México se está resignando a vivir con poco. Cada nuevo dato del INEGI y cada encuesta de expectativas confirman que vivimos en una economía que no avanza, que sobrevive, que se conforma. Los números ya no escandalizan porque el país entero parece haberse acostumbrado a crecer muy poco. La inflación que perciben los consumidores se mantiene alta, la inversión productiva se desploma, empresas cierran, el empleo formal apenas crece y la industria sigue cayendo.
Sin embargo, los gobernantes manipulan la información y le dicen a las masas que “vamos muy bien”. Hace unos días, la presidenta Claudia Sheinbaum descalificó a quienes advertían una caída económica y presumió que, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), México crecerá 1% este año. Pero ese escenario no tiene sustento: al mes de agosto, el crecimiento acumulado del IGAE es de apenas 0.3%. A menos que ocurra un milagro estadístico en los últimos meses del año, el país difícilmente llegará siquiera a la mitad de ese pronóstico. Pero el problema no es solo la falta de crecimiento, sino la normalización del estancamiento. Lo que antes era motivo de alarma hoy se asume como parte del paisaje económico.
¿Y cómo no va a ser así si la tasa promedio de crecimiento durante el sexenio de López Obrador fue de apenas 0.9%, y en el primer año de Claudia Sheinbaum no llegaremos ni a eso? Es verdad que México no está en crisis, pero también es cierto que tampoco está avanzando. Es un país detenido por la falta de confianza, la escasa creación de empleos, la erosión del poder adquisitivo y los subejercicios en el gasto público productivo.

Actividad económica: señales de una economía sin impulso
El INEGI recién dio a conocer que el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) aumentó 0.6% en agosto a tasa mensual, pero este rebote técnico no alcanza para compensar la debilidad acumulada. A tasa anual, el indicador no mostró cambio alguno, lo que equivale a decir que la economía no creció respecto al mismo mes del año anterior. De esta manera, en el acumulado de los primeros ocho meses de 2025, el avance anual es de apenas es de 0.3%, una cifra que habla más de inercia que de dinamismo.
Por sectores, muy convenientemente para el discurso oficial, en agosto las actividades primarias crecieron un increíble 15.3% a tasa anual, impulsadas por una base de comparación baja y algunos factores estacionales. Gracias a este sospechoso crecimiento, el IGAE no cayó a tasa anual en dicho mes (se esperaba una contracción de 0.6% de acuerdo con el indicador oportuno). Por su parte, a tasa mensual, la industria retrocedió 0.3% y el comercio y servicios apenas avanzaron 0.5%. En términos anuales, la industria registró una caída de 2.7%, reflejo de los retrocesos en minería, construcción y manufactura. En cambio, el comercio y servicios muestran un avance de 0.8%, insuficiente para compensar la debilidad del resto de la economía.

Detrás de estas cifras hay un fenómeno preocupante. La economía mexicana ha perdido su motor industrial, el que tradicionalmente marcaba el pulso del crecimiento. El IGAE de la construcción cayó 1.8% en el acumulado de los primeros ocho meses del año, y el de manufacturas retrocedió 0.2%, mientras el comercio al por mayor se desplomó 5.4%. Solo el comercio al por menor mostró una expansión de 4.6%, impulsada probablemente por los apoyos sociales por parte del gobierno, pero sin base productiva sólida.
Esta divergencia —establecimientos comerciales al menudeo que crecen mientras la producción se estanca— es difícil de explicar y es insostenible. Refleja que la economía mexicana vive del gasto, no de la inversión, y eso tarde o temprano pasa factura. En el mercado laboral, los registros del IMSS lo confirman ya que éstos aumentaron en apenas 92 mil empleos formales en un año, un incremento de apenas 0.4%, pero acompañado de una pérdida de 35 mil registros patronales, es decir, empresas que cerraron. Los números sugieren que no hay creación de empleo genuino ni expansión empresarial, sino regularización de plazas existentes y desaparición de unidades productivas.

La parálisis económica se traduce también en señales contradictorias dentro de los sectores. Mientras algunos segmentos de las actividades terciarias muestran resistencia, los sectores que deberían encabezar el ciclo económico —como la construcción y la manufactura — muestran caídas preocupantes. El país no está detenido por completo, pero avanza a una tasa que implica un empobrecimiento per cápita de la población.
Un país que vende más, pero produce menos
El segundo bloque de indicadores recientemente publicados, correspondiente al comercio y los servicios, revela un contraste entre lo que se publica y lo que realmente ocurre. De acuerdo con la Encuesta Mensual sobre Empresas Comerciales (EMEC), a tasa mensual, en agosto los ingresos del comercio al por mayor crecieron 1.2% mensual y los del comercio al por menor 0.6%. A primera vista, parecería un signo de reactivación. Sin embargo, cuando se observa la tasa anual, el panorama cambia: los ingresos mayoristas cayeron 4.3%, lo que indica que el comercio intermedio —ese que abastece al resto de la economía— sigue deprimido.
El comercio minorista, por su parte, avanzó 3.1% anual, pero es un crecimiento basado en consumo básico y financiamiento de corto plazo, no en expansión de la demanda interna. El empleo en el sector casi no crece (0.8% anual), lo que confirma que el consumo no está generando mayor capacidad productiva. En el fondo, México experimenta una distorsión porque los datos de ventas minoristas no reflejan una mejora en el poder adquisitivo, sino el efecto temporal de programas sociales, crédito al consumo y que se mantiene una elevada cantidad de remesas.
En el caso de los servicios privados no financieros, a tasa mensual, los ingresos cayeron 0.4% en agosto, mientras el empleo se redujo 0.2%. Aunque a tasa anual los ingresos crecen 1.7%, la tendencia es de desaceleración. Lo mismo ocurre con la inversión en servicios de transporte, almacenamiento y comunicación, donde las complicaciones en el comercio exterior y la pérdida de dinamismo industrial han comenzado a pasar factura.
Pero el golpe más fuerte proviene de la construcción, que atraviesa una crisis profunda. En agosto, el valor de producción del sector cayó 2.9% mensual y 19.1% anual. De enero a agosto, la contracción acumulada es de 17.4%, con un desplome de 42.5% en la obra pública y un magro crecimiento de 0.2% en la privada. Se trata de uno de los periodos más prolongados de contracción del sector en la historia reciente: 16 meses consecutivos de caídas anuales.
La construcción es un termómetro adelantado de la economía. Cuando la inversión pública y privada se frenan, el impacto se propaga a toda la cadena productiva: empleo, insumos, servicios y manufactura. Por eso, su parálisis no es un fenómeno aislado, sino una señal de que la economía mexicana dejó de invertir en sí misma. Sin gasto público eficiente, sin proyectos estratégicos con multiplicador productivo y sin crédito para el sector privado, el resultado solo puede ser uno: parálisis.

