina esperada de Rusia no se produjo. Incluso los principales animadores de los medios de comunicación admiten ahora que Ucrania está perdiendo la guerra, y atribuyen la culpa no a los genios que idearon esta estrategia (si se le puede llamar así), sino a que Ucrania tiene demasiada “aversión a las bajas”, incluso cuando el país se está convirtiendo en un gran cementerio. Se especula que algunos en Washington y otras capitales occidentales están buscando una “rampa de salida”, aunque sólo sea por la necesidad de centrarse en el espectáculo realmente grande: una guerra inminente con China. Algunos sugieren que al final simplemente Estados Unidos se marchará, enviando a Ucrania al Agujero de la Memoria junto con Afganistán. Lo único que queda entonces es que los neoconservadores republicanos se quejen de que la Administración Biden fue demasiado tacaña con su ayuda y “perdió Ucrania” mientras se preparan para el evento principal en el Pacífico Occidental.
Un soldado ucraniano de píe cerca de un edificio de apartamentos hecho ruinas después de un ataque ruso.
Sin embargo, este escenario es poco probable que suceda. A nadie le importa Afganistán excepto a los afganos, pero si Washington se aleja de Ucrania, en la práctica está reconociendo que Estados Unidos, a través de la OTAN, ya no es el país hegemónico que brinda seguridad de Europa. Eso significa el fin efectivo de la OTAN; y hacia donde vaya la OTAN, su concubina, la Unión Europea, no se quedará atrás.
Más concretamente, sin embargo, la idea de que esto pronto terminará con un gemido no tiene sentido. En realidad, nada de esto tiene que ver con Ucrania, que es sólo una herramienta prescindible para dañar a Rusia. (Tal vez los polacos, los lituanos o los rumanos estén ansiosos por ofrecerse como voluntarios para realizar el trabajo una vez que el país se quede sin ucranianos). Ucrania es sólo una variable; la constante es Ruthenia delenda est; es decir, Rusia debe ser destruida.
Gilbert Doctorow, un destacado observador de los asuntos rusos, compara la situación actual con la de la campaña rusa de Napoleón en 1812, descrita por León Tolstoi en su obra Guerra y paz. Hoy como entonces, lo que suceda a continuación se debe menos a que tal o cual político tome tal o cual mala decisión. Más bien, “la condición previa para la guerra es la aceptación casi universal de la lógica de la guerra venidera”.
¿Cuál es esa lógica hoy? Es simple: los círculos gobernantes en Estados Unidos (con sus líderes títeres de calcetín en las capitales occidentales) están total e inconscientemente convencidos de que son la encarnación viva de toda virtud, verdad y progreso; en lo que describió el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, como una “réplica de la experiencia del bolchevismo y el trotskismo” (para hacer referencia al presidente Ronald Reagan, cuando se refería a la Unión Soviética, transformándose en un nuevo Imperio del Mal en lugar del antiguo). Como lo expresaron los capos neoconservadores William Kristol y Robert Kagan en su manifiesto de 1996, la política de Estados Unidos en la era venidera debe ser una de “hegemonía global benévola” destinada a durar… bueno, para siempre. Su contenido moral se ejemplifica, por un lado, con el apoyo de Estados Unidos a la sumisión de la canónica Iglesia Ortodoxa Ucraniana y, por el otro, el espectáculo de un militar estadounidense transgénero que actúa como funcionario de relaciones públicas para el ejército ucraniano, que declara los estadounidenses “somos humanos”, y los rusos “definitivamente no lo son”.
No hay transatlanticismo sin transgenerismo.
No sorprende que los rusos no estén de acuerdo con respecto a su supuesta falta de humanidad. ¿Pero a quién le importa lo que piensen? Los líderes estadounidenses ven, no sólo a Putin sino a los rusos en general, como un obstáculo para un futuro radiante, donde cada rodilla se doblará ante la sagrada bandera del arco iris.
Sun Tzu dice: “Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no debes temer el resultado de cien batallas. Si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en cada batalla”. Los rusos se conocen más o menos a sí mismos. En cierto modo conocen a Estados Unidos, pero no tan bien como creen, con más bien una tendencia a proyectar la normalidad en personas fundamentalmente anormales. Por otro lado, los gobernantes estadounidenses –gente peligrosa cuyos niveles de arrogancia e ignorancia desafían toda descripción: monos con granadas de mano nucleares– no se conocen a sí mismos ni a los rusos.
Además de eso, como observa Doctorow, los mecanismos que dieron cierta estabilidad y moderación al enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética ya casi han desaparecido, lo que hace que las películas de terror nuclear de los años 50, antes “impensables”, sean demasiado pensables hoy en día:
“…nadie quiere la guerra, ni Washington ni Moscú. Sin embargo, el desmantelamiento paso a paso de los canales de comunicación, de los proyectos simbólicos de cooperación en una amplia gama de ámbitos, y ahora el desmantelamiento de todos los acuerdos de limitación de armas que tardaron décadas en negociarse y ratificarse, además de las nuevas armas entrantes y sistemas que dejan a ambas partes con menos de 10 minutos para decidir cómo responder a las alarmas de misiles entrantes; todo esto prepara el camino para que el Accidente ponga fin a todos los Accidentes. Esas falsas alarmas ocurrieron en la Guerra Fría, pero una ligera medida de confianza mutua impulsó la moderación. Todo eso ya pasó y si algo sale mal, todos seremos patos muertos”.
