Un creciente problema que padece buena parte de la planta manufacturera mexicana es la inundación de toda clase de bienes originarios de China, desde insumos, bienes intermedios hasta los terminados. En las ciudades proliferan los mercados y tiendas especializadas en productos chinos. Y en ese sentido, cada vez es más frecuente escuchar de fabricantes mexicanos que son desplazados por algún proveedor chino, que puede ofrecer el producto a un precio más bajo (aunque no siempre con la misma calidad) dado que gozan de apoyos y un ambiente de negocios que les permite un costo país mucho más bajo que el nuestro.
Cuestiones como los costos de los energéticos, la seguridad pública y jurídica, el acceso al financiamiento con tasas de interés competitivas, regulaciones laborales y ambientales, estímulos fiscales, participación gubernamental en todo tipo de empresas, todos son mucho más competitivos en China. Esto con independencia de los subsidios que el gobierno central chino y sus provincias siguen otorgando de manera disfrazada. De acuerdo con un análisis realizado por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de expertos con sede en Washington, el gobierno chino dirige cientos de miles de millones de dólares en subsidios a empresas nacionales favorecidas cada año, y lo hace a un ritmo mucho mayor, en relación con el tamaño de su economía, que otros países desarrollados y en desarrollo.
En este contexto, me tope con una reseña de dos interesantes libros, escrita por Edward Chancellor, misma que fue publicada en el diario Wall Street Journal. Se trata de “Beijing Rules: How China weponized its Economy to confront the World” (Reglas de Beijing: Cómo China convirtió su economía en un arma para enfrentar al mundo) de Bethany Allen y “Sovereign Funds: How the Communist Party of China Finances its Global Ambitions” (Fondos Soberanos: Cómo el Partido Comunista de China financia sus ambiciones globales) de Zongyuan Zoe Liu. Tras leer esta reseña de ambos libros se reafirma que cuando China abrió su economía y se unió al “orden internacional basado en reglas”, se suponía que se convertiría en un socio confiable en el comercio global, pero no fue así, sigue siendo una nación tramposa y no confiable, con una agenda geopolítica peligrosa.
La reseña de Edward Chancellor comienza mencionando que en vísperas de la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001 (un privilegio que rápidamente transformó a China en el principal exportador del mundo), el presidente estadounidense Bill Clinton afirmó que “al unirse a la OMC, China…está aceptando importar uno de los valores más preciados de la democracia: la libertad económica”. Esta nueva libertad, a su vez, afirmó el presidente, llevaría al pueblo chino a exigir una mayor participación en la forma en que es gobernado. Se suponía que los mercados libres y la democracia eran inseparables. Como ya lo señalé, las cosas eventualmente no resultaron como se esperaba.
El problema es que, habiéndose unido al “orden internacional basado en reglas”, China optó por seguir sus propias reglas: manipular el yuan para impulsar las exportaciones; proporcionar a las empresas nacionales subsidios ocultos; exigir a las empresas occidentales que compartan su tecnología a cambio de acceso al mercado chino; adquirir empresas extranjeras y, a menudo, impedir que los extranjeros controlen empresas chinas en ciertos sectores, como los medios de comunicación y las telecomunicaciones. Es más, los responsables políticos occidentales parecieron durante años decididos a ignorar ese comportamiento, dándole a China una ventaja competitiva a costa de sus propias empresas nacionales.
En el libro “Reglas de Beijing”, Bethany Allen muestra con vívidos detalles cómo China utiliza su creciente peso económico para proteger sus “intereses fundamentales”. Los más sensibles son, como era de esperarse los geopolíticos, entre los que destacan: el controvertido gobierno de Beijing sobre Hong Kong, el Tíbet y la Región Autónoma de Xinjiang (hogar de los uigures), así como sus reclamos territoriales en el Mar de China Meridional y su actitud revanchista hacia Taiwán. En términos más generales, por supuesto, existe el monopolio del poder político por parte del Partido Comunista Chino.