Incluso la industria maquiladora de exportación, que solía ser un refugio frente a las crisis internas, comienza a mostrar fatiga. El número de plantas prácticamente no crece, el empleo se estanca y los salarios reales apenas avanzan. De hecho, entre diciembre de 2023 y diciembre de 2024, se perdieron casi 20 mil empleos en las maquiladoras de Ciudad Juárez y y Baja California también muestra una reducción sostenida del personal ocupado en maquila desde 2022. La “cautela” empresarial no es casualidad, sinmo consecuencia de la incertidumbre sobre la revisión del T-MEC, la falta de energía eléctrica y agua en zonas industriales, la inseguridad y la corrupción están frenando nuevas inversiones.
Inflación, expectativas y la ilusión de estabilidad
En medio de este entorno débil, la inflación sigue siendo un factor persistente. En la primera quincena de octubre se ubicó en 3.63% anual, pero con un componente subyacente que lleva 10 quincenas consecutivas por arriba del 4%. Los precios de servicios como vivienda, educación y transporte continúan creciendo a un ritmo mayor que el promedio general, lo que refleja presiones estructurales más allá de los alimentos o energéticos.
El problema es que esta aparente “normalización” de la inflación está sustentada en factores temporales: la baja en frutas y verduras y el fin del subsidio estacional en tarifas eléctricas. El núcleo inflacionario del país sigue intacto. A pesar de que Banxico ha recortado tasas hasta 7.50%, el costo del crédito sigue siendo alto, el financiamiento escaso y el margen de maniobra limitado.

La más reciente Encuesta Citi de Expectativas confirma el diagnóstico gris para México. Los analistas prevén que la inflación cierre 2025 en 3.90% y la subyacente en 4.19%, con una tasa de fondeo de 7.00%. Para 2026, estiman una leve mejora, pero sin lograr la convergencia al objetivo del Banxico de 3%. El tipo de cambio se mantendría estable, cerca de 19 pesos por dólar al cierre de este año, pero el PIB crecería apenas 0.5% en 2025 y 1.3% en 2026.
En otras palabras, no hay señales de recesión, pero tampoco de empuje. México parece haberse instalado en una meseta de bajo crecimiento, donde la estabilidad nominal —inflación controlada, tipo de cambio firme gracias a un dólar débil y tasas de interés a la baja— convive con un deterioro estructural del aparato productivo. Es el espejismo de la estabilidad que presenta un entorno que parece equilibrado desde los indicadores macro, pero que al interior muestra una economía que se vacía de inversión, productividad y empleo formal.

La inflación persistente, el bajo crecimiento y la debilidad de la inversión conforman un círculo vicioso. Banxico enfrenta el dilema de seguir bajando tasas para echarle una mano a la economía, tratando de reactivar el crédito sin alimentar nuevas presiones inflacionarias. Mientras tanto, la política de gasto público no logra compensar el freno económico porque éste mantiene subejercicios en rubros fundamentales como la infraestructura (la obra pública se desploma), mientras la deuda aumenta de manera escandalosa.
Conclusiones
México entra al cierre de 2025 en una situación similar a como arrancamos el año. Con los indicadores de INEGI se concluye que la economía en su conjunto no se desploma, pero tampoco está creciendo. Tenemos una economía que aparenta estabilidad, detenida con alfileres si prefieren esa expresión, pero sostenida en la inercia del consumo y la dependencia externa. La industria no despega, la construcción se hunde, el comercio mayorista cae y el empleo formal apenas crece.
El gobierno presume cifras de inflación controlada y estabilidad cambiaria, pero omite que esas mismas cifras conviven con el estancamiento industrial más prolongado desde la pandemia. La economía mexicana padece un letargo estructural que erosiona su base productiva y limita cualquier perspectiva de crecimiento en el futuro.
El reto para el 2026 y el resto del sexenio de Claudia Sheinbaum será impulsar el crecimiento económico, pero con lo que hemos visto de Paquete Económico 2026, será muy difícil avanzar en ese sentido porque las políticas públicas planteadas son más de lo mismo y no reconstruyen la confianza empresarial. México necesita una política económica más audaz, que recupere la inversión pública productiva, que garantice seguridad y energía a la industria y que devuelva confianza al capital privado. El problema es que en los hechos, al gobierno no le interesa avanzar en nada de esto.
México necesita volver a crecer, no en los discursos, sino en la realidad cotidiana de sus empresas, trabajadores y regiones productivas. Hasta entonces, seguiremos atrapados en esta larga pausa económica, mirando pasar los indicadores negativos mientras el resto del mundo avanza.
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Alejandro Gómez Tamez*
Director General GAEAP*
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