“Nadie quiere la guerra”. Un pensamiento similar expresó Hermann Göring durante el juicio en Nuremberg:
Por supuesto que el pueblo no quiere la guerra; ni en Rusia, ni en Inglaterra, ni en Estados Unidos, ni siquiera en Alemania. Eso se entiende. … Pero después de todo, son los líderes del país quienes determinan la política, y siempre es sencillo arrastrar al pueblo, ya sea una democracia, una dictadura fascista, un parlamento o una dictadura comunista. Con voz o sin ella, el pueblo siempre puede someterse a las órdenes de los líderes. Eso es fácil. Lo único que hay que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y por exponer al país a un peligro mayor.
Así que podemos suponer que Doctorow está un poco equivocado al sugerir que “nadie quiere la guerra”. Es evidente que alguien quiere la guerra. Muchos “alguien” muy importantes querían esta guerra en Ucrania. Querían la guerra en los Balcanes en los años 1990. Querían la guerra en Afganistán, Irak (¡dos veces!), Libia, Yemen, Siria y una docena de lugares en África donde casi no tenemos idea de lo que está pasando.
“Todo lo que tienes que hacer es decirles que están siendo atacados…” Se viene a la mente el meme con dos NPC con caras inexpresivas, uno con un gorro de punto rosa que repite sin pensar “¡Rusia! ¡Rusia! ¡Rusia!”, el otro con un sombrero rojo MAGA cantando “¡China! ¡China! ¡China!” Entre ellos está el sello de la CIA con el águila que dice: “Sí, sí, mis guapas. Eso es todo. Eso es todo.”
Aquí estamos, 60 años después del hecho, con el creciente reconocimiento, incluso por parte de los más normalitos, de que la CIA tuvo algo que ver con el asesinato de John F. Kennedy. Sin embargo, dudar de la veracidad de los gobernantes se tratado como un crimen de pensamiento. Hace poco, Vivek Ramaswamy fue el blanco de una fiesta de odio en los medios por (en palabras de The New Republic) “pronunciar teorías de conspiración sobre la toma del Capitolio del 6 de enero y los ataques del 11 de septiembre”. ¡Oh, no! “Teorias de conspiracion”! (O, como se les conoce cuando resultan ser ciertas, “alertas de spoiler”).
Es posible que haya escuchado a algunas personas comparar la “guerra legal” dirigida contra Donald Trump, con el objetivo evidente de eliminar al probable oponente el próximo año: el padre de Hunter Biden (suponiendo que el viejo Joe sea el candidato demócrata), con el comportamiento de una república bananera.
El Ex presidente Donald Trump en la corte de Nueva York
James Jatras menciona que recientemente sugirió a un observador serio de los asuntos públicos que el objetivo estratégico es mantener a Trump fuera de las elecciones en uno o más estados en los que debe ganar, como Pensilvania, Michigan, Georgia y Arizona, a lo que respondió: “Esa es una receta para guerra civil.” De todos modos, eliminarlo mediante la ley parece ser el Plan A. Si eso falla… bueno, el Plan B nos llevaría al área de especialización del Sr. Hornberger.
El término guerra civil “fría”, una guerra que posiblemente podría volverse “caliente”, se ha convertido en un lugar común en el discurso estadounidense. También lo ha sido la expresión “divorcio nacional”. En 1861, los estadounidenses, tanto del Norte como del Sur, adoraban al mismo Dios, leían la misma Biblia, honraban a los mismos Padres Fundadores y reclamaban fidelidad a la misma Constitución. En los Estados Unidos de hoy, ni siquiera pueden ponerse de acuerdo sobre sus pronombres o sobre qué es una “mujer”, y mucho menos sobre lo que significa ser estadounidense. Son moralmente extraños unos para otros, incluso enemigos. ¿Qué es lo que realmente mantiene unida a la ex república estadounidense? ¿“Muh Constitución”? ¿“Muh democracia”?
Tenga en cuenta que no estamos hablando de una simple crisis política que se resolverá en una o dos elecciones. Ni siquiera se trata de un colapso político y constitucional, ni siquiera de una calamidad financiera y económica (que también se avecina, en parte debido al impacto de la guerra de Ucrania en el sistema global denominado en dólares), sino de un desafío fundamental al propio tejido social, y no solo en Estados Unidos.
Se pasó un punto de inflexión con el covid y las medidas que lo acompañaron: los encierros, las máscaras, el distanciamiento y la vigilancia social, la inyección de coágulos, la censura de la disidencia, todo ello combinado con un panóptico externo e interno omnipresente e ineludible: como escribe el trovador del transhumanismo Yuval Harari: “Estamos viendo un cambio en la naturaleza de la vigilancia, pasamos de la vigilancia cutánea a la vigilancia subcutánea” – supuestamente destinada a combatir un virus, logrando en unos pocos meses lo que décadas de histeria climática no pudieron, resumido bajo el apodo “El Gran Reinicio” y su omnipresente eslogan gubernamental en Estados Unidos con el plan de “Reconstruir mejor” (Build Back Better).
