Diversificación global, déficit fiscal y un giro monetario que empieza a erosionar su hegemonía

El cierre de 2025 está dejando un balance claramente negativo para el dólar estadounidense: mientras las bolsas y los metales preciosos aprovecharon el rally de fin de año, el dólar registró una de sus peores actuaciones en más de dos décadas. El índice dólar se encamina a su mayor caída anual desde 2003, con un retroceso cercano al 10%, reflejo de presiones acumuladas que no son coyunturales ni menores.

No se trata de un desplome abrupto ni de un colapso desordenado, sino de algo más relevante, la erosión gradual del rol dominante del dólar, impulsada por la diversificación global, las tensiones geopolíticas, los desequilibrios fiscales y un cambio claro en el ciclo monetario estadounidense. Eso es lo que hoy están descontando los mercados.

Diversificación, déficit y geopolítica: los cimientos que se desgastan

La presión bajista sobre el dólar durante los últimos doce meses tiene un origen amplio y bien identificado. Inversionistas privados y bancos centrales han optado por un ajuste en la forma de invertir: mantienen su exposición a activos estadounidenses, particularmente en Bonos del Tesoro, pero al mismo tiempo refuerzan posiciones en oro y monedas alternativas.

Los datos son claros. Las tenencias extranjeras de deuda estadounidense crecieron 6% anual en octubre, hasta 9.24 billones de dólares. Es decir, el capital no está saliendo de Estados Unidos, pero sí está cambiando la forma como se protege. El aumento de coberturas cambiarias es una señal directa de menor confianza en la estabilidad del dólar como único refugio.

A esto se suma el frente fiscal. Estados Unidos cerró el año fiscal 2025 con un déficit de 1.8 billones de dólares, y los primeros dos meses del año fiscal 2026 ya acumulan 439 mil millones. El panorama apunta a otro año cercano a los 2 billones de déficit, una dinámica que mantiene las tasas a plazos más largos por encima del 4%, pero que también introduce dudas persistentes sobre la sostenibilidad fiscal.

El contexto geopolítico refuerza esta tendencia. La reconfiguración del comercio internacional vía aranceles, junto con los intentos de Washington por cerrar o contener múltiples conflictos, mantiene elevada la incertidumbre global. En ese entorno, la diversificación ya no es algo coyuntural sino un ajuste de largo plazo.

Divergencia monetaria: cuando el diferencial deja de jugar a favor

El segundo gran eje de presión sobre el dólar proviene de la política monetaria. La Reserva Federal avanzó de forma decidida en su ciclo de relajamiento, con tres recortes de 25 puntos base en 2025, llevando la tasa objetivo a un rango de 3.5–3.75%. Aunque el discurso oficial contempla un solo ajuste adicional en 2026, el mercado descuenta dos o incluso tres recortes a partir de la primavera.

La incertidumbre aumenta hacia la segunda mitad de 2026, cuando concluya el mandato de Jerome Powell. Los mercados anticipan que el reemplazo impulsado por Donald Trump favorecerá una postura claramente más agresiva en materia de recortes, con Kevin Hassett y Kevin Warsh apareciendo como las opciones más probables.

Al mismo tiempo, el panorama internacional comienza a moverse en sentido opuesto. El Banco de Japón elevó su tasa de referencia al nivel más alto en 30 años y, de persistir presiones inflacionarias, anticipa más incrementos en 2026, llevando los rendimientos de largo plazo a un rango de 2–3%. El yen ya muestra una apreciación considerable frente al dólar.

En Europa, el Banco Central Europeo cerró la puerta a nuevos recortes este mes, tras mejorar sus perspectivas de inflación y crecimiento. El mercado incluso asigna una probabilidad relevante a alzas de tasa en la segunda mitad de 2026, lo que ampliaría la brecha frente a una Reserva Federal en pleno relajamiento.

El resultado es claro: el premio de tasas que sostenía al dólar frente a sus pares comienza a diluirse. Y cuando ese diferencial desaparece, la presión cambiaria se vuelve inevitable.

Conclusiones

Lo que vimos en el dólar en 2025 tiene causas claras. Es la consecuencia lógica de un entorno donde el déficit fiscal se profundiza, la política monetaria se flexibiliza y el resto del mundo deja de moverse al mismo ritmo que Estados Unidos.

El índice dólar ronda hoy los 98 puntos, con ligeros movimientos en sesiones de bajo volumen. Pero más allá del corto plazo, el mensaje es estructural: El dólar sigue siendo central, pero ya no juega solo.

No estamos ante un colapso del sistema, pero sí ante un cambio que se está gestando poco a poco. El capital global sigue comprando deuda estadounidense, pero ya no lo hace sin protección. Sigue usando al dólar, pero ya no lo asume como único refugio.

Y cuando el mundo empieza a moverse así, el debilitamiento del dólar deja de ser coyuntural.

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Alejandro Gómez Tamez*

Director General GAEAP*

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