Allen describe la pésima experiencia de países y empresas que se atreven a cruzar las líneas rojas que ha trazado Beijing. Por ejemplo, después de que en 2010 se concediera el Premio Nobel de la Paz, con sede en Oslo, al disidente chino encarcelado Liu Xiaobo, China bloqueó las importaciones de salmón noruego. Un par de años más tarde, se detuvieron las importaciones de plátanos desde Filipinas después de que su armada intentara detener a los barcos pesqueros chinos que operaban en aguas en disputa (conocidas como Scarborough Shoal). En 2019, se advirtió a la aerolínea Cathay Pacific, con sede en Hong Kong, que a los miembros de su personal que apoyaran un “comportamiento demasiado radical” (es decir, el movimiento democrático de Hong Kong) no se les permitiría ingresar al espacio aéreo chino. Un par de años más tarde, Nike y el minorista de ropa H&M se enfrentaron a un boicot en la República Popular después de que ambas empresas expresaran su preocupación por el uso de trabajo forzoso en la producción de algodón de Xinjiang. Tales medidas han tenido un efecto intimidatorio, impidiendo que Apple, la NBA y los estudios de Hollywood, entre otros, hablen sobre los abusos de los derechos humanos en China so pena de quedar excluido de su vasto mercado.
Beijing es extremadamente sensible a las críticas por parte de los miembros de los chinos en el extranjero. Quiere que el mundo, escribe Allen, “acepte su jurisdicción sobre los chinos étnicos que viven fuera de China” y comprenda que “criticar el comportamiento del gobierno chino es siempre una violación de la soberanía china”. En el libro de Allen se dedica un capítulo completo a los impactantes intentos de China por censurar las conversaciones en Zoom y obtener datos de los usuarios. Los objetivos no son sólo los ciudadanos dentro del país sino también a los residentes chinos en el extranjero.
En 2019, a Zoom se le permitió continuar operando en China después de que se comprometió a cumplir con las reglas y regulaciones de Beijing. Según Allen, la plataforma de vídeo concedió a las autoridades de seguridad chinas un acceso especial a sus sistemas. Posteriormente, los datos de más de un millón de “usuarios chinos” se migraron desde servidores en Estados Unidos a servidores en China. Un empleado de Zoom en China, Julien Jin, que actuó como enlace con las fuerzas de seguridad del país, solicitó que sus colegas en Estados Unidos le enviaran los detalles de miles de cuentas conectadas a Xinjiang. (Desde entonces, el FBI presentó cargos contra el Sr. Jin, acusándolo de conspiración para cometer acoso interestatal). En el 31.º aniversario de la masacre de la Plaza de Tiananmen de 1989, Zoom bloqueó las cuentas de un par de exmanifestantes, ambos residentes de Estados Unidos. impidiéndoles así realizar videoconferencias para conmemorar el evento.
La falta de moderación de China en la búsqueda de sus intereses clave es ilimitada. Allen, reportera de Axios, narra cómo el departamento de Trabajo del Frente Unido, una oscura oficina del partido encargada de llegar a miembros que no pertenecen al partido comunista, busca cooptar organizaciones comunitarias chinas en el extranjero para servir a los propósitos de Beijing. Como resultado, afirma, es difícil saber qué organizaciones que tratan sobre asuntos de China son verdaderamente independientes. El gobierno de China también ha intentado corromper la política exterior. La Sra. Allen describe las actividades de una presunta espía china, Christine Fang, que ha sido vinculada a un congresista estadounidense y supuestamente tuvo relaciones sexuales con varios alcaldes estadounidenses. También se sospecha que Beijing intentó influir en dos recientes elecciones generales canadienses. El panorama que dibuja Allen sugiere de hecho que las “reglas” de China buscan socavar las democracias occidentales.