En conjunto, lo que estamos experimentando tiene toda la apariencia de una demolición controlada de todas las interacciones humanas establecidas en anticipación de su reemplazo por algo que nuestros superiores nos aseguran que será una mejora. Los contornos de la “nueva normalidad” en los Estados Unidos de la postamerica, que se precipita, ya se han vuelto tan familiares que necesitan poca explicación:
Infringir las libertades tradicionales con el pretexto de “mantenernos a salvo”;
La “Cultura de la Cancelación”;
Desdibujar las líneas entre el gran gobierno, las grandes finanzas, las grandes farmacéuticas, los grandes datos, etc., lo que equivale a la captura del Estado corporativo; y, no basándose directamente en supuestas medidas antivirus sino siguiendo de cerca las mismas,
Promulgación conjunta gubernamental y empresarial de ideologías socialmente destructivas e históricamente falsas (“interseccionalidad”, LGBTQI+++, feminismo, multiculturalismo, “teoría crítica de la raza”), centrándose principalmente en los niños sujetos a sexualización y depredación por parte de quienes expresan lo que alguna vez se conoció curiosamente como Apetitos e identidades anormales.
James Jatras enfatiza que estos llamados “valores” –que, recordemos, son efectivamente la ideología oficial de Occidente, que Estados Unidos busca imponer “benevolentemente” al resto del mundo, por la fuerza si es necesario-, a su vez aceleran tendencias de largo plazo hacia la infertilidad y el colapso demográfico que apunta a una reducción del rebaño humano y su reemplazo a través de la sociedad posthumana, el transhumanismo y la bioingeniería. Esto no es sólo “político”, sino un golpe al corazón de la existencia humana: la base espiritual, moral e incluso biológica para el matrimonio, la formación de la familia y la producción de la próxima generación. En una palabra: despoblación.
Manifestación pro transgenero
Hace unos años, Su Alteza Real, el difunto Príncipe Felipe del Reino Unido, tal vez medio en broma pronunció lo siguiente: “En el caso de que reencarne, me gustaría regresar como un virus mortal, para contribuir con algo. para resolver la sobrepoblación”. Es posible que algunos de ustedes hayan oído hablar de grupos como Extinction Rebellion y BirthStrike: “¿Están aterrorizados por el futuro que les espera a los jóvenes contemporáneos y futuros? ¿Quiere maximizar su impacto positivo en la crisis del cambio climático? ¡Puedes proteger a los niños mientras luchas contra el cambio climático y la corrupción sistemática, negándote a procrear!” Tiene mucho sentido: preservar un planeta mejor para las generaciones futuras eliminando a las generaciones futuras. Todo esto nos recuerda a Otto von Bismarck cuando comparó la idea de una guerra preventiva con el suicidio por miedo a la muerte. (Eso no es tan abstracto como podría parecer. Recientemente, el personal de un hospital en Canadá le informó a una mujer joven que buscaba ayuda para la depresión y la ideación suicida, que podría estar interesada en contratar sus servicios de eutanasia probada, misma que está basada en el programa de “Asistencia Médica para Morir (MAID)” del primer ministro Justin Trudeau. ¿Tienes la tentación de suicidarte? ¡Déjanos ayudarte!)
Pero ¿por qué detenerse en medias tintas? El Movimiento Voluntario de Extinción Humana, VHEMT (cuya pronunciación en inglés significa “vehemente”, según su sitio web): “Somos la única especie lo suficientemente evolucionada como para extinguirnos conscientemente por el bien de toda la vida. El éxito sería el mayor logro de la humanidad. Que vivamos mucho y muramos”.
¡Quizás estén en lo cierto! En su obra histórica “El fenómeno socialista”, el difunto matemático y estudiante de historia ruso Igor Shafarevich tomó nota de lo que él creía que era un impulso de muerte humana colectiva:
La idea de la muerte de la humanidad (no la muerte de personas específicas sino literalmente el fin de la raza humana) evoca una respuesta en la psique humana. Despierta y atrae a la gente, aunque con diferente intensidad en diferentes épocas y en diferentes individuos. El alcance de influencia de esta idea nos hace suponer que cada individuo se ve afectado por ella en mayor o menor grado y que es un rasgo universal de la psique humana.
Esta idea no sólo se manifiesta en la experiencia individual de un gran número de personas específicas, sino que también es capaz de unir a las personas (a diferencia del delirio, por ejemplo), es decir, es una fuerza social. El impulso hacia la autodestrucción puede considerarse como un elemento de la psique de la humanidad en su conjunto. […]
Desde el punto de vista freudiano (expresado por primera vez en el artículo “Más allá del principio de placer”), la psique humana puede reducirse a una manifestación de dos instintos principales: el instinto de vida o Eros y el instinto de muerte o Thanatos (o principio de Nirvana). Ambas son categorías biológicas generales, propiedades fundamentales de los seres vivos en general. La pulsión de muerte es una manifestación de “inercia” general o una tendencia de la vida orgánica a regresar a un estado más elemental del que había sido arrancada por una fuerza perturbadora externa. [“Polvo eres, al polvo volverás”.] La función del instinto de vida es esencialmente impedir que un organismo vivo regrese al estado inorgánico por cualquier camino distinto del que le es inherente.
