Es importante cerrarle la puerta a China, nación que no juega limpio en el comercio internacional. En un estudio de la Fundación de Innovación y Tecnología de la Información (ITIF por sus siglas en inglés) y titulado Falsas promesas II: La brecha continua entre los compromisos de China en el marco de la OMC y sus prácticas, se destaca lo siguiente:
El modelo económico chino, dirigido por el estado, es impulsado en gran medida por prácticas mercantilistas innovadoras, y va en contra de los principios fundamentales de la OMC de aplicar políticas orientadas al mercado, trato no discriminatorio, trato nacional y reciprocidad.
China ha incumplido numerosos compromisos de la OMC en temas como los subsidios industriales, la falta de protección de la propiedad intelectual extranjera, forzar a las empresas a hacer inversiones conjuntas y realizar transferencia de tecnología, así como limitar el acceso al mercado chino para las empresas de servicios extranjeras.
El comportamiento de China hacia la OMC y sus socios comerciales es el de una nación que sabía lo que tenía que prometer para ingresar a la organización, pero sus acciones posteriores han demostrado que nunca tuvo la intención de cumplir esas promesas.
Décadas de jugar con el sistema de comercio mundial y no cumplir con los compromisos de la OMC han permitido a China acumular enormes superávit comerciales y reservas de divisas, que utiliza para perseguir objetivos de política interior y exterior.
Esto no debería sorprender dado que es frecuente leer en la prensa sobre las acusaciones que se le hacen a China por otorgar subsidios a sus exportadores, vender mercancías en el exterior en condiciones de dumping, robar propiedad intelectual y patentes, entre muchas otras acciones que, como ya se dijo, constituyen violaciones a las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), organismo internacional reumático e inoperante que ha permitido a China salirse con la suya. El freno a China es imperativo dado que su presidente, Xi Jinping, ha mostrado ser una persona decidida a acabar con la hegemonía de Occidente.
Una forma de cerrarle el paso a China y acelerar el crecimiento económico de la región es a través de una política de sustitución de importaciones en los países que conforman el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC). Para darnos una idea del potencial de crecimiento si se logra desplazar algunas de las importaciones de productos chinos, tenemos los siguientes datos: En los primeros 11 meses de 2022, las importaciones estadounidenses de mercancías chinas fueron de 499.5 miles de millones de dólares (mmdd), mientras que las importaciones de México de mercancías chinas sumaron 109.5 mmdd. Por su parte, las importaciones canadienses de mercancías chinas fueron de 74.86 mmdd en los primeros nueve meses de 2022. Con estos datos, podemos estimar que el valor de las importaciones por parte de las tres naciones norteamericanas de mercancías chinas debió haber sido de unos 760 mmdd en 2022. Dada esta cantidad, que representa más de la mitad del PIB mexicano, uno puede imaginarse el impulso que tendría la región si se logrará sustituir el 10% de dichas importaciones moviendo los procesos productivos de China hacía México.
A la luz de lo anterior, es muy positivo que en el marco de la Décima Cumbre de Líderes de América del Norte se informó de la creación de un comité para acelerar la sustitución de importaciones en la región. Este comité estará integrado por 12 expertos de los tres países. Por México participará el canciller Marcelo Ebrard, el titular de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, la secretaria de Economía, Raquel Buenrostro y el consejero honorario de la Presidencia, Alfonso Romo.
El cerrarle el paso a China es algo que Estados Unidos se ha tomado muy en serio. A diferencia de sus antecesores, el presidente Donald Trump caracterizó a China como un competidor económico desleal e impuso fuertes aranceles punitivos a los productos chinos que ingresaban a su país. El presidente Biden no solo ha mantenido esos aranceles, sino que también ha impuesto controles de exportación y límites al otorgamiento de visas, así como restricciones a los flujos de inversión. La Ley CHIPS for America recientemente aprobada agrega subsidios para la producción nacional de semiconductores a la mezcla.
¿Y México que hará en la práctica al respecto? ¿Impondrá alguna clase de medida en contra de China? No creo que el gobierno mexicano se atreva a tomar ninguna medida en materia de comercio, sino que por el contrario, lo más seguro es que le seguirá abriendo las puertas a los productos chinos, haciéndose de la vista gorda y permitiendo que siga el creciente problema de contrabando e importación de productos que entran al país en condiciones de subvaluación.
Es importante señalar que México padece un déficit comercial crónico con China, que nos impide poder desarrollar más ampliamente nuestra planta manufacturera. En 2012 nuestro déficit con la nación asiática fue de -51.215 mmdd, en 2018 de -76.081 mmdd, en 2021 llegó a -91.759 mmdd y en los primeros once meses de 2022 fue de -99.433 mmdd, por lo que sin problema se puede asumir que este año ¡nuestro desequilibrio comercial con China superará los 110 mil millones de dólares!
No obstante lo anterior, lo que probablemente hará el gobierno mexicano como su política de sustitución de importaciones es esperar a que simplemente llegue la inversión extranjera directa para producir aquí lo que ya no se quiere producir en China. Pero el reto no será fácil dado el actual problema de escasez de energía eléctrica y la falta de inversión en generación de energías limpias. Es bien sabido que muchas empresas que quisieran ubicarse en el norte y centro del país no lo hacen porque ya no hay suficiente energía para dotarles, y tampoco hay el compromiso del gobierno mexicano de que en el futuro cercano determinado porcentaje de la energía eléctrica que se les abastecerá provendrá de fuentes renovables.
Un problema adicional es el de escasez de mano de obra, en especial la capacitada; la escasez de agua en el norte del país y pues también está el tema de la inseguridad.
Desde luego que se puede desarrollar la zona del corredor transístmico de Tehuantepec, pero el desarrollar la zona, la infraestructura carretera y de parques industriales, así como la requerida para dotar de energía eléctrica, probablemente tardará más tiempo del que los inversionistas están dispuestos a esperar.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha estimado que México podría atraer otros 35 mil millones de dólares adicionales de inversión extranjera directa, gracias al nearshoring de empresas que buscan salirse de China. Veremos cuanto de este monto llega a México dada nuestra realidad No debemos olvidar que la ventana de olvidar que la ventana de tiempo que se abrió con el nearshoring es de corta duración y es de una sola vez. Es decir, la empresa que se quiere salir de China y analiza mudarse a México o Guatemala o Brasil, pues toma la decisión y una vez tomada, si no le favorece a México, pues ya se cerró la oportunidad.
Espero equivocarme y que veamos al equipo de 4 representantes expertos mexicanos en el comité recién creado, con una actitud proactiva y generando las condiciones para atraer la inversión extranjera y que se dejen de importar productos chinos a la región de Norteamérica en beneficio de la producción y empleo en México. Ojala que cuando estos cuatro personajes vayan con el presidente López Obrador, él les haga caso y se realicen los ajustes en políticas públicas que son indispensables para consumar la sustitución de importaciones.
Ahora en día, la noticia más importante en materia económica a nivel mundial es el de la elevada inflación, misma que está golpeando a naciones ricas y pobres, pero con diferentes proporciones. De hecho, para el presente año se espera que la inflación mundial registre la tasa más alta desde 1996, al promediar una variación de más de 7.0%, provocada principalmente por los altos costos de los energéticos y de los alimentos, según la nueva estimación al alza de Oxford Economics.
El petróleo ha experimentado una gran volatilidad y fluctuaciones extremas en los últimos meses y semanas, a medida que los mercados siguen la evolución de la guerra entre Rusia y Ucrania. Incluso antes de la guerra, el mercado del petróleo ya presentaba un desequilibrio entre demanda y oferta, ya que la recuperación de la actividad económica tras la crisis del Covid-19 provocó que se drenaran los inventarios, lo que provocó que los precios se dispararan. Por su parte, de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Ucrania y Rusia son de los principales países productores mundiales de trigo, cebada, maíz, al tener una participación promedio de 27%, 23% y 15% de las exportaciones globales entre 2016 y 2020, respectivamente.
Como lo mencioné líneas arriba, la inflación está afectando a las naciones en diferentes proporciones, pero casi todas están sufriendo sus estragos. Con los datos más recientes disponibles, vemos los casos más escandalosos como Turquía con una tasa de inflación de 61.1%, Argentina con 52.3%, Rusia con 17.49%, República Checa con 12.7%, Brasil con 11.3% y Polonia con 10.9%; casos de inflación intermedia como Chile con 9.4%, Estados Unidos con 8.5%, Colombia con 8.5%, México con 7.5% e India con 7.0%; y casos de inflación moderada como Reino Unido con 6.2%, Dinamarca con 5.4%, Suecia con 4.3%, Corea del Sur con 4.1%, Australia con 3.5%, Suiza con 2.4%, China con 1.5% y Japón con 0.9%. Respecto a este último grupo cabe señalar que aunque parezcan tener tasas bajas de inflación, son países que generalmente tienen tasas de aumento de los precios por debajo del 2.0% o inclusive sufren de deflación.
Respecto de la inflación en países desarrollados, es obligado analizar el caso de Estados Unidos, donde la inflación no tienen las mismas causas que en otros países desarrollados. El pasado martes 12 de abril, se informó que el alza de precios fue de 1.2% en marzo. Esta es la mayor subida mensual desde que se inició la escalada de inflación actual, por lo que el aumento de precios en los últimos 12 meses llegó al 8.5%, la tasa más elevada desde 1981. Los funcionarios de la Casa Blanca habían salido el día anterior a “curarse en salud” advirtiendo que el informe de inflación que sería publicado el día siguiente sería feo y culparon a Vladimir Putin de este problema. Sin duda, eso es mejor que admitir la culpa por los propios errores de política económica (fiscal y monetaria) que han cometido, ya que deben reconocer que la inflación de precios al consumidor no surgió a partir de la invasión de Rusia a Ucrania, sino que ya era un problema desde el cuarto trimestre de 2021. Y desde luego, que no se puede ignorar el hecho de que desde hace dos años, Estados Unidos ya registraba un importante problema de inflación de precios de activos, con alzas importantes en viviendas, acciones bursátiles, obras de arte, commodities, criptomonedas, entre muchos más.
En Estados Unidos los precios de la energía durante marzo contribuyeron en gran medida al aumento de la inflación, y parte de eso se debe a lo inestabilidad en los mercados petroleros. Pero los llamados precios subyacentes, mismos que excluyen alimentos y energía, subieron un 6.5% en los últimos 12 meses. Por su parte, los precios de los servicios, excluida la energía, que no se suponía que se verían afectados por las interrupciones de la cadena de suministro, presentan un aumento de 4.7 % en el último año.
Si se analiza en una gráfica, es fácilmente identificable que la tendencia de la inflación ascendente en Estados Unidos comenzó hace un año, al comienzo de la presidencia de Biden. Se ha acelerado durante la mayor parte de los últimos 12 meses y eso fue mucho antes de que Putin decidiera invadir a su vecino. El momento actual refleja que hay demasiado dinero en busca de pocos bienes, debido principalmente a la combinación de una creciente deuda pública monetizada (por un aumento del gasto federal) y una política monetaria expansiva con un Banco de la Reserva Federal (FED) que no ha dejado de aumentar su hoja de balance. En este contexto muchos en México se preguntan porqué el dólar está tan barato (19.96 pesos por billete verde al escribir estas líneas) y la respuesta tiene que ver con la enorme cantidad de dólares en circulación y al hecho de las tasas reales negativas que ofrece tener dólares como ahorro.
¿Qué fue lo que detonó el problema inflacionario en EE.UU.? Hay que recordar que el presidente Trump firmó un proyecto de ley de alivio de Covid de $900 mil millones de dólares, ya innecesarios para diciembre de 2020, y los Demócratas arrojaron queroseno sobre la leña con otro paquete de estímulo de $1.9 billones de dólares en marzo de 2021. Por su parte, la FED continúa generando tasas de interés reales negativas (de -8.1% anual en la actualidad) a casi dos años después de que terminó la recesión pandémica. No cabe duda de que la inflación en la economía más grande del planeta es producto de las decisiones tomadas en Washington, D.C.
En el caso de México, la inflación de precios al consumidor ya estaba en niveles por encima del 5.0% anual desde abril de 2021, por lo que tampoco se le puede echar la culpa de la actual escalada de precios únicamente al conflicto en Ucrania, que ha tenido impactos en precios de alimentos y de energéticos.