En el libro “Fondos soberanos”, la autora Zongyuan Zoe Liu, miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, aborda un aspecto particular del gobierno económico de China, mostrando cómo emplea sus recursos financieros para promover sus intereses en el extranjero. En particular, China utiliza sus miles de millones de dólares en reservas internacionales de divisas, para capitalizar fondos de inversión extranjera de propiedad estatal. Existe una convención, conocida como Principios de Santiago, que compromete a los fondos soberanos, como los operados por países ricos en petróleo como Arabia Saudita, a brindar transparencia y actuar como buenos ciudadanos globales. La Corporación China de Inversiones, según la Sra. Liu, “aprovechó la oportunidad para demostrar que sus decisiones de inversión no estaban impulsadas por intereses geopolíticos” y firmó los Principios de Santiago. Sin embargo, el compromiso de China con ellos ha sido tenue. En 2008, un préstamo a Costa Rica otorgado por uno de los fondos de inversión extranjera de China estaba supeditado a que la república centroamericana pusiera fin a su reconocimiento diplomático de Taiwán. En cuanto a la transparencia, el director del FBI, Christopher Wray, acusó recientemente a China de “utilizar elaborados juegos de blindaje” para ocultar su influencia en las empresas occidentales.
Durante muchos años, los gobiernos occidentales estaban tan ansiosos de captar capital chino que no consideraron hacia dónde los podría conducir. Ahora son evidentes los errores de haberles dado acceso a los chinos. En 2015, David Cameron, primer ministro británico, abrió la industria de energía nuclear británica a la empresa estatal China General Nuclear. El mismo año, se vendió a una empresa china un contrato de arrendamiento por 99 años sobre el puerto australiano de Darwin. Poco después, una empresa china adquirió una empresa alemana de robótica industrial, Kuka. Cuando se le preguntó sobre la adquisición, Angela Merkel, la canciller alemana, afirmó alegremente que Alemania era un “mercado de inversión abierto para las empresas, incluidas las chinas”.
Los responsables políticos occidentales han tardado demasiado (y dolorosamente) en darse cuenta de las nefastas actividades de China en la escena internacional. Felicitaciones al primer ministro australiano Malcolm Turnbull, quien tuvo la valentía de pronunciar un discurso en 2017 en el que afirmó que “nuestro sistema en su conjunto no ha comprendido la naturaleza y magnitud de la amenaza” de China. En ese momento, uno de los mayores donantes políticos de Australia era un promotor inmobiliario chino conocido por tener estrechos vínculos con el Partido Comunista Chino. Al año siguiente, Australia prohibió la entrada de la empresa china de equipos de telecomunicaciones Huawei a su red. Desde entonces, Estados Unidos y muchos de sus aliados han hecho lo mismo.
La pandemia de Covid reveló además que China es un socio internacional poco confiable, ya sea frustrando las investigaciones sobre los orígenes del virus o acaparando equipo de protección personal. La pandemia también reveló cuán dependiente se había vuelto Occidente de los suministros médicos fabricados en China. Desde entonces, se ha hablado de reconfigurar las cadenas de suministro globales y “deslocalizar” la producción hacia socios más confiables. Este proceso será largo y costoso, pero dado el comportamiento tramposo y ventajoso de China, es imperativo.
La reseña de Edward Chancellor concluye mencionando que ni en el libro de las “Reglas de Beijing” ni en el de “Fondos soberanos” se cubre exhaustivamente todas las demás trampas por parte de China. Menciona que Allen no aborda el creciente papel de China en las universidades occidentales, desde académicos visitantes aprobados por el estado hasta colaboraciones de investigación con instituciones chinas. Y la señora Liu no toma en cuenta las actividades de las corporaciones chinas en el extranjero o el papel vital del Banco de Desarrollo de China en el financiamiento de inversiones extranjeras. Aun así, en conjunto, los libros nos dan una comprensión mucho mejor de lo que hay que hacer para frenar a China en el extranjero. La “opción nuclear” consiste en expulsar a China de la Organización Mundial del Comercio. Algo sobre lo que valdría la pena reflexionar.
Desde que se hizo público el contenido del Paquete Económico 2024, conformado por la Iniciativa de Ley de Ingresos, la Iniciativa de Presupuesto de Egresos y los Criterios Generales de Política Económica (CGPE), ha habido toda clase de comentarios destacando lo bueno y lo malo de dicho paquete. Sin embargo, en donde hemos visto la mayor discusión es en relación al endeudamiento proyectado para el año que viene. En esta entrega presento un análisis técnico respecto de dicho tema que preocupa bastante a un sector de la población.