Marcuse [Shafarevich se refiere aquí a Herbert Marcuse, teórico de la Escuela de Frankfurt, conocido por su adaptación de la teoría del conflicto de clases en el marxismo clásico a otras divisiones sociales, especialmente en el área del sexo, sentando las bases para la “interseccionalidad”] introduce un mayor factor social en este esquema, afirmando que el instinto de muerte se expresa en el deseo de liberarse de la tensión, como un intento de deshacerse del sufrimiento y el descontento que son específicamente engendrados por los factores sociales.
Tras el fracaso de la ofensiva ucraniana, Moscú se enfrenta ahora a un dilema. ¿Se mueven con decisión para imponer una solución militar que ponga fin a la guerra, o continúan mostrando moderación con la esperanza de que alguien, en algún lugar –Kiev, Washington, Londres, Bruselas– decida que es hora de pedir la paz? Deseosos de no dar un paso precipitado que pudiera provocar un choque directo entre las fuerzas de la OTAN y las rusas, hasta ahora han optado por lo último – repito: hasta ahora.
James Jatras menciona que Occidente enfrenta su propio dilema. ¿Si los gobernantes de Occidente reconocen la derrota, efectivamente significaría el fin del Imperio Global Americano (GAE por sus siglas en inglés)? ¿O alargan las cosas el mayor tiempo posible, esperando que Moscú acepte otro alto el fuego como el de Minsk, con el Kremlin desempeñando el papel de Charlie Brown tratando de dar otra patada al balón de futbol americano (recuede que Charlie nunca lograba patear el balón), tras la promesa estadounidense de que esta vez si mantendrán su palabra? ¿O, confundiendo la moderación rusa con debilidad, Occidente va más allá insertando una “coalición de dispuestos” en el oeste de Ucrania, desafiando a las fuerzas navales rusas en el Mar Negro, alentando y equipando a los ucranianos para intensificar los ataques contra Moscú y otras ciudades rusas, organizando algún tipo de “bandera falsa” del tipo que ha demostrado ser tan eficaz en otros conflictos? En otras palabras, ¿Estados Unidos debe doblar la puesta? A esto se suma la apertura de otros teatros asimétricos de conflictos en los Balcanes, Siria, Irán, el Estrecho de Taiwán y otros lugares.
Al proyectar erróneamente una mentalidad de actor racional sobre sus oponentes, los rusos parecen ser muy conscientes de la preocupación legítima de que una acción militar decisiva sobre el terreno de guerra pueda asustar a la OTAN y desencadenar una escalada descontrolada. Los rusos parecen ajenos a la preocupación contraria de que, al reprimirse y esperar un diálogo razonable que nunca tendrá lugar, en realidad están alentando una y otra vez a su adversario a organizar una provocación imprudente, con la creencia sostenida de que algún deus ex machina puede arrebatar la victoria de las fauces de la derrota, lo que resultará en la escalada descontrolada que Moscú trata de evitar.
Incluso estas especulaciones suponen que los miserables que toman estas decisiones en las capitales occidentales sólo se arriesgarían a un conflicto directo, pero no lo elegirían deliberadamente. ¿Pero es correcta esa suposición? Como señala Doctorow, las viejas restricciones de la Guerra Fría se han derrumbado. ¡Tal vez la demostración de una bomba nuclear diminuta y de bajo impacto sea justo lo que se necesita para demostrar que el GAE va en serio!
¿Qué podría salir mal?
Recientemente, en su podcast, el juez Andrew Napolitano mostró parte de una simulación por computadora de un intercambio nuclear entre Estados Unidos y Rusia en el que el costo inicial para la población estadounidense fue sólo (“¡sólo”!) alrededor del nueve por ciento, mientras que en Rusia fue de alrededor del 62 por ciento. (Dado que Rusia tiene más ojivas que Estados Unidos, no se sabe cómo se les ocurrió ese resultado). ¿Es tan imposible que en algún lugar alguien pueda mirar esos datos y decidir que es una compensación tolerable? (Más adelante, la simulación tiene a casi todos los habitantes de la Tierra muriendo de hambre a causa del invierno nuclear, y la agricultura en el hemisferio norte es inviable durante varios años. ¡Ahora hay una manera de resolver tanto el calentamiento global como la supuesta superpoblación de un solo golpe! Hola, VHEMT, ¡Tenemos un regalo para ti!)
Ya sea que estos idiotas logren matarnos a todos o no, ya sea por acción deliberada o por pura incompetencia, es difícil escapar a la idea de que nos estamos acercando al borde de algún momento histórico profundo que tendrá consecuencias de gran alcance, literalmente de vida o muerte. tanto a nivel nacional como internacional. En el período anterior a la Primera Guerra Mundial, ¿cuántos europeos sospechaban que sus vidas pronto cambiarían para siempre y, para millones de ellos, terminarían? ¿Quién en los años, digamos, de 1910 a 1913, podría haber imaginado que las décadas de paz, progreso y civilización en las que habían crecido, y que aparentemente continuarían indefinidamente, pronto se convertirían en un horror de matanza a escala industrial, revolución e ideologías brutales?
