El 4 de septiembre de 2025, el mundo fue testigo de un espectáculo que difícilmente se olvidará: el desfile militar encabezada por Xi Jinping en la Plaza de Tiananmén, donde China mostró al planeta no solo su disciplina marcial y su poderío tecnológico, sino también su consolidación en la liga de las grandes potencias nucleares con capacidad de segundo golpe. A su lado, como invitados de honor, se encontraban Vladimir Putin y Kim Jong Un. El mensaje fue inequívoco: estamos en una nueva etapa de la competencia global, marcada por la consolidación de un eje euroasiático que afronta de manera abierta la primacía estadounidense.

Pero lo sucedido en Pekín no puede leerse de forma aislada. Forma parte de un proceso histórico más amplio consistente en la convergencia del BRICS+ y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) como plataformas para un nuevo modelo de gobernanza global, el declive del orden internacional nacido en 1945, y la dinámica fatalista que analistas como Jim Quinn llaman el “Fourth Turning”, una etapa en la que los equilibrios históricos colapsan y se encaminan hacia conflictos abiertos.

En este editorial analizo este momento histórico desde cuatro dimensiones: el poder militar chino y su triada nuclear, el ascenso institucional del eje Eurasia-Sur Global, la reacción de Estados Unidos y sus dilemas estratégicos, y finalmente, la lectura histórica de un posible rumbo hacia una Tercera Guerra Mundial.

El Despliegue Chino: Una Triada Nuclear “Imparable”

Xi Jinping no dejó lugar a dudas al abrir el desfile militar con una frase cargada de simbolismo: “El ascenso de China es imparable”. Más de 10,000 soldados marchando en perfecta sincronía —un contraste deliberado frente a la diversidad celebrada en Occidente— dieron paso a la exhibición de los nuevos juguetes estratégicos de Pekín:

  • El JingLei-1, misil lanzado desde el aire.
  • El JuLang-3 (JL-3), misil balístico intercontinental lanzado desde submarinos, con capacidad para alcanzar la costa este de Estados Unidos.
  • Los DongFeng-61 y DF-31, misiles intercontinentales basados en tierra.
  • El DF-5C, con capacidad para portar hasta 12 ojivas nucleares y un rango de 13,000 a 20,000 km.

Con estos desarrollos, China se suma oficialmente al selecto club de potencias con triada nuclear completa (aire, mar y tierra). El significado estratégico es inmenso ya que el gigante asiático adquiere una capacidad de segundo golpe creíble, lo que garantiza que incluso tras un ataque preventivo, podría responder devastando a su agresor.

A ello se sumó la presentación de drones submarinos gigantes, sistemas láser de defensa aérea para buques y plataformas terrestres, y armamento hipersónico. Todo bajo la narrativa de que estas armas constituyen el “as bajo la manga” de China para defender su soberanía y orgullo nacional.

El simbolismo fue igual de poderoso que la tecnología: Xi estuvo acompañado de Putin y Kim Jong Un, líderes sancionados y estigmatizados por Occidente como parte de un supuesto “eje de la subversión”. Tres potencias nucleares, hombro con hombro, enviando una advertencia colectiva: el mundo unipolar ha terminado.

Tianjin y el Ascenso de un Nuevo Orden Multipolar

Mientras Pekín mostraba su poderío militar, en Tianjin se consolidaba la otra cara de la moneda: la arquitectura institucional del multipolarismo. La cumbre de la OCS, celebrada semanas antes, dejó claro que la organización ya no es un mero foro contra el terrorismo, sino un bloque geopolítico y económico que integra a Rusia, China, India, Irán y buena parte de Asia Central.

Según el analista Pepe Escobar, lo de Tianjin fue un verdadero “baile del dragón, el oso y el elefante”: la reactivación del eje Rusia-India-China, conceptualizado por Yevgueni Primakov en los noventa, y ahora materializado en propuestas concretas:

  • La creación de un Banco de Desarrollo de la OCS, complementario al Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS.
  • Una agenda de cooperación en inteligencia artificial, big data y comercio electrónico transfronterizo, fuera de la órbita del Silicon Valley y el dólar.
  • El rechazo explícito a las sanciones unilaterales y la reafirmación de la soberanía como principio rector.
  • Una visión de gobernanza global basada en el respeto a la Carta de la ONU, pero que busca desplazar el dominio institucional de Occidente.

La visita de Narendra Modi a China, tras siete años de ausencia, simbolizó la voluntad de India de no quedar atrapada en la lógica de bloques. Y con ello, la SCO y los BRICS comienzan a funcionar como engranajes de un mismo proyecto que busca construir un contrapeso sistémico al G7 y a la OTAN.

En otras palabras, mientras Xi muestra misiles en Pekín, en Tianjin propone la estructura de un nuevo orden global. Dos escenarios, un mismo mensaje que nos debe quedar claro: la multipolaridad ya no es un horizonte teórico, sino una construcción en curso.