Comencemos con lo básico. De acuerdo con los CGPE 2024, para dicho año se prevé un balance presupuestario del sector público federal negativo por un monto equivalente al 4.9% del PIB. Esto se debe a que los Ingresos presupuestarios serán por un monto de 21.3% del PIB, mientras que el Gasto neto pagado será de 26.2% del PIB. Este será el balance presupuestario más negativo, como proporción del PIB desde 1988. Cabe señalar que en 2023 se prevé que el balance presupuestario sea deficitario en 3.3% del PIB.
El Secretario de Hacienda entrega el Paquete Económico 2024 a l Presidenta de la Cámara de Diputados
Por su parte, se debe destacar que en 2024 se espera un déficit primario equivalente al 1.2% del PIB, esto implica que el déficit fiscal de México existe aún sin considerar el pago del servicio de la deuda. Para 2023 se prevé un superávit primario equivalente a 0.1% del PIB y es preocupante que México abandone la meta de tener superávits primarios.
En los CGPE 2024 se espera que los Requerimientos Financieros del Sector Público (RFSP) sean de un monto aproximado al 5.4% del PIB y que de esta manera el Saldo histórico de los Requerimientos Financieros del Sector Público (SHRFSP), la medida de deuda del sector público más amplia, lleguen al 48.8% del PIB. En 2023 los RFSP fueron del 3.9% del PIB y el SHRFSP equivalente a 46.5% del PIB. Todos estos datos muestran un innegable deterioro de la posición fiscal de México.
De igual forma, es importante mencionar que los presupuestos suelen ser optimistas y que tienden a ocurrir errores a la baja. En los CGPE 2024 algunas variables macroeconómicas parecen claramente optimistas: el gobierno proyecta un crecimiento del PIB de 3.0% el próximo año (vs. 1.4% Citibanamex, 1.7% de su encuesta), una producción de petróleo aún optimista (1.98mbd) y un crecimiento robusto del PIB de EUA de 1.8%, lo que implica una minimización del riesgo de recesión en ese país.
¿Nos debería preocupar un saldo de la deuda del sector público equivalente a casi la mitad de nuestro PIB? Sin duda la deuda pública de México es mucho menor a la de otras naciones. De acuerdo con datos del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2022 Japón tenía una deuda como porcentaje del PIB de 214.27%, Grecia de 192.41%, Italia de 140.57%, Portugal 118.77%, Estados Unidos de 110.15%, Reino Unido de 100.75%, Argentina de 84.47% y Brasil de 81.48%, solo por mencionar algunos ejemplos.
A tomar en consideración que el PIB nominal de México en el primer semestre de 2023 fue de 30.94 billones de pesos, podemos estimar que éste será de aproximadamente unos 33.4 billones de pesos en 2024. Por lo tanto, si se cumple la expectativa de la SHCP de una deuda equivalente al 48.8% del PIB, esto significa que el SHRFSP sería de 16.30 billones de pesos. De esta manera, si en 2024 somos 132.31 millones de habitantes en el país, tendremos una deuda per cápita de unos 123 mil pesos. ¿Esto es mucho? Pues digamos que una persona que gana dos salarios mínimos al día, sin considerar prestaciones, tendría un ingreso anual de poco más de 150 mil pesos.
De esta manera, podemos decir que ante los estándares internacionales, México tiene una deuda moderada; pero al considerar los niveles de ingreso de la mayoría de la población, pues la deuda pública de México es una enorme loza.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador ha mencionado en muchas ocasiones que en su sexenio la deuda no ha aumentado en términos reales (por encima de la inflación) y que en todo caso los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto se endeudaron más. A continuación presento un sencillo análisis, tomando datos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y del INEGI, para ver si lo dicho por el presidente es cierto o no.
El saldo de la deuda bruta del sector público federal fue de 11.019 billones de pesos al cierre de diciembre de 2018 y dicho saldo fue de 14.718 billones al cierre de julio de 2023, lo que implica un aumento de 3.699 billones de pesos en el periodo mencionado, cantidad equivalente a un aumento de 33.57%. En diciembre de 2018 la deuda respecto al PIB era de 45.6% y en julio de 2023 dicho porcentaje es de 47.6%. ¿Cómo se compara esto con la evolución de la deuda pública en otros sexenios?