Es verdad que México se ha visto afectado por los problemas logísticos internacionales y por la escasez de ciertas materias primas, pero también es cierto que hemos visto una enorme expansión monetaria que podría ser una de las principales fuerzas detrás del alza de precios. Tenemos que en entre febrero de 2020 y el mismo mes de 2022, el agregado monetario M1 (billetes y monedas en circulación más depósitos a la vista) creció 38.4% en términos nominales, mientras que el agregado monetario M2 (está integrado por el M1 más los instrumentos monetarios a plazo en poder de los sectores residentes nacionales tenedores de dinero) creció 20.7% nominal. Y este aumento del circulante no sólo se debió a la crisis causada por el virus chino del Covid-19, ya que una vez pasada la crisis, en el periodo de febrero de 2021 a febrero de 2022 M1 creció 14.1%, mientras que M2 aumentó 8.9%.
La teoría cuantitativa del dinero es muy clara y establece que si aumenta el dinero en circulación y no crece la producción, el resultado será un aumento de precios. Por eso, no es descabellado pensar que no todo el problema inflacionario de México es estructural o que se debe a problemas internacionales, sino que también se debe a un enorme crecimiento del dinero en circulación.
En este contexto, tenemos que el INEGI recién informó que en marzo de 2022, el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) presentó una variación de 0.99% respecto al mes anterior. Con este resultado, la inflación general anual en México se ubicó en 7.45%. En cuanto al índice de precios subyacente (que excluye frutas, verduras, energéticos y tarifas administradas por el Estado), éste registró un incremento de 0.72% mensual y fue de 6.78% anual. Por su parte, el índice de precios no subyacente aumentó 1.79% a tasa mensual y 9.45% a tasa anual. Finalmente, en marzo del 2022, la canasta básica registró una tasa de inflación interanual de 8.07%.
Desde luego que la escalada de precios representa malas noticias para los trabajadores y consumidores. De acuerdo con cifras del IMSS, al 31 de marzo de 2022, el salario base de cotización promedio de los puestos de trabajo formales afiliados al instituto alcanzó un monto de $472.50 pesos diarios. Este salario representa un incremento anual nominal de 10.5%, pero al tomar en cuenta la inflación de 7.45%, pues el aumento nominal se diluye a sólo 2.8% real anual. Y este es el caso para el promedio del salario del sector formal de la economía, por lo que hay muchos trabajadores que no han recibido este tipo de incremento nominal en su salario en el último año, por lo que ahora están con un poder adquisitivo más bajo. No se diga, los millones que trabajan en el sector informal de la economía siendo autoempleados, seguramente a ellos les está afectando más la inflación.
Otro impacto para los trabajadores y la economía en general, es lo que sucederá con las tasas de interés. Se sabe que el Banco de México asumirá una posición más agresiva con alza de tasas de interés para combatir la inflación. Con información de la subasta de Cetes del lunes 11 de abril, en GAEAP calculamos la tasa de interés implícita anualizada para los Cetes a 28 días en el futuro, y vemos que ésta es de 7.43% para dentro de 91 días, de 8.12% para dentro de 176 días y de 8.98% para dentro de 357 días. Esto implica que el mercado anticipa que el rendimiento de los Cetes a plazo de 28 días estará 2.46 puntos porcentuales más altos en un año respecto de lo que están ahora. Si esto se cumple y los Cetes a 28 días están en 9.0% dentro de un año o antes, pues podemos irnos despidiendo de las hipotecas baratas. Además de que las tasas de interés para los negocios y tarjetas de crédito también seguirán aumentando. Obvio esto también pone en serios aprietos las finanzas públicas, ya que el cálculo de costo financiero para la deuda del sector público en 2022 se hizo con una expectativa de tasa de interés promedio para este año de apenas 5.0%. La Secretaría de Hacienda había anticipado que el costo financiero de este año sería de 791,463 millones de pesos; sin embargo, en los Precriterios 2023 ahora se prevé que los recursos destinados a este rubro sumen 869,337 millones de pesos. Esta última estimación se ve bastante optimista y no se puede descartar que el costo financiero rebase los 900 mil millones de pesos este año.
Finalmente, también está el riesgo de caer en una recesión, tanto en Estados Unidos como en México. Como lo he venido señalando en este espacio, las expectativas de crecimiento económico por parte de analistas se han venido ajustando a la baja. En la más reciente Encuesta Citibanamex de Expectativas, se menciona que en cuanto a crecimiento del PIB para 2022 éstas disminuyeron a 1.9% de 2.0%, pero el rango de pronósticos para el crecimiento este año ahora va desde los más pesimistas que lo ven en 1.1% hasta los más optimistas que lo ubican en apenas 2.3%.
En el caso de Estados Unidos, el pasado 16 de marzo, la FED recortó su pronóstico de crecimiento de su PIB a 2.8%, desde una perspectiva previa de 4.0%. Sin embargo, hay voces como la del director ejecutivo de JPMorgan Chase, Jamie Dimon, que advierten del riesgo de que la FED lleve accidentalmente a la economía estadounidense a una recesión mientras combate la inflación, está aumentando. Esto desde luego que debe preocuparnos porque ahora somos más dependientes que antes en el desempeño de la economía de Estados Unidos para crecer. Una recesión en nuestro vecino del norte, terminará por descarrilar la economía de México, convirtiendo este sexenio en el de peor desempeño económico desde la Gran Depresión.
El gran problema es que en México no se están tomando medidas contracíclicas para evitar este escenario, y no se trata de endeudar más a México (para este año la SHCP contempla que los requerimientos financieros del sector público federal sean equivalentes a 3.7% del PIB, de ese tamaño será la deuda adicional de este año), sino de crear una atmósfera propicia para la inversión y los negocios, pero el actual gobierno federal, ni eso está dispuesto a realizar. Preparémonos para al menos dos años de elevada inflación y carestía, bajo crecimiento económico y una continuada incertidumbre mundial.
Hay un problema inflacionario de precios al consumidor en la mayoría de los países del mundo y en México la situación es aún más grave comparada con la de la mayoría de naciones. En Estados Unidos se acaba de informar que su inflación anualizada en noviembre fue de 6.8%, la tasa más alta desde 1982. Por su parte, en Canadá es de 4.7%, Alemania 5.2%, Irlanda 5.3%, España 5.6%, Polonia 6.8%, Rusia 7.45%, Brasil 10.7%, y pues en nuestro país el alza de precios anualizada fue de 7.37% en el onceavo mes de 2021. Para nosotros en México, una inflación superior al 5% anual podría parecer “normal” y estamos “acostumbrados” a lidiar con ella, pero en EE.UU. y Europa la escalada de precios es el principal tema en materia económica, así como la forma como se debe lidiar con él.
El nivel actual de inflación en los Estados Unidos es similar al que experimentaron a finales de la década de los setentas y principios de los ochentas en las presidencias de Jimmy Carter y Ronald Reagan; mientras que en México estamos viviendo la inflación más alta desde enero de 2001. Sin embargo, las causas del alza de precios de ahora no son las mismas que las del pasado, por lo que las viejas recetas de política monetaria de recortar la oferta monetaria y subir las tasas de interés no necesariamente funcionaran ahora, o al menos sin ocasionar un severo golpe al proceso de recuperación económica en el que nos encontramos.
Es verdad que en Estados Unidos y México se dio un fuerte incremento en su agregado monetario M1, el cual consiste de billetes y monedas en circulación, así como los depósitos a la vista. Entre septiembre de 2019 y el mismo mes de 2021, en EE.UU. M1 aumentó 410.9%, mientras que en México subió 35.8%. Es evidente que en ambos casos el dinero en circulación creció mucho más de lo que lo hizo la actividad económica. Esto sin duda contribuye al crecimiento de los precios, pero en este momento no es la única causa.
Como ya lo señalé, en los Estados Unidos el índice de precios al consumidor subió un 6.8% anualizado en noviembre de 2021, la mayor tasa de inflación anualizada desde junio de 1982. Se observaron aumentos de precios en muchos sectores, incluidos la gasolina, el gas, la alimentación y la vivienda. Este es el sexto mes consecutivo que Estados Unidos experimenta aumentos de precios. Los precios de la gasolina aumentaron un 58.1% en noviembre, el mayor aumento anual desde 1980. En el caso de México, la inflación general fue de 7.37% anualizado en noviembre, pero tenemos diversos bienes y servicios que aumentaron más que eso. Está el caso de frutas y verduras, que subieron 17.8%, los energéticos aumentaron 15.41%, los productos pecuarios subieron 11.44%, mientras que el rubro de alimentos, bebidas y tabaco presenta un crecimiento de 7.59%.
Es verdad que los estímulos económicos que dio el gobierno de Estados Unidos a su población, durante la presidencia de Donald Trump y en la de Joe Biden, impulsaron una fuerte recuperación de la demanda de bienes y servicios, cuando la producción de bienes y servicios en muchos países aún estaba cerrada, lo que provocó escasez de diversos productos e insumos para la producción, de igual manera escasearon los contenedores y hubo saturación en los puertos para despachar las mercancías que venían de Oriente. También es cierto que estamos viviendo en un “crunch” energético porque muchas compañías han dejado de invertir en los combustibles fósiles cuando aun no estamos listos para depender exclusivamente de las energías renovables.
Con esto en mente y al analizar los componentes de los índices de precios que más están aumentando, que la inflación que ahora vemos en México y Estados Unidos no es causada exclusivamente por un fenómeno monetario, sino que es un problema estructural global. Por lo que la vieja receta de subir tasas de interés no hará que bajen los precios de las frutas, ni resolverá los problemas logísticos internacionales, ni hará que baje el precio del petróleo (al menos en el corto plazo).
Debemos recordar que la situación inflacionaria de principios de los ochentas y en los noventas en México fue causada por las tres crisis económicas de balanza de pagos que sufrimos (III/82 a IV/83, I/86 a I/87 y I/95 a IV/95), las cuales se traducían en fuertes devaluaciones del peso, encarecimiento de importaciones, inflación, alza en tasas de interés y caídas generalizadas del PIB durante varios trimestres. En el caso de Estados Unidos, los problemas inflacionarios de finales de los setentas y principios de los ochentas fueron impulsados por lo que se llamó “estanflación”, una combinación de desempleo de dos dígitos, inflación y altas tasas de interés. El abandono del patrón oro, la revolución iraní, los controles de precios y salarios de la era Nixon y una serie de otros factores contribuyeron a las tasas de inflación del pasado estadounidense.
En los últimos 18 meses, a nivel global, hemos sufrido más una inflación como la que ocurre cuando estamos en guerra o en una crisis financiera. La pandemia ocasionada por el Partido Comunista Chino y su Covid-19, cerró la producción de muchos sectores económicos, por lo que poner en funcionamiento esos sistemas lleva tiempo, especialmente en una situación en la que una nueva variante del covid-19 puede retrasar el proceso una y otra vez. Las cadenas de suministro simplemente no han tenido la oportunidad de recuperarse de manera que pueda mantenerse al día con la creciente demanda, impulsada por los miles de millones de dólares de estímulo que Estados Unidos dio a sus consumidores.
Los problemas de la cadena de suministro y el transporte pueden ayudar a explicar por qué los precios de la gasolina son más altos ahora que en 2008, cuando el costo del barril de petróleo era mucho más alto que en la actualidad. Los precios de muchas mercancías, frutas, verduras y productos pecuarios seguirán aumentando independientemente del nivel de las tasas de interés. Esto por el simple hecho de que la oferta no ha seguido el ritmo de crecimiento de la demanda. No importa lo que hagan con las tasas de interés, el problema de inflación no se resolverá hasta que aumente la producción, o sea, no se trata de descarrilar el proceso de recuperación golpeando la recuperación de la demanda agregada de consumo y de inversión empresarial.
En Estados Unidos el Banco de la Reserva Federal (FED) anunció el 3 de noviembre que comenzarían a disminuir lentamente (en 15 mil millones de dólares menos al mes) su programa de compra de bonos que venía siendo de 120 mil millones de dólares que venía comprando al mes. Sin embargo, se espera que en su reunión del 14 y 15 de diciembre, la FED discuta la posibilidad de acelerar el fin de su programa de compra de bonos. Si la FED decide reducir sus compras de bonos más rápidamente, también podría comenzar a subir las tasas de interés más rápido, tal vez tan pronto como marzo o abril de 2022. Los inversionistas estarán atentos a las nuevas previsiones de tasas de interés de la FED.