Simulación de una Guerra Nuclear entre Estados Unidos y Rusia
Lo que lleva a las advertencias de despedida del autor, James Jatras:
El impacto que cualquiera de nosotros puede esperar tener frente a las tendencias históricas mundiales ante las cuales los destinos de las naciones y los imperios vuelan como hojas en los vientos del otoño, es extremadamente pequeño. En el pastel ya horneado los estadounidenses encontraran dificultades que se han acostumbrado a pensar que sólo le suceden a “otras personas” en “otros países” lejanos, que no se ahí desde la Revolución y la Guerra Civil, o tal vez en casos aislados durante la Gran Depresión, tales como: perturbaciones financieras y económicas y, en algunos lugares, especialmente en las zonas urbanas, colapso; las cadenas de suministro, los servicios públicos y otros aspectos de la infraestructura básica dejan de funcionar (¿qué sucede en las grandes ciudades cuando las entregas de alimentos se detienen durante una semana?), e incluso el hambre generalizada; niveles crecientes de violencia, tanto criminalidad como conflictos civiles. Estos se combinarán, paradójicamente, con los restantes órganos de autoridad, por muy desacreditados que estén, que tomarán medidas desesperadamente contra el enemigo interno: no, no contra asesinos, ladrones y violadores, sino contra los “negacionistas de la ciencia”, los “fanáticos religiosos”, los “que odian”. ”, “teóricos de la conspiración”, “insurrectos”, “locos por las armas”, “proveedores de “desinformación médica”, “títeres” rusos o chinos y, por supuesto, “racistas”, “sexistas”, “homófobos”, etc. Es la pesadilla de la “anarcotiranía” del difunto Samuel Francis que cobra vida con venganza.
Sin embargo, por si sirve de algo, James Jatras presenta tres tareas prácticas para su consideración.
En primer lugar, estar vigilantes contra el engaño, en un día en el que seguramente los hombres malos y los impostores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. Es cierto que se trata de una cuestión difícil, dadas las mentiras siempre presentes que nos rodean y la represión de la disidencia. Debemos intentar separar la verdad de la falsedad pero no hay que obsesionarse porque, en muchos casos, de todos modos no podremos estar seguros de que algo sea cierto. Debemos concentrarnos más en lo que es más cercano a nosotros y en las personas más importantes para usted. Hay que ser escépticos acerca de todos. Puede haber un costo. Como dijo Solzhenitsyn: “Quien elige la mentira como principio, inevitablemente elige la violencia como método”.
En segundo lugar, como administradores de todas las cargas mundanas que Dios y otras personas nos imponen—como padres y madres, como hijos e hijas, como vecinos, como estudiantes, como trabajadores, como ciudadanos, como patriotas—debemos cuidar con prudencia de aquellos con quienes tenemos un deber dentro del poder y la sabiduría limitados que se nos han asignado. Empezar por uno mismo. Sea lo más autosuficiente posible. Involúcrate en tu comunidad; Ese lema izquierdista es realmente bueno: pensar globalmente, actuar localmente. Hazte amigo de tus vecinos. Aprenda una habilidad real: electricidad, plomería, carpintería. Ponte en forma. Come y duerme bien. Tener suficientes elementos esenciales: comida, combustible, oro, municiones. Limite el tiempo que pasa en la computadora y el teléfono. Experimenta la naturaleza. Cultiva relaciones personales saludables, reales, no virtuales. No te dejes seducir por todas esas tonterías de la “carrera profesional”. Nadie en su lecho de muerte dijo jamás: “Dios, desearía haber pasado más tiempo en la oficina”. Leer libros antiguos. Cultivar la virtud. Ir a la iglesia.
Simplemente ser lo que antes se consideraba normal y llevar una vida productiva se está convirtiendo en el acto más revolucionario que uno puede realizar. Con eso en mente, ¡hay que encontrar la fuerza para ser verdaderamente revolucionarios! Frente a la cultura de la muerte y la extinción, opta por afirmar la vida.
Has visto el meme: Los tiempos difíciles crean hombres fuertes; Los hombres fuertes crean buenos tiempos; Los buenos tiempos crean hombres débiles; Los hombres débiles crean tiempos difíciles. Bueno, tómenlo de la débil generación Boomer que los trajo a ustedes: los tiempos difíciles están por llegar. Pero no durarán para siempre. Si los sobreviven, veremos qué posibilidades, hasta ahora literalmente inimaginables, podrían existir. Pero necesitarás estar personalmente en forma para aprovecharlos. También necesitarás ser parte de algún tipo de comunidad sostenible de personas con ideas afines.
Una moneda digital es cualquier moneda nacional emitida por un banco central que esté disponible exclusivamente en formato electrónico. Las versiones electrónicas de la moneda ya dominan los sistemas financieros de la mayoría de los países. Lo que diferencia a la moneda digital de la moneda electrónica que ya está en las cuentas bancarias de millones de mexicanos es que la moneda digital nunca toma forma física.
Puede ir a un cajero automático ahora mismo y transformar fácilmente el dinero electrónico de sus cuentas bancarias. Sin embargo, la moneda digital nunca sale de una red informática y se intercambia exclusivamente a través de medios digitales.