Pues de diciembre de 2000 a diciembre de 2006 (Vicente Fox) la deuda del sector público aumentó en 815.4 miles de millones de pesos, lo que equivale a un incremento nominal de 53.6% en seis años, siendo que la inflación del periodo fue de 29.8%. Sin embargo, como porcentaje del PIB, la deuda del sector público pasó de 21.7% en diciembre del 2000 a 21.0% en diciembre de 2006.
De diciembre de 2006 a diciembre de 2012 (Felipe Calderón) la deuda del sector público aumentó en 3.159 billones de pesos, lo que equivale a un incremento nominal de 135.2% en seis años, siendo que la inflación del periodo fue de 28.5%. Como porcentaje del PIB, la deuda del sector público pasó de 21.0% en diciembre del 2006 a 33.0% en diciembre de 2012.
Los ex presidentes Peña, Calderón y Fox
De diciembre de 2012 a diciembre de 2018 (Enrique Peña) la deuda del sector público aumentó en 5.522 billones de pesos, lo que equivale a un incremento nominal de 100.5% en seis años, siendo que la inflación del periodo fue de 27.9%. Como porcentaje del PIB, la deuda del sector público pasó de 33.0% en diciembre del 2012 a 45.6% en diciembre de 2018.
De diciembre de 2018 a julio de 2023, (55 meses de gestión de Andrés Manuel López) la deuda del sector público aumentó en 3.699 billones de pesos, lo que equivale a un incremento nominal de 33.6% en seis años, siendo que la inflación del periodo fue de 25.7%. Como porcentaje del PIB, la deuda del sector público pasó de 45.6% en diciembre del 2018 a 47.6% en julio de 2023.
AMLO ha dicho que en su gobierno no ha aumentado la deuda en términos reales
Esto implica que en 55 meses, el gobierno de López Obrador ha endeudado a México por una cantidad nominal equivalente al 67% de lo que nos endeudó Enrique Peña Nieto y en una cantidad mayor a lo que nos endeudamos en todo el sexenio de Felipe Calderón. Sin embargo, es evidente que como porcentaje del PIB la deuda creció más en los dos sexenios anteriores.
Habiendo dejado aclarado el tema del, crecimiento de la deuda, es importante ahora mencionar el elevado y creciente costo de la deuda pública. De acuerdo con los CGPE 2024, el costo financiero de la deuda en 2023 será de 1.130 billones de pesos y para 2024 se espera que sea de 1.264 billones de pesos. Esta es una cantidad enorme, ya que es equivalente a lo que el Gobierno de México erogará por concepto de Participaciones Federales. Cabe señalar que históricamente México se ha endeudado para cubrir el costo financiero de la deuda, por lo que en el actual contexto de altas tasas de interés, podemos decir que hemos caído en un circulo vicioso de mayor deuda – mayor pago de intereses por la deuda – mayor deuda.
Como ya se mencionó, es preocupante el crecimiento del nivel de deuda previsto para 2024 ya que se debe a un nivel de gasto que representa el 26.2% del PIB. Y dentro de este gasto, para 2024, dentro de los programas sociales resaltan los siguientes (en paréntesis se indica la cantidad presupuestada en millones de pesos): Pensión para Adultos Mayores (465,048.7), Programas de Becas (87,675.0), Sembrando Vida (38,928.6), La Escuela es Nuestra (28,358.3), Pensión para Personas con Discapacidad (27,860.4), Jóvenes Construyendo el Futuro (24,204.7), Fertilizantes (17,489.2), Producción para el Bienestar (16,255.2), Precios de Garantía (12,534.2), Adquisición de Leche Nacional y Abasto Rural (7,509.5), Programa de Vivienda Social (4,740.2), Programa de Mejoramiento Urbano (4,446.0), Niñas y Niños (3,067.7), Pesca (1,770.2) y Universidades para el Bienestar (1,562.6).