El Banco de México tendrá su última reunión de 2021 este jueves 16 de diciembre y prácticamente la totalidad de analistas estamos seguros de que habrá un nuevo incremento en la tasa de interés objetivo a un día, misma que en la actualidad está en 5.00%. La mayoría de analistas se inclina a pensar que será un aumento de un cuarto de punto porcentual, pero no se descarta que el alza sea de medio punto hasta 5.50% si la FED anuncia que tomará medidas más contundentes contra la inflación. Sin embargo, el perfil de los nuevos integrantes de la Junta de Gobierno (más paloma que halcón) nos hace pensar que cuidarán no estropear el proceso de recuperación de la economía mexicana, mandando también una señal de que están preocupados por la inflación y la estabilidad del tipo de cambio, por lo que lo más probable es que vemos que la tasa objetivo cierre 2021 en 5.25%.
Al final, con independencia de los aumentos que veamos en tasas de interés en México, el problema inflacionario por el que transitamos es estructural por lo que tardará al menos dos años en resolverse. Esperemos que no se agrave más y no se cumpla el pronóstico de los más pesimistas de que veremos tasas de inflación superiores al 10 por ciento.
El 16 de septiembre de este año, el gobierno de Pekín presentó su solicitud formal para formar parte del Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP), que es un acuerdo comercial integrado por 11 países, cuyos miembros incluyen a Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. China envió una notificación al ministro de comercio de Nueva Zelanda, quien funge como el miembro designado del CPTPP que actúa como depositario de los asuntos administrativos.
En el caso de México, los dirigentes de sectores sensibles como calzado y vestido han manifestado su rechazo total al ingreso de China al CPTPP, ya que dicha nación sigue realizando prácticas poco competitivas al no ser una economía de mercado con precios distorsionados. A la fecha no ha habido una respuesta formal por parte del gobierno de México ante la solicitud de China, no obstante que existe una cláusula en el Tratado México, Estados Unidos, Canadá (T-MEC) que limita a México a negociar acuerdos comerciales con economías de no mercado, como la de China. Sin embargo, no sería sorpresa que en el discurso, México le diera el visto bueno a China, sobre todo a la luz de los guiños que ha tenido el presidente López Obrador con Xi Jinping, a quien se le dio un espacio para hablar a través de un video grabado para la reciente VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Otros países han sido más francos y expeditos al fijar una postura respecto a China, como es el caso de Australia, que señaló que no estaría dispuesta a negociar la solicitud de China para unirse al CPTPP a menos de que Beijing elimine los aranceles de represalia que ha impuesto sobre los productos australianos. Por su parte, Japón mantiene una relación tensa con China por su intrusión en las aguas de las islas Senkaku administradas precisamente por Japón, por lo que no sería sorpresa que manifieste una negativa en tanto ese asunto se resuelve.
Con independencia de lo anterior y de la habilidad de China de cumplir lo que manda el CPTPP a sus países miembros. Existe una gran brecha entre los estándares básicos del CPTPP y los compromisos vigentes de China en otros acuerdos comerciales. El CPTPP tiene capítulos sobre el trabajo y las empresas estatales que exigen la libertad de asociación, eliminan todas las formas de trabajo forzoso y establecen disciplinas sobre las actividades comerciales de las empresas públicas; mientras que el RCEP (Asociación Económica Integral Regional) no lo hace. Tanto el CPTPP como el RCEP contienen un capítulo sobre comercio electrónico, pero los compromisos asumidos son muy diferentes. No se trata solo de que las disposiciones digitales del CPTPP van más allá (por ejemplo, que prohíben la divulgación forzada del código fuente), sino que están sujetas a la solución de controversias entre las partes y no permiten que se invoquen exenciones de seguridad nacional autoevaluables (algo a lo que China es muy proclive).
En este contexto, es importante analizar el papel que Estados Unidos pueda tomar en esta posible negociación de los países miembros del CPTPP con China. En un artículo editorial publicado el pasado 29 de septiembre en el Wall Street Journal y titulado “Estados Unidos tiene un camino para regresar al comercio del Pacífico”, Tim Groser, Ministro de Comercio de Nueva Zelanda del 2008 al 2015 y embajador en los EE.UU. de 2016 a 2018, se señala que Estados Unidos, por razones militares y políticas que contrarresten a China, debe regresar al Tratado Transpacífico. Esto a pesar de que en principio este no es un tema que sea prioritario para el Presidente Joe Biden, ni para los legisladores republicanos ni demócratas.
Recuerda que fue en febrero de 2017 cuando el presidente Donald Trump daba su primer discurso en una sesión conjunta del Congreso. Fue en esa ocasión que el presidente anunció la retirada de Estados Unidos del recientemente negociado Tratado Transpacífico (TPP). Tim Groser relata que mientras Trump daba su discurso, él recordaba una conversación que había tenido con un embajador asiático, particularmente astuto, quien le había dicho que si alguna vez se escribía un libro sobre el declive de la influencia estadounidense en Asia y la región del Indo-Pacífico, su primer capítulo sería un relato sobre la retirada de Estados Unidos del TPP.
Se debe reconocer que en gran parte, fue gracias a la valiente decisión de Japón de avanzar sin EE.UU., que el TPP sobrevivió. Con algunos cambios en algunas de sus disposiciones y un nuevo apodo fue que el TPP se volvió “integral y progresivo” y se convirtió en CPTPP. Nada hubiera sido posible si Japón, por mucho la economía dominante que queda en el acuerdo, hubiera tomado una decisión distinta.
Para Groser, la reciente decisión de China de solicitar acceso como miembro del CPTPP debería ser un recordatorio para los legisladores republicanos y demócratas por igual, de que si Estados Unidos se toma en serio competir con China en la región del Indo-Pacífico, debe enfrentar una realidad central: habiéndose retirado del TPP, Estados Unidos muestra que no tiene una estrategia comercial para respaldar su postura militar en la región. China es el principal socio comercial de muchos países del Indo-Pacífico. El tamaño de la economía de China, así como su ambición militar y geoestratégica, significa que Pekín estará en el centro del debate sobre todos los problemas regionales y globales del siglo XXI, desde el cambio climático hasta el comercio. Su capacidad para influir en los resultados de esos problemas estará determinada por el grado de influencia que EE.UU. mantenga en la zona, y no se ve que vaya a ser mucha.
Todavía no sabemos a dónde conducirá el nuevo guion político que el Partido Comunista Chino está escribiendo sobre el rumbo de la segunda economía más grande del mundo. Cuando Deng Xiaoping, hace 40 años, orientó a China hacia el crecimiento y una economía abierta con su lema “ser rico es glorioso”, fue el comienzo del programa de reducción de la pobreza más grande de la historia de la humanidad. Cientos de millones de chinos salieron de la indigencia y se abrieron enormes oportunidades para los socios comerciales de China. Sin embargo, las cosas se han estado moviendo hacia atrás últimamente, en la dirección de una mayor centralización y control estatal. En este sentido, se podría argumentar que la propia China necesita un equilibrio a partir del compromiso total de Estados Unidos en la región.
El pueblo chino se ha beneficiado del compromiso positivo de Pekín con el modelo económico liberal diseñado por Estados Unidos. Las opciones y estrategias comerciales futuras de China serán fundamentalmente diferentes si no se les pone un freno a través de una estrategia económica comercial estadounidense sólida y exitosa en la región Indo-Pacífico.
Curiosamente, Estados Unidos está paulatinamente implementando los elementos de un nuevo compromiso regional. Es verdad que ninguna política exterior (o política comercial) es políticamente sostenible sin un electorado nacional sólido que la respalde. El comercio ha sido durante mucho tiempo un tema tortuoso en la política interna estadounidense, particularmente para los demócratas, porque el cambio económico crea ansiedad en la clase media (por esa razón este segmento del electorado apoyó a Donald Trump en su campaña de 2016). Cuando las personas se encuentran bajo una fuerte presión económica, el comercio siempre será un buen chivo expiatorio.
En septiembre de 2020, la Fundación Carnegie para la Paz Internacional publicó un documento técnico titulado “Hacer que la política exterior de los Estados Unidos funcione mejor para la clase media”. Entre los autores se encontraba Jake Sullivan, quien ahora es asesor de seguridad nacional del presidente Biden. El enfoque de la Casa Blanca para calmar los temores tradicionales de los demócratas de un cambio económico inducido por el comercio internacional parece claro: apuntalar la política interna antes de avanzar agresivamente en cualquier acuerdo comercial internacional.
Sin embargo, el reciente establecimiento del acuerdo de seguridad de AUKUS, entre los EE.UU., el Reino Unido y Australia, no puede dejar ninguna duda de que la administración Biden ve al Indo-Pacífico como el escenario más importante de competencia estratégica con China. Kurt Campbell, el coordinador del Consejo de Seguridad Nacional para el Indo-Pacífico, ha dejado en claro que la estrategia de Estados Unidos en la región debe extenderse más allá de un plan militar para proteger a los aliados estadounidenses de las ambiciones expansionistas de China. Necesita un componente económico.
No obstante lo anterior, en opinión de Tim Groser, es poco probable que EE.UU. rectifique el error de haber dejado el TPP solicitando unirse al CPTPP. Biden ha dicho que se opondría a unirse al acuerdo original sin una renegociación. Eso por sí solo dificultaría que Estados Unidos vuelva a entrar. Pero también es cierto que el entorno estratégico ha evolucionado. Gran parte del TPP, como sus disposiciones sobre comercio y medio ambiente, siguen siendo pertinentes, pero los últimos cinco años han agudizado la comprensión del mundo respecto de las políticas sobre cuestiones clave como el comercio digital y las empresas estatales. Además, hay un chico nuevo en el bloque del TPP: el Reino Unido, la sexta economía más grande del mundo, un importante socio de inteligencia y defensa de los EE.UU. que ha manifestado que quiere unirse al tratado. El deseo del Reino Unido después del Brexit de expandir sus horizontes más allá de la Europa geográfica se desprende del acuerdo comercial anunciado este verano entre Londres y Canberra.
Independientemente de los resultados de las elecciones al Congreso estadounidense en 2022, la participación activa en política exterior siempre requiere del apoyo de los dos partidos políticos estadounidenses. El Tratado entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC), que actualizó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), se aprobó fácilmente con el apoyo de republicanos y demócratas durante la administración Trump. Si Estados Unidos vuelve a comprometerse con el TPP, debería rebautizarse como Acuerdo de Asociación Económica Indo-Pacífico. Un nuevo nombre podría facilitar la venta políticamente.
Groser concluye su artículo señalando que ya había mucho en juego en la región incluso antes del movimiento agresivo de China sobre Hong Kong, sus amenazas a Taiwán y su creciente guerra comercial con Australia. Ahora se vuelve necesario que los líderes políticos estadounidenses de ambos partidos comiencen a hablar sobre que la participación en la región es fundamental para cerrarle la puerta a China, no solo en los niveles político y militar, sino en la arquitectura comercial y económica que moldeará las relaciones económicas durante la próxima década y más allá. Sólo entonces el astuto embajador asiático, podrá descansar tranquilo, seguro de saber que el declive de la influencia estadounidense en el Indo-Pacífico es un libro que nunca se escribirá.
El pasado jueves 18 y viernes 19 de marzo, los Estados Unidos y China sostuvieron conversaciones de alto nivel en la ciudad de Anchorage, Alaska. Estas reuniones terminaron con un tono amargo y pusieron nuevamente en perspectiva la creciente rivalidad entre ambas naciones, complicando los esfuerzos de las dos potencias para derribar barreras y evitar que las tensiones sigan aumentando.
Las reuniones cubrieron una serie de temas que durante el año pasado llevaron las relaciones entre Estados Unidos y China a su punto más inestable en décadas: la represión de China contra Hong Kong, la represión de los musulmanes en Xinjiang, el control de tecnologías críticas, los reclamos de China contra Taiwán y Japón y en el Mar de China Meridional, entre otros.
