El oro ha superado los cuatro mil dólares por onza en 2025 y su ascenso ha dejado de ser un simple reflejo de incertidumbre. Es, cada vez más, una señal de desconfianza estructural hacia las monedas emitidas por los bancos centrales, mejor conocidas como dinero fiat. Su precio ha subido más de 50% en lo que va del año, impulsado por una combinación de tensiones políticas, crisis de deuda y una creciente percepción de que las instituciones monetarias ya no son capaces de contener los efectos de la inflación ni de proteger el valor del dinero.
El rally del oro ha tenido varias etapas. La primera comenzó tras la invasión de Rusia a Ucrania, cuando Occidente congeló las reservas internacionales rusas y muchos países comenzaron a buscar activos que no pudieran ser incautados por potencias rivales. La segunda ola llegó en abril, con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y el inicio de su nueva guerra comercial en el Día de la Liberación, que debilitó la confianza en Estados Unidos como pilar del sistema económico mundial. La tercera etapa se desató en agosto, cuando la Reserva Federal anunció su intención de reducir las tasas de interés para contrarrestar la debilidad del mercado laboral, aun con la inflación por encima del objetivo.

La tendencia se consolidó con la creciente intervención política sobre los bancos centrales. Trump presionó durante todo el año por tasas más bajas y buscó ampliar su control sobre la Fed al intentar despedir a una gobernadora acusada de presuntas irregularidades hipotecarias. Aunque ella permanece en su cargo, el gesto reforzó la idea de que la independencia monetaria estadounidense está bajo amenaza.
En paralelo, Japón también atraviesa una coyuntura política que debilita la confianza en su banco central. La llegada de Sanae Takaichi como nueva primera ministra generó una ola de expectativas sobre un programa de estímulo fiscal agresivo, apoyado en déficits más altos y recortes de impuestos. Su triunfo hundió al yen y disparó las tasas de los bonos japoneses. Los mercados esperan que el Banco de Japón sea más lento para subir tasas, lo que podría permitir que la inflación continúe creciendo.
Takaichi representa una visión que prioriza el gasto público y la flexibilidad monetaria, similar a la línea seguida por Trump. El fenómeno tiene un elemento común: la búsqueda de aliviar la carga de las deudas mediante políticas que favorecen a los gobiernos, aunque eso suponga erosionar la credibilidad de las monedas.

El oro se ha convertido así en un termómetro de la fe en las instituciones financieras globales. Ken Griffin, de Citadel, describió el cambio con claridad al señalar que inversionistas, bancos centrales y gobiernos ahora ven el oro como un refugio seguro, del mismo modo en que antes se veía al dólar. El metal precioso ha dejado de ser una cobertura exclusiva frente a crisis o guerras para transformarse en lo que analistas llaman un activo para todas las ocasiones.
Su comportamiento ya no depende únicamente del miedo o la incertidumbre. El oro ha subido al mismo tiempo que el mercado bursátil estadounidense marcaba máximos históricos, algo inusual en el pasado. Mientras el S&P 500 y el Nasdaq alcanzaban niveles récord, el oro subía de precio al mismo ritmo. Esto sugiere que el metal dejó de ser una inversión defensiva y se convirtió en una opción atractiva incluso en periodos de apetito por el riesgo.
El analista Tim Waterer explica que el oro muestra hoy una capacidad singular para subir tanto en momentos de aversión al riesgo como de confianza, lo que lo vuelve un activo de cobertura y de oportunidad al mismo tiempo. El cambio se debe a un entorno donde los desequilibrios fiscales, las tensiones geopolíticas y el desgaste de los bancos centrales conviven de manera permanente.

El trasfondo económico de este fenómeno es preocupante. En Estados Unidos, Japón y buena parte de Europa, la deuda pública se acerca o supera el 100% del PIB. Desde la crisis financiera de 2008 y la pandemia, los gobiernos incrementaron su endeudamiento confiando en que las bajas tasas de interés harían sostenibles sus pasivos. Ese equilibrio se rompió con el regreso de la inflación y la normalización de las tasas.
Un informe de Morgan Stanley señala que en los países desarrollados el crecimiento nominal se ha desacelerado mientras el costo de la deuda aumenta y los déficits se deterioran. La combinación amenaza con volver insostenibles las finanzas públicas en el mediano plazo. El reporte advierte que hacia 2030 el costo promedio de la deuda podría igualar el ritmo de crecimiento, lo que obligaría a generar superávits primarios significativos mediante recortes o aumentos de impuestos. Ninguna de esas opciones es políticamente atractiva.
Trump heredó un déficit equivalente a 6% del PIB y una deuda cercana al 100% del producto. Su estrategia no ha sido reducir el gasto sino presionar a la Fed para bajar las tasas y así abaratar el servicio de la deuda. Ese enfoque representa un cambio de prioridades que los economistas llaman dominancia fiscal, cuando los bancos centrales, como la Fed o el Banxico, dejan de concentrarse en el control de la inflación para ayudar al Tesoro (o a Hacienda en el caso de México). La experiencia histórica muestra que ese tipo de políticas suele derivar en más inflación y en una pérdida de confianza en la moneda.
En Japón ocurre algo similar. La nueva primera ministra defiende la idea de que el gobierno debe determinar la dirección de la política económica y monetaria, una postura que pone al Banco de Japón en una posición de subordinación. Aunque los rendimientos de los bonos a diez años se mantienen bajos, los de treinta años han subido de manera importante desde su elección, lo que sugiere que los inversionistas anticipan una inflación más alta en el futuro.
La tendencia no se limita a Asia y América. En Europa, la presión política sobre el Banco Central Europeo podría crecer en los próximos meses. Francia ha tenido cuatro primeros ministros en poco más de un año debido al estancamiento en la reducción de su deuda. Los populismos ganan terreno tanto en Francia como en Alemania y algunos de esos movimientos, que antes propusieron abandonar el euro, hoy encabezan las encuestas.
En Reino Unido, Nigel Farage critica al Banco de Inglaterra por vender bonos y generar pérdidas que terminan afectando a los contribuyentes. Las presiones sobre los bancos centrales se multiplican, mientras el oro se fortalece como símbolo de desconfianza hacia todo el sistema monetario global.
Los analistas coinciden en que el aumento del oro ya no puede explicarse solo por los movimientos de Trump o por episodios de incertidumbre aislados. Es el resultado de múltiples factores, tales como los déficits crecientes, los riesgos geopolíticos, la amenaza sobre la independencia de los bancos centrales y las expectativas de nuevas reducciones en las tasas de interés.
El oro se ha convertido en la respuesta natural a un mundo donde la deuda crece más rápido que la economía y donde las instituciones encargadas de mantener la estabilidad han perdido parte de su credibilidad. Su ascenso no refleja únicamente especulación sino una transformación en la manera en que los inversionistas perciben la seguridad financiera.
El mercado parece estar enviando un mensaje claro. Las potencias están dispuestas a inflar sus economías y a diluir sus deudas a través de la inflación, y los inversionistas lo saben. El metal amarillo brilla más que nunca no solo por su valor tangible sino porque representa la duda de un sistema que ya no ofrece certidumbre.
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Alejandro Gómez Tamez*
Director General GAEAP*
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