Respecto de los proyectos de inversión prioritarios, destacan los siguientes en paréntesis se indica la cantidad presupuestada en millones de pesos): Tren Maya (120,000.0), Proyectos para construir y conservar las obras hidráulicas de la CONAGUA (39,475.0), Proyectos prioritarios de construcción y mantenimiento de las vías de comunicación y de transporte – SICT (35,133.5), Desarrollo del Istmo de Tehuantepec (21,059.3), Conclusión del Tren Interurbano México-Toluca (4,000.0), Ampliación de la Línea 1 del Tren Suburbano Lechería – Jaltocan – AIFA (2,000.0) y Espacio cultural de Los Pinos y Bosque de Chapultepec (1,000.0).
Como se puede ver, la mayor parte del gasto prioritario del Gobierno de México no es productivo ni hará de México un país más competitivo. Destaca la creciente carga que representan el costo financiero de la deuda, las pensiones y becas. Es por ello que el gran temor de muchos analistas es que hacia adelante será muy difícil dejar estos gastos de lado y estaremos enfrentando crecientes y crónicos déficits fiscales que pueden deteriorar muy rápido la posición fiscal de México.}
El Grupo Financiero Citibanamex mencionó en su análisis diario que el presupuesto parece diseñado para ganar las elecciones y afrontar, al menos parcialmente, las realidades fiscales. Este no es un presupuesto inercial. Está diseñado de manera diferente y tiene una motivación distinta a la “hiper-austeridad” de los anteriores, con aumentos significativos en algunos rubros. En nuestra opinión, la filosofía general es aumentar el gasto en los programas sociales emblemáticos de la administración, consolidar la visión política de esta administración sobre sectores estratégicos, terminar los proyectos de infraestructura emblemáticos y adaptarse, hasta cierto punto, a algunas realidades fiscales.
Se dejará a la próxima administración más limitada y con una perspectiva fiscal difícil. Hasta ahora, la narrativa del mercado respecto al manejo fiscal de México bajo la administración de AMLO ha sido de un apretamiento y austeridad, aunque es altamente probable que está visión cambiará. Es por ello que podemos anticipar que quien sea que gane las elecciones de 2024, tendrá forzosamente que realizar una reforma fiscal que le genere más recursos al gobierno federal. El gran problema de esto, como lo hemos visto con anteriores ajustes fiscales, es que las acciones de mayor recaudación recaen en los mismos contribuyentes. Hay una amplísima parte de la economía mexicana que está en la ilegalidad y a ellos rara vez se les toca.
En este sentido, es muy importante visualizar las características que debe tener la reforma fiscal de finales de 2024, ya que se debe cuidar generar los incentivos necesarios para la actividad productiva, debe haber certidumbre jurídica y un sistema fiscal más justo y equitativo. México no puede mantener déficits fiscales como los que se proyectan para 2024.
A lo largo de este año hemos leído múltiples artículos y reportajes respecto a cómo es que la inteligencia artificial puede conducir a la extinción humana, por lo que reducir los riesgos asociados con la tecnología debería ser una prioridad global. Varios expertos de la industria y líderes tecnológicos, recientemente mencionaron en una carta abierta que “mitigar el riesgo de extinción debido a la IA debería ser una prioridad global junto con otros riesgos a escala social, como las pandemias y la guerra nuclear”.
Si bien no aborda el tema de la inteligencia artificial, recientemente me topé con un excelente artículo editorial de James George Jatras, publicado el 6 de septiembre en el portal de internet del Instituto Ron Paul para la Paz y la Prosperidad, titulado “Lo único que debemos temer es la extinción misma,”. En esta pieza se expone una amplia relatoría de cómo es que ahora la mayoría de las personas no tienen noción de diversas acciones, por parte de una elite internacional, que nos ponen en enorme riesgo y nos están llevando al fin de la humanidad. Es un texto largo, pero que sin duda vale la pena repasar.
James Jatras es un ex diplomático estadounidense y durante mucho tiempo jefe del centro de política exterior del Comité Republicano del Senado de Estados Unidos.
James George Jatras
El artículo comienza mencionando que hoy en día es difícil para cualquier persona menor de 50 años apreciar cuán genuino y generalizado era el temor a un holocausto nuclear durante la Guerra Fría (1947 a 1991) entre los bloques liderados por Estados Unidos con la OTAN y la Unión Soviética con el Pacto de Varsovia.