Hay tres variedades principales de moneda digital: criptomoneda, monedas estables y moneda digital del banco central, estas últimas conocidas como CBDC. Una moneda digital del banco central es una moneda digital emitida y supervisada por el banco central de un país. Por ejemplo, piense en el caso de que el Bitcoin fuera administrado por el Banco de la Reserva Federal (FED) y tuviera el respaldo total del gobierno de los EE.UU.
Ahora en día más de 100 países están explorando las CBDC en un nivel u otro, según el FMI. Pero a partir de 2022, solo un puñado de países y territorios tienen CBDC o tienen planes concretos para emitirlos. Algunos lugares en los que CBDC ya está disponible incluyen el Banco Central de las Bahamas (Sand Dollar), el Banco Central del Caribe Oriental (DCash), el Banco Central de Nigeria (e-Naira) y el Banco de Jamaica (JamDex), por nombrar solo algunos. pocos.
Hay mucho entusiasmo por parte de la gente a nivel mundial por el futuro de las monedas nacionales y que éstas puedan ser digitales. Pero en un artículo de J.B.Shurk, publicado el 12 de abril en el sitio web The Gatestone Institute, titulado “Monedas digitales del banco central: dinero de juguete que destruirá lo que queda de la propiedad privada, los mercados libres y la libertad personal” se advierte de los enormes riesgos que conlleva la existencia del dinero digital y cómo es que de implementarse (desplazando el anonimato de la moneda fiat) acabará con lo que queda del sistema capitalista.
El artículo de Shurk comienza señalando como durante la Guerra Fría, la división entre Este y Oeste se describía comúnmente como un enfrentamiento entre el comunismo y el capitalismo. La Unión Soviética (URSS), sus países satélites y aliados operaban economías planeadas centralmente en las autoridades gubernamentales dirigían la asignación de recursos, la producción agrícola y la fabricación industrial del Estado. Por su parte, Estados Unidos y el bloque Occidental defendieron las normas democráticas liberales y el libre mercado. Esa división, por supuesto, siempre fue demasiado simplista. Es verdad que Estados Unidos no solo apoyó a las dictaduras del tercer mundo cuando al hacerlo produciría ventajas estratégicas contra la URSS, sino que también la diferenciación entre mercados libres y controlados nunca fue tan sencilla.
Cuando los estudiantes universitarios aprenden los conceptos básicos del capitalismo, se les enseña acerca de los mercados en los que las personas pueden negociar libremente el intercambio de bienes y servicios de acuerdo con sus necesidades, gustos y preferencias, así como su presupuesto disponible. Se les enseña que la propiedad privada es el sello distintivo del capitalismo y es la distinción clave que separa al capitalismo respecto de los sistemas económicos socialistas y comunistas, en los que la propiedad se comparte de diversas formas entre la gente o es propiedad exclusiva del Estado.
Sin embargo, cuando los jóvenes estudiantes maduran, se dan cuenta de que, en todo Occidente, la propiedad privada y el libre mercado no son ni tan privados ni tan libres. Uno puede pensar que es dueño de una propiedad inmobiliaria después de haber realizado todos los pagos para hacerse de ella, pero ¿qué sucede si en ese terreno que acabas de comprar quieres construir un edificio de departamentos o unos locales comerciales? Pues no puedes simplemente empezar a construir. Vas a tener que realizar una letanía de trámites burocráticos con la Dirección de Desarrollo Urbano, con la de Medio Ambiente, Bomberos, Protección Civil, Dirección de Tránsito, y quien sabe cuanta burocracia adicional. El proceso será largo y tortuoso, puede durar años, y tal vez el permiso de construcción jamás se otorgue. De esta forma, vamos entendiendo que lo que supuestamente es nuestro, está sujeto a decenas de individuos que le dirán como puedes usar su propiedad.
En la mayoría de los lugares de Occidente, tendrían razón. Los estatutos, los reglamentos y las obligaciones tributarias gravan lo que usted cree que es suyo, e incluso cuando uno haya seguido todas las leyes al pie de la letra y haya pagado cada centavo de contribuciones, todavía no hay garantía de que los funcionarios gubernamentales no invoquen más tarde las leyes de expropiación para robar lo que usted posee porque creen que pueden usar su propiedad privada de manera más fructífera para el “bien público”.
Asimismo, los mercados libres difícilmente están libres de la intervención del gobierno. Las leyes, reglamentos y normas federales, estatales y locales restringen las actividades de cada industria. Antes de iniciar cualquier nueva aventura comercial, un empresario debe considerar una enorme cantidad de restricciones impuestas por el Estado: ¿Qué tipo de productos se pueden comprar y vender? ¿Qué tipo de materias primas deben entrar en esos productos? ¿Qué tipos de permisos gubernamentales deben obtenerse primero? ¿Qué tipos de empleados calificados se requieren para hacer el trabajo? ¿Cuánto tiempo se les permite a esos empleados estar en el trabajo? ¿Qué estándares de seguridad y de la industria se deben seguir? ¿Qué medios de transporte se pueden utilizar para mover los productos terminados de un lugar a otro? ¿En qué tipos de almacenamiento se pueden guardar esos productos? ¿Qué clientes intermedios pueden comprar bienes legalmente? ¿Pueden esos bienes cruzar las fronteras nacionales sin violar los tratados internacionales o las restricciones de seguridad nacional? El intercambio negociado de bienes y servicios difícilmente es simple cuando las reglas y regulaciones gobiernan cada parte de la transacción de mercado y el incumplimiento de esas reglas resulta en multas, pérdida de inventarios, demoras o incluso sanciones penales.