Washington ante el Espectro de un Eje de Adversarios

Para la Casa Blanca, las imágenes de Xi flanqueado por Putin y Kim fueron demoledoras. La fotografía de los tres líderes es, para muchos analistas estadounidenses, la prueba de que existe un eje de adversarios decidido a reescribir la historia desde 1945.

La lectura en Washington es doble:

  1. El revisionismo histórico. Al celebrar el 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial sin reconocer el rol crucial de Estados Unidos en la derrota de Japón, China y sus aliados buscan construir un relato donde el “orden liberal” pierde legitimidad.
  2. El desbalance militar. El desfile mostró que China ya posee una fuerza armada capaz de proyectar poder en Asia-Pacífico y más allá. El mensaje implícito: Pekín puede forzar una anexión de Taiwán si lo considera necesario.

Donald Trump reaccionó con ironía en redes sociales —“Den mis saludos a Putin y Kim, mientras conspiran contra Estados Unidos”—, pero la estrategia de su administración sigue siendo ambigua. Por un lado, confía en su diplomacia personal para dividir a sus adversarios; por otro, castiga a sus aliados con aranceles, debilitando la cohesión occidental.

El problema de fondo es que, mientras China invierte en modernizar aceleradamente su ejército, Estados Unidos enfrenta un Congreso disfuncional incapaz de aprobar presupuestos estables para el Pentágono. El riesgo es claro y consiste en que si no hay un rearme serio, Washington podría perder un conflicto convencional frente a un eje cada vez más cohesionado.

La pregunta que flota en el aire es si Estados Unidos, obsesionado con su política interna y su déficit fiscal, está dispuesto a gastar lo necesario para mantener su supremacía militar. Porque, como advirtió un editorial norteamericano, “si Trump no se pone serio, pondrá a Estados Unidos en posición de perder una guerra que sus adversarios parecen cada vez más dispuestos a librar”.

El Cuarto Giro: Historia y Fatalismo Geopolítico

Para algunos analistas, lo que vivimos no es solo coyuntura, sino parte de un patrón histórico ineludible. Jim Quinn lo expresa desde la teoría del Fourth Turning: los ciclos históricos de 80 a 100 años que terminan en una crisis sistémica de guerra y destrucción.

El razonamiento es inquietante:

  • Hace tres décadas, Occidente prometió a Gorbachov que la OTAN no se expandiría hacia el este. La promesa fue rota, y Rusia lo interpreta como una traición fundacional.
  • Europa, atrapada en una rusofobia visceral, se niega a dialogar con Moscú, como denuncia Jeffrey Sachs, prefiriendo imponer sanciones que terminan dañando su propia economía.
  • Moscú, por su parte, ha endurecido su retórica. Dmitri Medvédev dejó claro que si Occidente confisca activos rusos, la respuesta será “recuperarlos en especie”, es decir, con territorio ucraniano o incluso con propiedades británicas.

La lógica del Fourth Turning es que no hay compromiso posible: los bloques se atrincheran, la polarización aumenta, y la salida inevitable es el conflicto abierto. En este marco, la alianza entre China, Rusia y Corea del Norte aparece como la semilla de un enfrentamiento global, mientras Europa y Estados Unidos parecen incapaces de ofrecer salidas diplomáticas.

Conclusión: ¿Estamos ante un Nuevo 1939?

El desfile de Pekín y la cumbre de Tianjin deben leerse como dos capítulos de una misma historia: el surgimiento de un orden multipolar en el que Eurasia y el Sur Global buscan emanciparse del dominio occidental, usando tanto el poder duro (armas nucleares, alianzas militares, disuasión) como el poder blando-institucional (bancos de desarrollo, principios de soberanía, narrativas históricas).

Para Estados Unidos y sus aliados, el dilema es existencial y consiste de aceptar un mundo compartido, o intentar contenerlo por la fuerza. Pero la historia muestra que los imperios rara vez aceptan la pérdida de su primacía sin luchar.

El Fourth Turning sugiere que no hay salida fácil ya que el sistema internacional está entrando en una fase de confrontación abierta. Las piezas del tablero recuerdan, inquietantemente, a la Europa de 1939: bloques ideológicos enfrentados, rearme acelerado, revisionismo histórico y diplomacias incapaces de comprometerse.

La diferencia es que hoy las armas ya no son fusiles y tanques, sino triadas nucleares y drones submarinos gigantes. El margen para el error es mínimo, y el costo de un paso en falso sería la supervivencia misma de la civilización.

En este escenario, la pregunta más importante no es si habrá un conflicto, sino qué forma tomará: una guerra caliente, un enfrentamiento económico prolongado o un rediseño institucional del planeta. Lo único seguro es que el desfile de Xi Jinping marcó un antes y un después: el mundo ya no gira alrededor de Washington, y el “baile del dragón, el oso y el elefante” apenas comienza.

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Alejandro Gómez Tamez*

Director General GAEAP*

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