En esta entrega me centraré en los aspectos económicos y comerciales, primero presentando los indicadores que dan cuenta de la situación económica de China en el arranque de 2021 y posteriormente abordo la situación que guarda el Acuerdo Comercial de Fase Uno, que fue firmado en enero de 2020 entre Estados Unidos y China.
La evolución de China en el arranque de 2021
Las cifras oficiales muestran que la actividad económica china aumentó fuerte en el comparativo del primer bimestre de 2021 respecto de los mismos meses de 2020, cuando dicha nación era azotada por el coronavirus, aunque el panorama se ve ligeramente menos optimista cuando se compara con el desempeño que registraron en el cuarto trimestre de 2020.
Los datos económicos publicados el 15 de marzo por parte de la Oficina Nacional de Estadísticas de China, mostraron que la producción industrial, el consumo, la inversión y las ventas de viviendas en enero y febrero aumentaron más del 30% con respecto al mismo período del 2020, cuando la economía china estaba cerrada en gran medida para contener el coronavirus. Concretamente, tenemos que la producción industrial en el período enero-febrero aumentó 35.1% respecto al año anterior, mientras que las ventas minoristas (un indicador importante del consumo de China), se expandieron 33.8% durante ese mismo período de tiempo.
Por su parte, los volumen de ventas de viviendas, un indicador de la demanda, se dispararon un 143.5% en los dos primeros meses de 2021 respecto al año anterior; mientras que el valor de la inversión inmobiliaria subió 38.3% en el mismo periodo. Aunado a lo anterior, la inversión en activos fijos aumentó 35.0% durante ese período en comparación con el año anterior.
No obstante este buen desempeño, a varios analistas les preocupa que el desempleo urbano en China, subió al 5.5% en febrero, desde un 5.4% en enero y 5.2% en diciembre.
Lo que todos estos indicadores indican es que la recuperación económica continúa en la segunda economía más grande del mundo, aunque es evidente que ésta se desaceleró un poco a partir de enero, debido a la imposición de nuevos controles a la movilidad para contener una nueva ola de contagios por el virus. Los sectores más afectados fueron el consumo minorista en los restaurantes y en las tiendas
No obstante lo anterior, derivado de la caída anualizada de 6.8% en el PIB chino en el primer trimestre de 2020, es que se espera que en el primer trimestre de 2021 su PIB crezca en 15% o más. Es importante señalar que la economía china solo cayó el primer trimestre de 2020, ya que en el segundo trimestre creció 3.2%, en el tercero lo hizo en 4.9%, mientras que en el cuarto aumentó 6.5%.
Para todo el año 2021, el gobierno chino se ha fijado una meta de crecimiento del PIB relativamente modesta para sus estándares, siendo ésta de 6% o más. Esto les da oportunidad para ir dejando paulatinamente los estímulos fiscales y así comenzar a controlar el crecimiento de su deuda. Muchos economistas dicen que la economía de China podría crecer un 8% o más en 2021, incluso con políticas fiscales y monetarias más restrictivas.
¿En qué se ha fincado la recuperación de China? Desde que los principales indicadores económicos de China se desplomaron a tasa de doble dígito en el primer trimestre del año pasado, la economía se ha recuperado en gran medida, liderada por la manufactura y las exportaciones. A partir de 2021, la producción de las fábricas de China ha sido impulsada por una fuerte demanda externa y políticas gubernamentales que alentaron a los trabajadores a permanecer en sus lugares de trabajo en lugar de irse a sus casas para la celebración del Año Nuevo Lunar. Esas políticas tuvieron el doble efecto de contener las infecciones e impulsar la producción.
Los conflictos comerciales con Estados Unidos continuarán
El éxito económico de China y la llegada del presidente Joe Biden en los Estados Unidos no han relajado en lo más mínimo el estado de cuasi guerra fría que libran ambas naciones. Esto es evidente por las declaraciones públicas de varios altos mandos de la Administración Biden que indican que el Acuerdo Comercial de Fase Uno (firmado en enero de 2020 en la Administración Trump) no será abandonado. A menos de que el comportamiento de Beijing cambie considerablemente, el enfoque de la Administración Biden para el comercio con China no será muy diferente al de la pasada administración.
De acuerdo con un análisis de Mervyn Piesse, Gerente de investigación del Programa de investigación de crisis mundial de alimentos y agua de Future Ditrections International, se destacan los siguientes puntos clave de lo que podemos esperar de la relación entre Estados Unidos y China:
1. Es poco probable que el enfoque comercial de la Administración Biden con China sea significativamente diferente al de su predecesor. Parece que continuarán los aranceles punitivos y otras medidas que buscan fomentar el cambio sistémico dentro de China.
2. Si bien el acuerdo comercial de la Fase Uno entre Estados Unidos y China está bajo revisión, es poco probable que la Administración Biden lo altere significativamente.
3. No se espera que China cumpla con los objetivos de importación de mercancías estadounidenses establecidos en el acuerdo comercial, pero los funcionarios estadounidenses parecen estar satisfechos con el progreso que Beijing ha logrado en otros puntos del acuerdo.
4. Las declaraciones de varios altos funcionarios de la Administración Biden también sugieren que es probable que el proceso de desvinculación económica de China continúe de alguna forma.
A continuación se explican algunos detalles de estos puntos:
Como antecedente tenemos que el ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, inició una guerra comercial contra China el 6 de julio de 2018, al imponer un arancel del 25% a productos chinos con un valor de 34 mil millones de dólares (mmdd). Este fue el primero grupo de una serie de aranceles punitivos que se fueron imponiendo. En 2019, la administración estadounidense aumentó los aranceles sobre prácticamente todas las importaciones de China.
En enero de 2020, China y Estados Unidos firmaron el Acuerdo Comercial de Fase Uno, y China acordó comprar al menos 200 mmdd más en productos y servicios estadounidenses que en 2017 durante el período de dos años 2020-21. Trump en su momento calificó el acuerdo como “un paso importante…hacia un futuro comercial justo y recíproco con China”.
Según el gobierno chino, China estaba dispuesta a cumplir con sus obligaciones. Pero evidentemente la pandemia de Covid-19 y el cierre de actividades productivas, evitó que los exportadores estadounidenses pudieran suministrar a China suficientes bienes y servicios. Según las aduanas de China, las importaciones totales de bienes y servicios estadounidenses del país en 2020 ascendieron a 94 mmdd, más del 40 por ciento por debajo del objetivo. La cifra de compras por parte de China era aproximadamente la misma que en 2017, es decir, antes de que Trump desencadenara la guerra comercial.
La mayor parte del déficit estaba en la manufactura, que representó el 70% de los bienes del Acuerdo Comercial de Fase Uno. Las exportaciones estadounidenses a China en esta categoría se acordaron en 99 mmdd. Sin embargo, el valor real de las exportaciones estadounidenses fue de solo 57 mmdd en 2020, incluso más bajo que el año anterior. El suministro de recursos energéticos avanzó a un ritmo lento, totalizando solo 10 mmdd contra los 26 mmdd previstos. Y la exportación de productos agrícolas estadounidenses, que fue demasiado sensible para Trump, fue la más cercana de cumplir su objetivo al sumar 27 mmdd, ligeramente por debajo de los 33 mmdd acordados.
Cabe señalar que los compromisos de compra antes mencionados son solo un elemento del acuerdo comercial y, si bien son su componente principal, otros elementos se han implementado con mayor éxito. En junio de 2020, por ejemplo, Beijing había completado 50 de los 57 cambios estructurales que acordó realizar para mejorar el acceso a su mercado para los exportadores estadounidenses. Robert Lighthizer, el Representante Comercial de la Administración Trump, declaró en su momento que Beijing ha hecho un “trabajo razonablemente bueno” en la implementación de partes del acuerdo y que la Administración Biden debería continuar en su implementación.
Según los términos del acuerdo, Beijing acordó realizar reformas estructurales a su régimen económico y comercial en las áreas de propiedad intelectual, transferencia de tecnología, acceso al mercado agrícola, servicios financieros y de divisas, así como en el tipo de cambio. El Secretario de Agricultura de Estadcos Unidos, Tom Vilsack afirmó que China ha realizado reformas significativas a sus normas sanitarias y fitosanitarias, lo que ha aumentado el acceso de Estados Unidos a partes clave del mercado chino. Sin embargo, también sugirió que China no ha adoptado completamente las reformas a las que se comprometió en virtud del acuerdo. Si no logra más avances en el segundo año del acuerdo, entonces sugiere que Estados Unidos deberá entablar más negociaciones con Beijing para encontrar medidas de reforma alternativas. Los líderes comerciales republicanos están alentando a la Administración Biden a presionar a China para que cumpla plenamente con el Acuerdo Comercial de la Fase Uno y comience las negociaciones en la segunda fase.
La Agenda de Política Comercial de la Administración Biden recientemente publicada, no es diferente a la de la Administración Trump. Reconoce que las prácticas comerciales coercitivas e injustas de China dañan a los trabajadores estadounidenses, amenazan su ventaja tecnológica, debilitan la capacidad de recuperación de su cadena de suministro y socavan sus intereses nacionales. Abordar el desafío de China requerirá una estrategia integral y un enfoque más sistemático que el enfoque fragmentado del pasado reciente.
La agenda considera que el programa de trabajo forzoso en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang es particularmente perjudicial para el trabajo estadounidense y los valores liberales universales. Es por ello que se espera que la Administración Biden continúe presionando a Beijing para que promulgue reformas económicas y sociales que beneficien a los trabajadores estadounidenses y defiendan los valores estadounidenses.
Conclusiones
El análisis en retrospectiva muestra que los esfuerzos de la Administración Trump para cambiar las prácticas económicas chinas a favor de Estados Unidos fracasaron en gran medida. A finales de 2020, por ejemplo, los inversores estadounidenses seguían teniendo 1.1 billones de dólares en acciones emitidas por empresas chinas, lo que sugiere que el proceso de disociación económica ha sido lento. China también se convirtió en el mayor receptor de inversión extranjera en 2020, superando a Estados Unidos por primera vez. El déficit comercial de Estados Unidos con China al final del mandato de Trump en el cargo es aproximadamente igual al que tenía al final del mandato de Obama. Los consumidores estadounidenses de todo el espectro político, sin embargo, han indicado que están dispuestos a pagar más por productos fabricados en EE.UU. si ello conduce a una menor dependencia de la fabricación china. Ya veremos si ese deseo se reflejará en la relación comercial y de inversión entre los dos países.
Todo parece indicar que Estados Unidos seguirá esforzándose por evitar que China adquiera una mayor relevancia económica mundial, a la luz de las herramientas que utiliza para lograr su objetivo de expansión, como lo son las prácticas desleales de comercio, el robo de propiedad intelectual, la utilización de trabajo forzoso, entre otros. En este sentido, el propio Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, se ha referido a China como el desafío más importante para el sistema internacional estable y abierto. Ha señalado que EE.UU. necesitaría “utilizar todas las herramientas para evitar que los países roben nuestra propiedad intelectual o manipulen sus monedas para obtener una ventaja injusta”.
Finalmente, es de esperarse que la Administración Biden busque trabajar en conjunto con sus aliados, en lugar de seguir el enfoque de “Estados Unidos Primero” de la Administración Trump. Esto queda claro en el documento de Orientación Estratégica de Seguridad Nacional Provisional, publicado recientemente, el cual establece “Nuestras alianzas democráticas nos permiten presentar un frente común, producir una visión unificada y unir nuestras fuerzas para promover altos estándares, establecer reglas internacionales efectivas y hacer que países como China rindan cuentas”.
Es probable que la Administración Biden continúe presionando a China para que se adhiera a la reforma económica y política y tampoco abandonarán el Acuerdo Comercial de Fase Uno. Queda claro pues que el enfoque de la administración Biden con respecto a la relación comercial con China no es ni será significativamente diferente al de la administración anterior.