Los estudiantes universitarios del capitalismo aprenden que en teoría los mercados operan de acuerdo con las leyes de la oferta y la demanda, a través de las cuales la “mano invisible” de Adam Smith guía tanto la producción como los precios de los bienes terminados. Cuando la demanda de un producto en particular es alta, su precio aumentará. Cuando los precios suban, nuevos empresarios ingresarán al mercado y producirán más bienes. Cuando esos empresarios compiten entre sí, su deseo de atraer clientes crea un incentivo natural para que construyan los mejores productos posibles de la manera más eficiente al menor costo. La competencia, en teoría, obliga a los mercados a descartar naturalmente productos malos y caros, mientras mantiene bajos los precios de los mejores productos.
En la práctica, sin embargo, los estudiantes maduros del capitalismo entienden que muchos empresarios idealmente no buscan los mercados donde está la mayor competencia sino una situación que les permita mantener condiciones de mejores precios para maximiar la utilidad. Dondequiera y siempre que los productores puedan fabricar y vender bienes preferirán los mercados en los que la competencia sea menor para ser ellos quienes determinen la cantidad y el precio de su producto. Cuando su producto es algo que los consumidores deben tener, los empresarios monopolistas trataran de controlar el mercado. Así es como se hacen las verdaderas fortunas y en México somos expertos en crear grandes capitales con base en lo que se conoce como “capitalismo de cuates” o “crony capitalism”. El resultado final es que hasta los más férreos capitalistas siempre buscan formas en las que puedan aprovechar las leyes y regulaciones, el conocimiento especializado, los contratos gubernamentales u otros mecanismos de exclusión para restringir la entrada de competidores potenciales al mercado. No hay nada “invisible” en las formas en que las grandes corporaciones y los conglomerados de todo tipo utilizan su influencia para evitar que las empresas más pequeñas desafíen su dominio. De esta manera, la mayoría de los mercados difícilmente podrían describirse como totalmente “libres”.
Si ni la propiedad privada ni los mercados libres existen fuera de los libros de texto, el surgimiento de las monedas nacionales fiduciarias, mediante las cuales el dinero basado en el oro ha sido reemplazado por billetes de papel sin valor innato impuestos por el gobierno, solo ha exacerbado el problema. La utilidad del dinero, sobre el trueque tradicional de bienes y servicios, proviene de sus tres funciones principales: proporcionar (1) una unidad de cuenta, (2) una reserva de valor y (3) un medio de intercambio. Cuando existe dinero sólido dentro de la sociedad, las transacciones de mercado son fáciles y el comercio florece. En lugar de tratar de determinar cuántas pieles de conejo podrían valer un trozo de carne de res o la experiencia de un economista, los consumidores ahorran tiempo y energía al utilizar instrumentos monetarios estándar que son fáciles de mantener, transportar y tienen un valor constante. Aunque todo, desde perlas y conchas hasta dientes y huesos, se ha utilizado como formas de dinero, el oro ha seguido siendo el patrón oro del dinero en todas las culturas durante miles de años. Poseyendo un valor estable en el tiempo debido a su relativa escasez y la percepción compartida por los seres humanos de su valor innato, el oro ha proporcionado un medio de intercambio ideal. Es por eso que tantas monedas estándar a lo largo de la historia y de naciones y culturas de todo el mundo han sido acuñadas con medidas precisas de este metal precioso.
Sin embargo, al reemplazar lentamente el uso de monedas de oro con el uso obligatorio de monedas de papel o dinero fiat, los estados nacionales han querido hacer magia al crear dinero de juguete de la nada y sin mayor sustento. Aunque el orden particular de los acontecimientos ha sido diferente para las distintas naciones durante el último siglo y medio, los pasos importantes han sido todos los mismos: Primero, se introduce alguna forma de papel moneda y se respalda con la promesa del gobierno de pagar al tenedor de ese dinero una suma fija en oro o plata. Luego, surge la introducción de un banco central privado que tiene un poder de monopolio de facto para imprimir papel moneda de acuerdo con su mejor juicio para mantener una economía nacional saludable. Finalmente, se revoca el respaldo en oro o plata de esas monedas de papel moneda.
En todo Occidente, esa transición lenta pero constante de dinero con valor innato a monedas sin valor innato ha funcionado como una larga estafa contra el público. Las personas fueron condicionadas a usar papel moneda a lo largo de décadas; la oferta y demanda de papel moneda se desvinculó de la “mano invisible” de Adam Smith; y los mandatos gubernamentales impedían que los ciudadanos volvieran a los medios de intercambio universalmente estables que el oro y la plata han proporcionado durante mucho tiempo. Se hace mucha magia, ya que las tesorerías de los gobiernos occidentales y los bancos centrales reemplazaron los mercados libres vinculados de forma segura con tipos de cambio fijos con el oro, con mercados que operan con papel moneda (controlado centralmente), y que distorsionan el valor de cualquier tipo de propiedad privada. Esto ha quedado demostrado en los episodios en los que los excesivos incrementos de la oferta monetaria o la hoja de balance de los bancos centrales, ha generado inflación de precios al consumidor, pero sobre todo burbujas en los precios de toda clase de activos.