Alejandro Gómez Tamez*
Director General GAEAP*
alejandro@gaeap.com
En Twitter: @alejandrogomezt
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La revista inglesa The Economist publicó su edición titulada “El Mundo en 2021”, la cual contiene diversos artículos que analizan a profundidad lo que podemos esperar para el año que viene a nivel global. En esta entrega quiero hacer referencia a dos piezas: la primera de Tom Standage, editor de la edición “El Mundo en 2021”; y la segunda, de Zanny Minton Beddoes, editora en jefe de The Economist, titulado “Después de la crisis, oportunidad”. Me parece que ambas son lecturas imperdibles que nos dan una buena idea sobre qué esperar para el año que viene en el ámbito mundial, y cómo Estados Unidos podría regresar a liderar nuevamente la escena mundial.
El mundo en 2021
Tom Standage publicó una carta en la que menciona las 10 tendencias que habremos de observar en año 2021, mismas que dejan claro que no todo será fatalidad y tristeza como en el año que está por concluir. La carta comienza haciendo la pregunta de si nos sentimos con suerte. El número 21 está relacionado con la suerte, como el riesgo de lanzar los dados, es el número de puntos en un dado estándar y es el nombre de una familia de juegos de cartas, incluido el blackjack.
Todo esto parece extrañamente apropiado para un año de inusual incertidumbre. El gran premio que se ofrece es la posibilidad de controlar la pandemia de coronavirus. Pero en el proceso, abundan múltiples riesgos para la salud, la recuperación económica y la estabilidad social en 2021. A continuación se presentan las diez tendencias a seguir en el próximo año:
1. Peleas por las vacunas. A medida que las primeras vacunas ya están disponibles en cantidad, el enfoque pasará del heroico esfuerzo para desarrollarlas a la igualmente abrumadora tarea de distribuirlas. La “diplomacia” de las vacunas acompañará las luchas dentro y entre países sobre quién debería recibirlos y cuándo. Pero habrá un comodín: ¿cuántas personas rechazarán una vacuna cuando se les ofrezca?
2. Una recuperación económica desigual. A medida que las economías reboten después de la crisis de la pandemia, la recuperación será irregular, ya que los cierres económicos parciales se seguirán imponiendo en diferentes lugares, se removerán y se volverán a imponer conforme la pandemia avance. Y los gobiernos que han dado apoyos, pasarán de una estrategia de apoyar a las empresas (para mantenerlas con vida artificial) a ayudar a los trabajadores que han perdido sus trabajos. Se ampliará la brecha entre empresas fuertes y débiles.
3. Reparando el desorden del nuevo mundo. ¿Cuánto podrá Joe Biden, recién llegado a la Casa Blanca, arreglar de un orden internacional basado en reglas que se desmoronan? El Acuerdo climático de París y el Acuerdo nuclear con Irán son los lugares obvios donde comenzará la presidencia de Biden. La tarea será difícil porque el derrumbe del orden mundial comenzó desde antes de la Presidencia de Donald Trump, por lo que repararlo durará más de los cuatro años que duró su presidencia.
4. Más tensiones entre Estados Unidos y China. No esperen que Biden termine la guerra comercial con China. En cambio, querrá enmendar las relaciones con los aliados para librarla de una manera más efectiva. Muchos países, desde África hasta el sudeste asiático, están haciendo todo lo posible para evitar tomar partido a medida que aumenta la tensión.
5. Empresas en primera línea. Otro frente para el conflicto entre Estados Unidos y China son las empresas, y no solo los ejemplos obvios de Huawei y TikTok, en la medida en la que los negocios se convierten más en un campo de batalla geopolítico. Además de la presión desde arriba, los jefes de estas grandes empresas también se enfrentan a la presión desde abajo, ya que los empleados y clientes exigen que se tomen posiciones más firmes sobre el cambio climático y la justicia social, donde los políticos han hecho muy poco.
6 Después de la tecno-celeración. En 2020, la pandemia aceleró la adopción de muchos comportamientos tecnológicos, desde videoconferencias y compras en línea hasta trabajo remoto y aprendizaje a distancia. En 2021, será más claro hasta qué punto estos cambios se mantendrán o si retrocederán.
7 Un mundo menos suelto. El turismo se encogerá y cambiará de forma, con más énfasis en los viajes nacionales. Las aerolíneas, las cadenas hoteleras y los fabricantes de aviones seguirán teniendo dificultades, al igual que las universidades que dependen en gran medida de los estudiantes extranjeros. El intercambio cultural también se verá afectado.
8. Una oportunidad sobre el cambio climático. Un lado positivo en medio de la crisis es la oportunidad de tomar medidas sobre el cambio climático, ya que los gobiernos de países desarrollados han estado invirtiendo en planes de recuperación ecológica para crear empleos y reducir las emisiones. ¿Qué tan ambiciosas serán las promesas de reducción por parte de los países en la Conferencia de la ONU sobre el Clima, la cual no se pudo llevar en 2020?
9. El año del déjà vu. Ese es solo un ejemplo de cómo el próximo año puede sentirse, en muchos aspectos como una segunda versión del 2020, ya que los organizadores de eventos como los Juegos Olímpicos, la Expo de Dubai y muchas otras reuniones políticas, deportivas y comerciales harán todo lo posible para llevarlas a cabo un año después de lo planeado. No todos tendrán éxito.
10 Una llamada de atención para otros riesgos. Los académicos y analistas, muchos de los cuales han advertido del peligro de una pandemia durante años, intentarán aprovechar esta estrecha ventana de oportunidad para lograr que los responsables de la formulación de políticas tomen más en serio otros riesgos desatendidos, como la resistencia a los antibióticos y el terrorismo nuclear. Hay que desearles suerte.
Tom Standage concluye señalando que el próximo año promete ser particularmente impredecible, dadas las interacciones entre la pandemia, una recuperación económica desigual y una geopolítica conflictiva. Advierte que entre más informados estemos, tendremos mayores probabilidades de sortear los riesgos y las oportunidades que se avecinan.
Después de la crisis, la oportunidad
En el artículo de Zanny Minton Beddoes, la autora aborda lo que considera que son las fuerzas que darán forma al mundo post-Trump y post-covid. Ella comienza señalando que algunos años cobran protagonismo en la historia. Por lo general, es el final de una guerra o el inicio de una revolución lo que marca el cambio de un capítulo a otro, pero el 2020 será una excepción. La derrota de Donald Trump marcó el final de una de las presidencias más divisivas y dañinas en la historia de Estados Unidos. Por su parte, una pandemia única en un siglo ha creado la oportunidad de un reinicio económico y social tan dramático como el de la era progresista. La gran pregunta para 2021 es si los políticos son lo suficientemente atrevidos para comprenderlo.
El Covid-19 no solo ha golpeado la economía global. Ha cambiado la trayectoria de las tres grandes fuerzas que están dando forma al mundo moderno: 1. La globalización se ha truncado, 2. La revolución digital se ha acelerado radicalmente, y 3. La rivalidad geopolítica entre Estados Unidos y China se ha intensificado. Al mismo tiempo, la pandemia ha agravado uno de los grandes flagelos actuales: la desigualdad. Y al mostrar el costo de no estar preparados para un desastre de baja probabilidad pero de muy alto impacto, ha hecho que más mentes piensen en el desastre inevitable e incluso de mayor impacto del próximo siglo: el del cambio climático. Todo esto significa que no hay vuelta atrás al mundo pre-covid.
Esto no será obvio a principios del siguiente año. En medio de la miseria de una segunda ola de contagios y muertos, la atención en muchos países seguirá centrada en controlar el virus. Cuando comience el año nuevo, ya habrá vacunas, aunque no estén todavía ampliamente disponibles. Solo a medida que avance el 2021 y se hagan vacunaciones masivas, quedará claro cuánto en el mundo ha cambiado permanentemente.
Y eso resultará ser mucho, particularmente para Occidente. El mundo post-covid será mucho más digital. Desde el trabajo a distancia hasta el comercio minorista en línea, la pandemia ha reducido años de transformación digital a meses, lo que ha traído consigo un cambio radical en la forma en que las personas viven, lo que compran y dónde trabajan. Los ganadores de este ataque de destrucción creativa incluyen a los gigantes tecnológicos (cuyas ganancias y precios de las acciones han aumentado) y las grandes empresas en general (que tienen los mayores tesoros de datos y los suficientes recursos para invertir en la transformación digital). Las grandes ciudades tendrán que reinventarse. Habremos de presenciar una avalancha de más cierres, especialmente entre pequeñas empresas y en las industrias minorista, de viajes y hotelería.
Aunque la globalización seguirá siendo sobre bienes y capitales que cruzan fronteras, la gente viajará menos. Los países asiáticos que controlaron el virus con mayor eficacia fueron también los que cerraron sus fronteras de forma más estricta. Su experiencia dará forma a las políticas de otros. Las restricciones fronterizas y las cuarentenas permanecerán vigentes mucho después de que disminuyan los casos de covid-19. E incluso después de que se reinicie el turismo, la migración seguirá siendo mucho más difícil. Eso hará mella en las perspectivas de los países pobres que dependen de los flujos de remesas de sus trabajadores migrantes en el extranjero, reforzando el daño causado por la pandemia en sí. Es probable que unos 150 millones de personas caigan en la pobreza extrema a fines de 2021.
El comercio mundial se llevará a cabo en un contexto geopolítico desfavorable. El mercantilismo de Trump desaparecerá, pero las sospechas de Estados Unidos sobre el comportamiento de China no terminarán con la partida del “Tariff Man”, como el presidente Trump se enorgullecía de ser conocido. Se mantendrán los aranceles, ahora aplicados a dos tercios de las importaciones de China, al igual que las restricciones a sus empresas de tecnología. Continuará la fragmentación del mundo digital y su cadena de suministro en dos partes, una dominada por los chinos y la otra por los estadounidenses. La rivalidad chino-estadounidense no será la única influencia de esas dos potencias en la globalización. Castigados por su dependencia de suministros médicos importados y otros bienes críticos (a menudo de China), los gobiernos de Europa a India redefinirán el alcance de las “industrias estratégicas” que deben protegerse. Las ayudas estatales para apoyar esta nueva política industrial se han convertido y seguirán siendo omnipresentes.
Todo esto dejará la economía mundial dividida y debilitada. La brecha entre la fuerza de China (y otras economías asiáticas post-covid) y la debilidad de otros lugares seguirá siendo evidente. La de China fue la única gran economía que creció en 2020; en 2021 su tasa de crecimiento superará el 7%, sustancialmente más alta que la tasa de recuperación en Europa y América. Y, a diferencia de las economías occidentales, su recuperación no se sustentará en enormes déficits presupuestarios o estímulos monetarios extraordinarios. El éxito económico de China y la rápida derrota del covid-19 serán el telón de fondo de un año de celebración triunfal en Beijing, ya que el Partido Comunista celebra su centenario.
El contraste con Occidente será profundo. Estados Unidos comenzará el año con un crecimiento tambaleante, sobre todo por no haber aprobado un paquete de estímulo económico lo suficientemente robusto en los últimos días de la administración Trump. Las economías de Europa serán lentas por mucho más tiempo, con generosos apoyos laborales que atan a las personas a trabajos que ya no existen y mantienen empresas zombis respaldadas por el estado. A ambos lados del Atlántico, la inequidad del impacto del covid-19 será cada vez más clara: los más vulnerables son los más afectados por el virus; la pérdida de puestos de trabajo se concentra entre las personas menos calificadas; la interrupción educativa afectará más a los niños más pobres. La ira pública crecerá, particularmente en Estados Unidos, que entrará en 2021 como un país profundamente dividido.
Con un mundo occidental golpeado y China cacareando, muchos expertos declararán que la pandemia será la sentencia de muerte para un orden mundial liderado por Occidente. Esa afirmación resultará prematura. A pesar de su “diplomacia de las vacunas”, China inspira más miedo y sospecha que admiración. Y a pesar de toda su determinación de llevar a China al centro del escenario, su presidente, Xi Jinping, muestra poco apetito por un liderazgo global genuino. Aunque el desprecio de Trump por los aliados y las incursiones en la diplomacia transaccional han sacudido la confianza en el orden global liderado por Estados Unidos, no la han destruido del todo.
Eso significa que Estados Unidos, una vez más, tendrá la capacidad desproporcionada para moldear el mundo pospandémico, y el hombre más capaz de marcar la pauta es un hombre de 78 años. Joe Biden, quien es considerado como un moderado constructor de consensos cuyas propias posiciones políticas siempre se han acercado al centro de gravedad de su partido, es poco probable que se convierta en el arquitecto del nuevo orden mundial.
Pero podría ser la persona adecuada. La plataforma política de Biden es lo suficientemente ambiciosa. Detrás del lema de “reconstruir mejor” hay un intento audaz, pero no radical, de unir un estímulo a corto plazo con una fuerte inversión en infraestructura verde, investigación y tecnología para acelerar drásticamente la transformación energética de Estados Unidos. Desde ampliar el acceso a la atención médica hasta mejorar el seguro social, el contrato social propuesto por Bidenomics es una versión del siglo XXI de la era progresista: reforma audaz sin izquierdismo peligroso.
En política exterior, Biden reparará las relaciones y reafirmará los valores y el papel global de Estados Unidos. Un veterano de la diplomacia y un multilateralista instintivo y constructor de instituciones, Biden enviará señales fuertes rápidamente: Estados Unidos volverá a entrar en el Acuerdo climático de París, permanecerá en la Organización Mundial de la Salud y se unirá a COVAX, la coalición global para distribuir una vacuna covid-19. Se dirigirá rápidamente a Europa para reafirmar el compromiso de Estados Unidos con la OTAN y la alianza transatlántica, aunque su primera parada será Berlín o París, en lugar del Brexit de Boris Johnson en Gran Bretaña. Biden reafirmará la importancia de los derechos humanos y la democracia para la política exterior estadounidense. Espere críticas más duras a China por su trato a los uigures en Xinjiang y su opresión en Hong Kong. Con Biden ya no habrá más simpatías para con los dictadores.
Sin embargo, en las cuestiones más importantes, la presidencia de Biden ofrecerá más un cambio de enfoque que de dirección. Estados Unidos seguirá preocupado por la amenaza que representa una China en ascenso: la administración Trump merece crédito por centrar la atención en este punto. Pero en lugar de atacar con aranceles unilaterales, el equipo de Biden se centrará en construir una coalición multilateral para contrarrestar a China. Espere que se hable de una gran negociación transatlántica en la que Estados Unidos tranquilizará las preocupaciones europeas sobre sus gigantes tecnológicos, particularmente los datos personales que recopilan y el impuesto que no pagan, a cambio de una estrategia conjunta en contra de las empresas tecnológicas chinas. Espere escuchar de una nueva alianza global, que unirá a las democracias asiáticas en la coalición occidental para contrarrestar a China, la base, posiblemente, de un nuevo tipo de orden mundial liderado por Estados Unidos.
Zanny Minton Beddoes concluye señalando que la oportunidad esta ahí. La pregunta es si el señor Biden lo comprenderá. El riesgo es que, tanto en casa como en el extranjero, una presidencia de Biden demuestre ser extensa en palabras tranquilizadoras y corta en acciones efectivas. De igual forma existe el riesgo de que Biden, esté o no limitado por un Senado controlado por el partido Republicano, dedique demasiado tiempo en reparar el mundo del ayer en lugar de construir el de mañana. En conclusión, el mayor peligro no es la sacudida de la izquierda que temen muchos simpatizantes de derecha, sino la inacción, la timidez y el estancamiento. Para Estados Unidos y el mundo, sería una lástima terrible.
Después de una semana llena de incertidumbre, todo parece indicar que el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, ganó las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Lo único que falta es que se reúna el Colegio Electoral de dicho país y que los delegados lo formalicen. Con esto parece que concluye una etapa de constante incertidumbre mundial y una era de populismo que le “dio alas” para hacer y deshacer a muchos líderes populistas en todo el mundo, incluido al presidente mexicano. El desdén por la verdad, los medios de comunicación, la ciencia, la globalización, así como la práctica de polarizar a la población, tienen ya sus días contados.
Ahora en día, las redes sociales están inundadas de mensajes en el sentido de que el triunfo de Biden es un triunfo de los “socialistas”, pero me parece que no es así. El triunfo de Biden pone un fin a una etapa en la cual la política exterior de los Estados Unidos se regía por el estado de ánimo de Donald Trump y su cuenta de Twitter. Se acabó el solapar lo que sucede en Venezuela porque Maduro es un protegido de Putin, quien a su vez “se la lleva bien” o tiene una relación obscura con Trump. Si las descalificaciones hacia Joe Biden están fincadas en que el Partido Demócrata trabajará más para crear un estado de bienestar en Estados Unidos o si se basan en que los demócratas son pro aborto y los republicanos son anti aborto, pues me parece que están dejando de ver los temas más importantes que nos deben importar a los mexicanos.
Me parece que con la llegada de Joe Biden a la presidencia, veremos una mayor estabilidad global hacía el futuro. Estados Unidos regresará a una agenda de globalización, una agenda en favor del combate al cambio climático y los derechos de los trabajadores, y dejara de socavar a sus aliados históricos con el fin de congraciarse con sus enemigos históricos como Rusia y Corea del Norte.
Sin embargo, a Joe Biden, no le alcanzará su presidencia (sea de 4 u 8 años) para remediar el daño que ha causado Donald Trump, que por muy Republicano que sea, ocasionó un enorme daño a una economía mundial de libre mercado. Y no me refiero al tema de combatir las trampas de los chinos y lo que hicieron creando su virus y enfermedad del Covid-19, y la ventaja que esto les ha dado para la conquista mundial. Me refiero a lo mucho que Donald Trump dañó con su populismo a la economía mundial.
Es así que después del triunfo de Joe Biden, la mayor parte del mundo ha mostrado su beneplácito, sin embargo subsisten aspectos que van a continuar, aunque Donald Trump haya dejado la Casa Blanca. A continuación los explico:
1. La animadversión contra china. Para la mayoría de estadounidenses es bastante claro que China no juega limpio en el comercio mundial. Es un país que no tiene una economía de mercado por lo que los costos de producción de sus fábricas están distorsionados. Los gobiernos provinciales siguen dando subsidios a la exportación, además de que sigue teniendo una gran participación del Estado en la vida económica mediante la participación de empresas públicas. Y eso no es todo, sino que además manipula su moneda en aras de obtener una ventaja en precio en los mercados mundiales (el yuan debería estar más caro).
Si a esto le sumamos que hay serias sospechas de que el virus que causa el Covid-19 salió de un laboratorio de China, pues los políticos estadounidenses, con independencia de su partido político, difícilmente permitirán que un presidente Joe Biden sea suave con China. Si bien es probable que las hostilidades en si guerra comercial bajen de nivel, las exigencias a que China juegue limpio van a seguir.
Por su parte, y esto lo explico más ampliamente en el siguiente punto, los empresarios de Estados Unidos probablemente se lo piensen dos veces antes de invertir fuerte en China, ya que no se descarta que en 4 años llegue a la presidencia otro populista, igual o más duro que Trump, que vuelva a emprender una guerra comercial contra China. Es por ello que considero que las inversiones estadounidenses seguirán saliendo de China y se ubicarán en naciones como Vietnam o Myanmar. A México llegarán unas pocas ya que los inversionistas tampoco confían en las políticas públicas que lleva a cabo el presidente López Obrador. La falta de certidumbre que genera nuestro gobierno no nos permite capitalizar lo que sucede en Oriente.
2. Se ha perdido la confianza en los Estados Unidos. Los problemas de nuestro vecino del norte son muy complejos. Los retos para reactivar su economía, en un contexto de una creciente pandemia de Covid-19 son mayúsculos, por lo que difícilmente Joe Biden será un presidente popular en el mediano plazo. Es por ello, además de su edad, que es probable que él pierda las elecciones de 2024 (si es que se decide reelegir). Es así que puede ser que en 2024, el propio Donald Trump busque regresar a la presidencia de Estados Unidos o lo haga algún otro populista radical republicano.
Ante este riesgo, los países no tomarán muy en serio el regreso de Estados Unidos a la arena mundial y al mundo globalizado. ¿Si Estados Unidos regresa al Acuerdo de París será sólo mientras los demócratas estén en la Casa Blanca? ¿Si Estados Unidos decide incorporarse al Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífica (TIPAT o CPTPP por sus siglas en inglés) será hasta que llegue un radical del partido que sea y decida salirse?
La confianza en las relaciones que los países, sobre todo los aliados europeos, puedan fincar con Estados Unidos se ha deteriorado. Veremos cómo van evolucionando las cosas en el multilateralismo de Joe Biden.
3. La política del “America First”. Como lo señalé líneas arriba, los problemas económicos para Estados Unidos van a continuar. Su planta manufacturera seguirá cabildeando fuerte para que continúen las políticas arancelarias y no arancelarias que le den protección y le permitan crecer. Estados Unidos ya se dio cuenta de que con la amenaza de aranceles punitivos puede doblar a sus adversarios, por lo que seguirá utilizando esta herramienta para buscar fortalecer su manufactura.
Los tiempos en los que Estados Unidos desdeñaba la manufactura y buscaba las maquilas en Asia, han quedado atrás. Nuestro vecino del norte seguirá buscando atraer de regreso a las fábricas y volver a ser una potencia manufacturera. En ese sentido, Estados Unidos mantendrá una dura política comercial y cuando algo no le parezca, seguirá haciendo valer su palabra con amenazas.
En su relación con México, la llegada de Biden a la Casa Blanca y con la videpresidenta Kamala Harris, pondrá una fuerte presión para que los capítulos laborales y ambientales contenidos en el T-MEC se cumplan. La presión para que se fortalezca el sindicalismo y se aplique la reforma laboral en México va a subir de tono.
AMLO apostó por Trump y se equivocó.
A manera de conclusión podemos decir que la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos es una buena noticia para el mundo. Veremos un regreso al multilateralismo y la cooperación, pero el legado de Donald Trump subsistirá, además de que nos queda claro que siempre quedará la puerta abierta para que regrese un populista con un mensaje mesiánico de que resolverá todos sus problemas.
México debe ser inteligente y aprovechar la animadversión contra China y debe entablar una relación de confianza con el nuevo gobierno estadounidense. No creo que le vayan a cobrar muy caro a AMLO la visita de respaldo político que hizo a Washington el pasado 8 de julio, con el pretexto de la ratificación de la entrada en vigor del T-MEC. Sin embargo, les debe quedar bien claro que ya se acabó el gobierno de Donald Trump que les “solapaba” lo que sucedía en México en todos los ámbitos, mientras que nuestro país le detuviera a los migrantes. Ahora si se le exigirán resultados a México, veremos si el gobierno de López Obrador está a la altura.
México es un país sumamente dependiente de su comercio exterior, y en especial del que mantiene con los Estados Unidos. De acuerdo con cifras del INEGI, en el año 2018 México realizó exportaciones con un valor de 450.685 miles de millones de dólares (mmdd), de las cuales 358.285 mmdd tuvieron como destino a nuestro vecino del norte, lo que representa el 79.5% del total. Si tomamos en consideración que en el 2018 el Producto Interno Bruto (PIB) de México sumó 23.517 billones de pesos y el tipo de cambio promedió 19.23 pesos por dólar, entonces se deduce que nuestro PIB fue de 1.222 billones de dólares.
De esta manera, vemos que el total de nuestras exportaciones del 2018 representaron el 38.88% del PIB, mientras que las destinadas a Estados Unidos representaron el 29.3% del PIB. Resulta claro entonces porque cuando el presidente Donald Trump amenazó a México con imponer aranceles del 5% a partir del 10 de junio y aumentarlos mensualmente hasta llegar al 25%, bastantes personas se pusieron muy nerviosas; y es que una caída de nuestras exportaciones a Estados Unidos del 10% representa una disminución del 2.93% de nuestro PIB. Al ver estas cifras y analizar la estabilidad en el comportamiento del tipo de cambio durante la semana 3 al 7 de junio, se puede intuir que el mercado preveía que habría un arreglo entre México y Estados Unidos, tal como el que se anunció el viernes 7.
Ahora que ha pasado la más reciente amenaza económica de Trump, en esta entrega elaboro una serie de consideraciones respecto a la vulnerabilidad de nuestro país por su dependencia con los Estados Unidos, y hago una propuesta de mediano y largo plazo respecto a cómo mitigar una posible caída de exportaciones a Estados Unidos, la cual consiste en trabajar para reducir nuestro gigantesco y creciente déficit comercial con las naciones asiáticas, en especial con China.