Este cambio bastante maquiavélico ha permitido que en países como Estados Unidos, el gobierno gaste dinero como borracho precisamente porque el banco central comprará toda su deuda y facilitará la impresión de más dinero. ¿Cómo podrían sus políticos oponerse a un arreglo que les permite gastar imprudentemente sin ninguna de las consecuencias normales del libre mercado? Por el contrario, décadas de impresión de moneda solo han inflado artificialmente los precios de las casas, las acciones y otros activos denominados en esos billetes de papel, dando a los ciudadanos comunes la falsa impresión de que parte de lo que poseen está ganando valor. Sin embargo, si una casa hoy es veinte veces más cara (en dólares) que en 1950, podría tener algo que ver con el hecho de que el dólar estadounidense ha perdido más del 97% de su valor desde que el banco central privado de la Reserva Federal entró en existencia en 1913. y Estados Unidos, de forma lenta pero segura, desvinculó su moneda del respaldo en oro durante el transcurso de los siguientes sesenta años. Los precios de las viviendas ciertamente han aumentado, pero al mismo tiempo cualquier ahorro en dólares estadounidenses se ha esfumado. Hasta aquí llegó la función de almacén de valor que debía tener el dinero.
Ahora que los bancos centrales imprimen dinero y el gasto público imprudente lleva al límite a los sistemas económicos occidentales, se ha propuesto un nuevo tipo de truco financiero: las monedas digitales de los bancos centrales (CBDC). La idea es que los consumidores y productores realicen transacciones en su totalidad en monedas virtuales que no existen físicamente fuera de la memoria de celulares y computadoras interconectadas. Si reemplazar las sólidas monedas de oro con papel sin valor no fuera suficientemente malo, ahora el papel sin valor será reemplazado por los efímeros unos y ceros del código informático. ¿Qué podría salir mal?
Dejando de lado el frágil castillo de naipes que representa el sistema financiero que hoy desestabiliza los mercados globales, hay que considerar lo que significa la transición a las CBDC para Occidente. En pocas palabras, cualquier distinción persistente de la Guerra Fría entre capitalismo y comunismo se desvanecería.
Si los gobiernos y los bancos centrales controlan la creación, distribución e intercambio de dinero virtual, lo que quede de los mercados libres desaparecerá. Si los gobiernos y los bancos centrales monitorean cada transacción entre consumidores y productores, entonces todas las industrias estarán subyugadas al mando centralizado del Estado. Si los gobiernos y los bancos centrales hacen valer el poder legal para determinar quién puede almacenar valor, cuánto valor puede almacenarse personalmente y cuánto tiempo se permitirá que dure ese valor, entonces lo que quede de la propiedad privada dejará de existir. Si los gobiernos y los bancos centrales mantienen un monopolio digital sobre las únicas formas de dinero legales, entonces podrían redistribuir la riqueza o penalizar el comportamiento personal sin tener en cuenta los derechos individuales o los límites de su control.
Con el dinero digital, los mismos sistemas de vigilancia y puntajes de crédito social que ya están generalizados en la China comunista invariablemente también lo estarán en todo el Occidente libre.
Sin duda, en su momento las campañas de propaganda encubrirán este monitoreo opresivo con el propio lenguaje “políticamente correcto” de Occidente de luchar contra el “odio” o el “racismo” o el “cambio climático” o el próximo susto similar al COVID, pero el sistema de control de Occidente sobre sus ciudadanos no será diferente de la versión comunista china: a los individuos se les confiscará o repondrá su riqueza digital según si su comportamiento se ajusta a lo que el Estado desea. Los mercados libres, el libre albedrío, la libertad de expresión e incluso la libertad de pensamiento se regularán tan fácilmente como los bancos centrales regulan la riqueza digital de cada ciudadano. En efecto, la implementación de las CBDC otorgará a los gobiernos occidentales el monopolio final sobre todas las vidas dentro de su dominio.
El artículo de Shurk finaliza mencionando que durante demasiado tiempo, los occidentales hemos permanecido en silencio mientras la competencia del mercado ha dado paso a comportamientos monopólicos tolerados por el gobierno, mientras que la propiedad privada se ha transformado en algo mucho menos personal o seguro. El dinero de juguete emitido en papel moneda ha destruido los ahorros de la mayoría de los occidentales comunes, al tiempo que infla artificialmente los precios de las casas y otros activos que cada vez están menos al alcance de la mayoría. Ahora, una revisión del sistema financiero y una transición a las CBDC obligatorias amenazan lo que queda de las libertades personales de los occidentales. Antes de que se evaporen los últimos vestigios de la dicotomía ideológica de la Guerra Fría y no quede nada que distinga al Este del Oeste, este es el momento para que los amigos de la libertad se pongan de pie y den la pelea por lo que es correcto. Mientras que Klaus Schwab puede desear un futuro en el que los occidentales encuentren la felicidad de no poseer nada, aquellos que valoran la libertad saben que la propiedad personal y el intercambio sin restricciones de bienes, servicios e ideas siguen siendo la base de aquellas naciones libres que se niegan a ser esclavizadas.