De acuerdo con cifras del INEGI, en 2018 México le exportó a China mercancías con un valor de 7.429 mmdd e importamos desde dicha nación bienes con un valor de 83.511 mmdd, lo que nos ocasionó un déficit comercial con dicho país en ese año de -76.082 mmdd. En ese mismo sentido, en 2018 nuestras exportaciones totales a las naciones asiáticas sumaron apenas 25.211 mmdd, mientras que nuestras importaciones desde dichas naciones fueron de 161.014 mmdd, lo que nos ocasionó un enorme déficit en nuestra balanza comercial de -135.803 mmdd. ¿Cómo le hicimos para pagar ese gigantesco déficit comercial? Pues gracias al superávit que tenemos en nuestro comercio con Estados Unidos. En 2018 nuestras exportaciones a nuestro vecino del norte sumaron 358.285 mmdd, mientras que nuestras importaciones desde dicha nación fueron de 215.828 mmdd, lo que nos generó un superávit comercial de 142.457 mmdd. Es así que desde hace muchos años utilizamos nuestro creciente superávit comercial con Estados Unidos para financiar nuestro también creciente déficit comercial con las naciones asiáticas.
Como lo he señalado en otras entregas, el problema de esta situación es que es un problema crónico por lo que empeora año con año. En el primer trimestre de 2019 nuestras exportaciones a China sumaron 1.567 mmdd, cifra 5.1% inferior al valor de nuestras exportaciones a dicho país en el primer trimestre de 2018. Por su parte, nuestras importaciones originarias de China sumaron 19.856 mmdd en el primer trimestre de 2019, cifra 8.7% superior a la observada en el primer trimestre de 2018. De esta manera, en los primeros tres meses del 2019, nuestro déficit comercial con China sumó 18.289 mmdd, cifra 10.0% mayor a la observada en el primer trimestre de 2018.
En cuanto a la situación comercial con la suma de las naciones asiáticas tenemos una situación similar. En el primer trimestre de 2019 nuestras exportaciones a dichas naciones sumaron 6.180 mmdd, cifra 6.9% superior a la observada en el primer trimestre de 2018. Sin embargo, el problema es que nuestras importaciones de mercancías originarias de las naciones asiáticas sumaron 39.668 mmdd en el primer trimestre de 2019, cifra 12.4% superior a la observada en el primer trimestre de 2018. De esta manera, en los primeros tres meses de 2019 nuestro déficit comercial con las naciones asiáticas sumó -33.488 mmdd, cifra 13.5% superior a la registrada en el primer trimestre de 2018.
En este contexto, vemos que Estados Unidos sigue siendo nuestra fuente de divisas para financiar nuestras compras de productos asiáticos. En el primer trimestre de 2019 las exportaciones de México a Estados Unidos sumaron 86.121 mmdd, cifra 4.2% superior a la observada en el primer trimestre de 2018. En el primer trimestre de 2019 nuestras importaciones de mercancías originarias de Estados Unidos sumaron 50.025 mmdd, cifra 0.8% inferior a la observada en el primer trimestre de 2018. De esta manera, en los primeros tres meses de 2019 logramos un superávit comercial con dicha nación por 36.096 mmdd, cantidad 12.1% superior a la registrada en el primer trimestre de 2018.
El Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, en la mesa de negociación con el Vicepresidente Mike Pence.
Ante la contundencia de estos datos que evidencian lo mucho que necesitamos las divisas que nos genera el superávit comercial con Estados Unidos para poder financiar los desequilibrios comerciales con Asia, urge platear soluciones. La verdad es que resulta poco realista decir que debemos buscar exportarle menos a Estados Unidos, cuando lo que debemos hacer es exportarle más a nuestro vecino del norte, pero sobre todo a los demás países con los que tenemos un tratado de libre comercio y que son acuerdos comerciales poco utilizados por nosotros.
Sin embargo, ahora que ya no existen las oficinas de Proméxico, dicha labor se antoja más difícil. Existen algunos organismos promotores del comercio exterior en los estados, como es el caso de COFOCE en Guanajuato. Estos organismos deben pues promover las exportaciones, haciendo énfasis en mercados como el europeo, el Sudamericano y el Japonés.
Para depender menos de EE.UU:, la prioridad para México debe ser disminuir su creciente déficit comercial con China.
Otra política que debemos implementar para depender menos de las divisas que nos genera el superávit comercial con los Estados Unidos es buscar disminuir el déficit comercial con las naciones asiáticas, y en especial con China. Desde diciembre de 2008 México emprendió una desgravación arancelaria unilateral en favor de todos los países que forman parte de la Organización Mundial de Comercio (OMC), bajando los aranceles máximos para los productos manufacturados, que cobra a los países con los que no tenemos tratado de libre comercio, a un nivel de 20% (salvo algunas excepciones en textil, vestido, calzado, entre otros). Esta desgravación arancelaria benefició a muchos países, especialmente a China y Vietnam. ¿Pero cuándo estos dos países han bajado sus aranceles a bienes manufacturados unilateralmente en favor de la economía mundial? La realidad es que no lo han hecho después de su respectivo ingreso a la OMC y tampoco tienen planes de hacerlo en el corto plazo.
Es así que México debería hacer dos cosas en este sentido: 1. Suspender el calendario de desgravaciones arancelarias unilaterales, tales como las de textil, vestido y calzado (programadas para noviembre de este año), y 2. Revisar su política arancelaria, de manera que se ajusten al alza los aranceles de aquellos sectores aquejados por competencia desleal y cuando las diferencias de costo país sean demasiado elevadas. Claro, se deben respetar los acuerdos de la OMC y no rebasar los aranceles consolidados registrados, pero desde luego que hay espacio para ajustar hacía arriba algunas tasas en favor de la producción nacional y en aras de comenzar a resolver los desequilibrios comerciales con las naciones asiáticas. Esto que escribo no es más que proteccionismo para muchos, pero la realidad es que los tiempos del aperturismo indiscriminado ya quedaron atrás y forman parte del discurso de académicos trasnochados que no se han dado cuenta que el mundo ya cambió. México debe cuidar su planta productiva y mantener una sana competencia con el exterior, se debe lograr ese equilibrio.
Necesitamos tomar medidas para anticiparnos a las nuevas amenazas que seguramente nos volverá a lanzar el presidente estadounidense Donald Trump. Faltan 17 meses para las elecciones en los Estados Unidos y les puedo asegurar que los problemas para México no se han terminado. No duden que en uno o dos meses Trump salga a decir que el acuerdo migratorio con México no sirvió y que ahora si impondrá los aranceles, o bien, que salga y diga que la industria automotriz mexicana está acabando con los empleos allá y que pondrá un arancel especial a los autos mexicanos. En fin, todos estamos en riesgo y sabemos que Trump hará y dirá lo que sea en contra de México en aras de aumentar popularidad y reelegirse. Por eso debemos estar preparados, diversifiquemos mercados de exportación y comprémosle menos productos a las naciones asiáticas reactivando nuestra planta productiva nacional.
Después de amenazar con cerrar la frontera con México, ahora Trump amenaza con cobrar aranceles a todas las importaciones originarias de México.
El jueves 30 de mayo, el presidente estadounidense, Donald Trump, volvió a hacer algo que parece disfrutar y es el agarrar a México de “piñata” con el fin de armar un show para satisfacer a su base electoral que está cansada de la creciente inmigración. Como ya ha sido ampliamente comentado, Trump dijo que a partir del 10 de junio impondría un arancel del 5% a todos los bienes importados desde México a menos de que se detenga el flujo de inmigración ilegal a los Estados Unidos, lo que fue visto como un escalamiento de sus amenazas fronterizas que podría tener implicaciones bastante negativas para ambas economías, en especial para la mexicana.
La nueva amenaza de Trump es peculiar porque combina dos de sus temas favoritos: migración y comercio, y llega en un momento en que él ha tenido dificultades para lograr victorias en ambos temas, a menos de año y medio de las elecciones presidenciales en las que estará en juego su reelección.
La Casa Blanca planea imponer aranceles punitivos a las importaciones provenientes de México, comenzando con un 5% e incrementar dichos aranceles mensualmente hasta llegar al 25%, si el flujo migratorio no se detiene. Trump dijo que eliminaría los aranceles solo si toda la migración ilegal a través de la frontera cesaba, aunque otros funcionarios de la Casa Blanca han dicho que les bastaría si México toma “acciones mayores” en el tema. La gran duda para muchos es ¿cómo el elevar el costo de los productos mexicanos puede ayudar a reducir el flujo de migrantes? Lo lógico es que si los aranceles deterioran la economía mexicana, más mexicanos querrán emigrar para buscar un empleo en los Estados Unidos.
De concretarse, es de esperarse que las consecuencias económicas del nuevo plan de Trump se comiencen a sentir rápidamente y que éstas sean severas. En teoría, los aranceles son pagados por las empresas que importan los productos, por lo que las empresas estadounidenses pagarían los aranceles y posteriormente podrían pasarle algunos de estos costos adicionales a los consumidores. Sin embargo, eso es en teoría, pero en la práctica podríamos ver casos en los que el exportador mexicano tenga que absorber el costo del arancel en áreas de mantener el cliente (esto básicamente depende de la elasticidad-precio de la demanda de cada producto importado). En otras palabras, es probable que Estados Unidos nos siga comprando aguacates, pero es difícil saber si nos seguirán comprando zapatos. México le exportó 346.5 miles de millones de dólares (mmdd) a los Estados Unidos en 2018, cifra equivalente al 28% de nuestro Producto Interno Bruto (PIB).
Las importaciones del sector automotriz podrían verse fuertemente afectadas.
Dado lo anterior, no se han hecho esperar las críticas a esta amenaza en ambos lados de la frontera. Nadie puede negar que los flujos masivos de migrantes centroamericanos hacía los Estados Unidos son un problema real; pero la amenaza repentina del presidente Trump es injusta y claramente inapropiada. No solo le atribuye la totalidad de la culpa del flujo migratorio a México, sino que toma de rehén a la débil economía mexicana, además de que encarecerá los productos para los consumidores estadounidenses. Todo debido a una disputa que no tiene absolutamente nada que ver con el comercio internacional.
Por su parte, el presidente Trump socavó la buena voluntad que recientemente se había alcanzado cuando se eliminaron los aranceles al acero y aluminio mexicanos, lo cual se había hecho para promover la ratificación del T-MEC. Ahora las expectativas de que dicho acuerdo pueda ser aprobado por el Congreso estadounidense se han desplomado y Donald Trump le ha vuelto a mostrar al mundo porque es tan difícil, para cualquier contraparte nacional o extranjera, construir con él.
De acuerdo con un artículo editorial publicado por el diario Washington Post, si el presidente Trump en realidad lleva a cabo su ultimátum, tan sólo por frutas y verduras, el consumidor estadounidense comenzará a pagar por los nuevos aranceles unos cuantos cientos de millones de dólares hasta llegar a unos 3 mil millones de dólares en octubre, en caso de que México no haya satisfecho las demandas de Trump para entonces. Si se toma en consideración que en 2018 la totalidad de importaciones originarias de México sumaron 346.5 mil millones de dólares, entonces el costo máximo para el consumidor estadounidense sería de unos 87 mil millones de dólares, suponiendo que no hubiese sustitución de importaciones desde otros países, algo que resulta impensable. Queda claro que Trump no está pensando en términos de costo-beneficio, sino en términos de causar caos en su vecino del sur argumentando “una emergencia y amenaza extraordinaria para la seguridad nacional y economía de los Estados Unidos”.
En cuanto a la legitimidad de la medida, funcionarios de la Casa Blanca creen que Trump tiene la facultad, en base a una ley de 1977, de imponer aranceles en todas las importaciones de ciertos países si cita una “emergencia nacional”. Y hace varios meses, Trump declaró una emergencia nacional a lo largo de la frontera con México debido a un incremento de migrantes cruzando hacía los Estados Unidos. Pero la ley de 1977 nunca se ha utilizado para imponer aranceles de esta manera, y las nuevas acciones de Trump podrían enfrentar retos legales importantes por la diversidad de compañías transnacionales que resultarían afectadas.
En otro editorial de Jeff Spross, publicado en el portal The Week, el autor nos recuerda que Donald Trump se hace llamar “hombre aranceles”, pero la realidad es que él no entiende para que sirve y como funciona su herramienta favorita para torcerle el brazo a sus adversarios internacionales. Trump lanzó sus amenazas contra México, pero no para contrarrestar malas prácticas comerciales por parte de su vecino del sur, sino para detener el flujo de migrantes indocumentados, lo cual carece de lógica.
El Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, se reunirá el miércoles 5 con funcionarios estadounidenses en Washington.
Los críticos de Trump insisten en que cuando un país “A” le impone aranceles a otro país “B”, no es “B” o sus empresas las que pagan los aranceles. Son los consumidores y empresas del país “A” las que acaban pagando los aranceles, por eso consideran que lo que hace Trump es castigar a los consumidores estadounidenses. En teoría, la idea de imponer aranceles es para equiparar los precios de los productos entre ambos países con el fin de conservar producción y empleos. Bajo este tenor, es lógico pensar que en el mediano y largo plazos las empresas mexicanas perderán ventas en los Estados Unidos, y las deberán reemplazar con exportaciones a otros países para evitar ”sufrir alguna forma de dolor económico”, como quiere Trump.
Los aranceles propuestos por Trump causarán una gran disrupción en la industria automotriz, ya que las cadenas de suministro para los fabricantes automotrices descansan en una red compleja en la que los productos van y vienen entre los dos países hasta ocho veces. Entonces la imposición de los aranceles podría provocar que algunos procesos manufactureros intermedios dejen de realizarse en México y se muden a los Estados Unidos o Canadá.
El editorial de Jeff Spross menciona que es verdad que hay casos en los que se han utilizado aranceles punitivos para incidir en las políticas de otros países. Pero si está es la ruta que se va a tomar, pues al menos Estados Unidos debería asegurarse de que México pueda cumplir con sus exigencias. En este caso es difícil ver qué más podría hacer México para agradar a la Administración Trump. En el primer trimestre de este año, México arrestó a 31 mil personas y deportó a otras 22 mil. El país enfrenta un gran problema de corrupción, por lo que la aplicación de la ley se hace aún más difícil. Como ya se mencionó, mucha de la migración que Trump quiere frenar no viene de México, sino que proviene de Centroamérica, con miles de migrantes que huyen de la crisis económica, problemas políticos, violencia, entre otras cosas sobre las que el gobierno mexicano no puede hacer mucho. Y si los nuevos aranceles de Trump logran infligir suficiente “dolor económico” a las empresas mexicanas, ¿Quién llevará la mayor carga de eso? Desde luego que muchos de los trabajadores que pierdan su empleo decidirán migrar hacía el norte, provocando que la migración que Trump quiere controlar sea aun más difícil de atenuar.
Las probabilidades de que se apruebe el T-MEC han disminuido sustancialmente después de la amenaza de aranceles por parte de Trump.
Además, la administración Trump no le dio a México ningún objetivo en términos cuantitativos que el gobierno deba lograr para evitar los aranceles. Esto desde luego que implica que los Estados Unidos nos pueden hacer dejar los aranceles que quieran durante el tiempo que quieran, y nosotros no tendremos elementos para decir “ya cumplimos, quita los aranceles”.
Desde luego que todo esto echa a la basura los esfuerzos por aprobar pronto el T-MEC. Es imposible pensar que los políticos mexicanos y estadounidenses, en sus respectivas esferas, se pongan de acuerdo ahora, cuando la amenaza de nuevos y crecientes aranceles está en el aire. Es así que el presidente Trump ha convertido su mayor iniciativa comercial en algo que el día de hoy es impasable en el Congreso estadounidense.
Pero tal vez ese era el punto. Era poco probable que los legisladores demócratas aprobaran el T-MEC sin realizar revisiones significativas en temas ambientales, laborales y de propiedad intelectual; los cuales posteriormente serían rechazadas por los republicanos. Al castigar y enfurecer a políticos y empresarios mexicanos, Trump podría forzar a México a retirarse del acuerdo antes de que los políticos estadounidenses lo maten. Entonces Trump podría culpar a México de hundir el T-MEC, mientras que su amenaza de poner aranceles por el tema migratorio tendrá a su base política muy contenta. En otras palabras, tal vez Trump no desea que los aranceles contra México entren en vigor y sólo necesita una distracción y una salida.
En un artículo de Robert E. Kelly, publicado el 10 de abril en el sitio de noticias nationalinterest.org, se presenta un interesante análisis respecto a las verdaderas motivaciones del presidente estadounidense Donald Trump, respecto a la guerra comercial que sostiene contra China y reflexiona respecto a cómo podría hacer un mucho mejor trabajo al venderle a la población estadounidense la necesidad de que Washington confronte a Pekín.
La guerra comercial con China del presidente Trump es claramente controversial. Va en contra de los principios estadounidenses de apertura al comercio internacional. Viola las reglas del libre comercio, un precepto básico del capitalismo de mercado y una de las pocas áreas en las que la profesión de economía es prácticamente monolítica respecto a sus recomendaciones de política pública. Y con certeza, una prolongada guerra comercial con la segunda mayor economía del mundo tendrá impactos económicos importantes para todo el mundo, en especial para las dos naciones en disputa. Se dicde que los aranceles de Trump pueden salvar empleos en un sector, pero sólo a costa de perder otros empleos en otros sectores en la medida en que ocurre desviación del comercio y se presentan ineficiencias y disrupciones.
Pero hay una lógica estratégica para la reducción del comercio entre Estados Unidos y China, y es la creciente competencia política y militar con China, especialmente en el este de Asia. Curiosamente, Trump casi nunca utiliza este argumento. Trump se ha referido asimismo como el “hombre aranceles”, y frecuentemente hace comentarios proteccionistas y mercantilistas respecto de sus políticas comerciales. Esto termina por ocasionar resultados absurdos, tales como el que la Casa Blanca asevere que las importaciones de productos canadienses o de los países miembros de la OTAN constituyen un riesgo para la seguridad nacional de los Estados Unidos.
Al enfatizar el proteccionismo como argumento o su motivación respecto a sus acciones contra China, Trump creó una oposición innecesaria. Las elites estadounidenses generalmente aceptan la teoría de la ventaja comparativa como fundamento económico bien establecido desde hace dos siglos. Los propios miembros del Partido Republicano de Trump también han defendido el libre comercio como la forma para asegurar una competencia continua que mantenga el capitalismo de los Estados Unidos vibrante y abierto a nuevos mercados externos para las exportaciones estadounidenses. De manera absurda, Trump se ha instalado en posiciones contrarias a las de un profundo consenso intelectual en Washington (excepto por los miembros más tradicionalistas del Partido Demócrata) y de esta manera creó más oposición a sus políticas de la que era necesario.
En lugar de defender el antagonismo comercial de China como una dudosa iniciativa proteccionista, lo más lógico sería cambiar el discurso de Trump y la casa Blanca a que el comerciar con Pekín significa cada vez más comerciar con el enemigo. Por lo tanto, la economía debe estar sometida a la política, y los estadounidenses deben sacrificar algunos de los beneficios del comercio con China (bienes baratos, capital barato) a cambio del beneficio mayor que implica frenar el incremento de la hegemonía china en Asia, y frenar a la superpotencia que cada vez compite más directamente con los Estados Unidos.
La comunidad de seguridad nacional de los Estados Unidos ha estado preocupada desde hace mucho tiempo respecto al surgimiento de China. Después del colapso de la Unión Soviética, el único posible competidor para los Estados Unidos en el horizonte ha sido China. Otros poderes de tamaño continental como la Unión Europea, Brasil o India son democráticos, mientras que Rusia perdió dos capas de imperio en el colapso Soviético y ha sido muy reducida en poder.
El Partido Comunista Chino sobrevivió el colapso del comunismo de Europa del Este adoptando duras medidas, la más obvia fue la represión de los estudiantes que protestaban en la Plaza de Tianmen en 1989. Esta persistencia, acompañada de la transición hacía una economía de mercado y moderna, significó el posible surgimiento de un súper poder rico y autoritario. Esto podría ser peligroso y las analogías con la Alemania Wilhelmine y la Primera Guerra Mundial son comunes.
En la década de los noventas, sin embargo, esto todavía parecía lejano. En aquel tiempo la comunidad de seguridad nacional podría ser objetada por buscar un nuevo enemigo ahora que los Sovieticos habían dejado de ser una amenaza, o podría ser acusada de ser histérica respecto a China en un momento de unipolaridad sin precedentes. Presionando en contra de los duros contra China estaba la comunidad empresarial, la cual soñaba con entrar en el enorme mercado interno chino, como ha sido desde la Política de Puerta Abierta (Open Door Policy). Más aun, este bloque de “cámara de comercio” derrotó a los duros y a quienes se quejaban de las condiciones laborales chinas en los noventas. Fue así que los Estados Unidos le brindaron trato de Nación Más Favorecida (NMF) a China con el presidente Bill Clinton, y Washington apoyó la entrada de China la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el año 2000.
Clinton capturó bien la lógica estratégica de esto al llamarlo “modernización por sigilio”. El jalar a China a la economía global la liberalizaría abriéndola en lo político y en lo social. Una China más rica estaría menos interesada en la competencia y el nacionalismo, y más interesada en lo material y en los avances de la calidad de vida. El tigre estaría saciado y se comportaría mejor.
Esta era una apuesta razonable en aquel entonces. La modernización y la riqueza han calmado a otros Estados, y esto se puede ver en Europa, Latinoamérica y las democracias del Este de Asia, y era una esperanza razonable el que China siguiera la misma ruta.
Pero en 2019, es justo decir que esta esperanza no ha funcionado y el tema no ha sido completamente decidido. Los Estados Unidos y China no están en una situación de guerra fría abierta, pero se dirigen en esa dirección. El conflicto en el Mar del Sur de China gradualmente emerge como uno de los lugares de mayor riesgo en el mundo. China no es mejor en otros temas delicados como Corea del Norte, Taiwán, o en los derechos humanos internos de lo que era en la década de los noventas. No hace mucho esfuerzo en temas ambientales a pesar de ser el contaminador más grande del mundo. Además, Pekín regala dinero en el Sureste de Asia para mermar la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia y promueve sus reclamos territoriales en el Mar del Sur de China. Más aun, China coquetea con la dictadura del presidente Ruso Vladimir Putin. China ha instituido en lo interno un Estado vigilante orwelliano que utiliza miles de cámaras y una descarada vigilancia política y social. Finalmente, el presidente chino Xi Jinping ha (aparentemente) echado por la borda el sistema de rotación del liderazgo del poder post-Mao y se ha instalado como el dirigente permanente.
En pocas palabras: la modernización no ha apaciguado al tigre; si acaso, lo ha alimentado. En lugar de enfrentar un estado autoritario pobre como en 1990, Washington ahora enfrenta a uno rico. Y la comunidad empresarial de Estados Unidos ha lentamente probado las amarguras de China durante décadas a la vista de su regulación politizada y xenofóbica, imparables robos de propiedad intelectual, violación de patentes y derechos de propiedad intelectual, transferencias de tecnología forzosas, subsidios y protección para empresas chinas, espionaje corporativo, entre otros.
Ahora vemos que la discusión de políticas respecto a China en los Estados Unidos se mueve hacía la derecha. La coalición de negocios que mantenía a raya a los duros contra China y a los militares estadounidenses hace 25 años ahora es ambivalente; mientras que el grupo de los duros de la coalición de la “Amenaza China” con sede en Washington, está creciendo.
Ahora se puede decir que existe un argumento estratégico para la guerra comercial contra China, y es el que se debe disminuir el crecimiento de China aunque esto ocasione la desaceleración de los Estados Unidos, ya que esto sirve el propósito de la seguridad nacional, y por lo tanto debe ser considerado. El profesor Robert E. Kelly no cree que los Estados Unidos y China estén en una situación como la guerra fría en este momento. Sostiene que aún queda espacio para maniobrar, particularmente si Xi renunciara al cargo (algo muy improbable), así como lo hicieron sus predecesores después de 10 años en el poder. Sin embargo, el caso para debilitar el crecimiento de China para dificultarle su consolidación como potencia mundial ahora es más claro que nunca. Trump podría unir una coalición bastante grande y amplia si mejor utilizara este mensaje.