Los libros, las películas y la televisión reflejaron y avivaban la ansiedad popular sobre el posible “fin de la civilización tal como la conocemos”. El apogeo de esto fue en las décadas de 1950 y 1960, con libros como The Long Tomorrow (1955) y On the Beach (1957, con una adaptación cinematográfica de 1959), y películas como Fail Safe, Seven Days in May, Dr. Strangelove (todas en 1964, apenas dos años después, cuando el susto de la vida real de la crisis de los misiles cubanos de 1962 estaba fresco en la mente de la gente).
Pareció haber una cierta pausa, durante la década de 1970, con la distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética bajo los presidentes estadounidenses Nixon, Ford y Carter, reflejando quizás también la simpatía de las elites por el socialismo y una futura convergencia esperada entre los grupos ideológicos, que en un nivel básico compartían los mismos valores globalistas y materialistas. Pero el terror nuclear regresó con fuerza en la década de 1980, con la película “El día después” (1983) y la película animada “Cuando el viento sopla” (1986). Y quién puede olvidar el encantador vídeo musical de Nena de 1983, Neunundneunzig Luftballons (99 globos rojos).
La izquierda, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo, fue unánime en que Ronald Reagan, un anticomunista confeso, era un vaquero imprudente que quería hacer estallar el planeta. Como lo expresó el cantante Sting en su canción de 1985, “The Russians”:
(Traducción de la canción):
No hay ningún precedente histórico
¿Para poner las palabras en boca del presidente?
No existe una guerra que se pueda ganar
Es una mentira que ya no creemos.
El señor Reagan dice: “Te protegeremos”
No suscribo este punto de vista.
Créeme cuando te digo
Espero que los rusos también amen a sus hijos.
La ironía es que las propias opiniones de Reagan apenas diferían de las que la canción buscaba promover. Como afirmó junto con el Secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachev ese mismo año de 1985: “Una guerra nuclear no se puede ganar y nunca se debe pelear”, opinión que prevaleció hasta que la URSS implosionó apenas unos años después en 1991.
Vivimos ahora en un mundo muy diferente, donde la perspectiva de una aniquilación nuclear apenas es percibida por la gente.
Así como los grandes terremotos suelen ir precedidos de presagios, las grandes guerras suelen ser anunciadas por conflictos más pequeños. Antes de la Primera Guerra Mundial: la crisis franco-alemana de Marruecos (1906 y 1911), la guerra ítalo-turca (1911-12), las dos guerras de los Balcanes (1912, 1913). Antes de la Segunda Guerra Mundial: la Segunda Guerra Italo-Etíope (1935-37) y, el estruendo previo a la conflagración más famoso de todos: la Guerra Civil Española (1936-39).
Guerra Civil Española
Hoy estamos ante una posible guerra regional en África occidental, centrada en las demandas estadounidenses y francesas de que se restablezca la “democracia” en Níger. (Como lo expresó una publicación india, “La muerte sigue a la Subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de los Estados Unidos, Victoria Nuland”) Luego, por supuesto, está China/Taiwán.
Pero el conflicto evidente del momento, equivalente a la Guerra Civil española, es Ucrania.
No creo que necesitemos entrar en todos los detalles de cómo llegamos hasta aquí, pero sí vale la pena hacer un pequeño repaso:
Expansión implacable de la OTAN después de 1991;
El golpe de estado de 2014, respaldado por Estados Unidos y la Unión Europea (UE), que derrocó a Víctor Yanukovich, seguido de la anexión rusa de Crimea y el lanzamiento de una guerra por parte del nuevo régimen de Kiev para reprimir las rebeliones en el este y sur del país de habla rusa;
Los acuerdos de Minsk de 2015, que establecían la neutralidad y la descentralización de Ucrania, y la reintegración de las zonas rebeldes con protección de su lengua y cultura; acuerdos que tanto ex funcionarios ucranianos como europeos han admitido que nunca tuvieron la intención de implementar, considerándolos sólo como una medida dilatoria y una artimaña para construir una fuerza capaz de conquistar el Donbass;
Un programa implacable de incorporación de Ucrania a la OTAN en todo menos en el nombre bajo Obama, Trump y Biden; y
En 2021, el decisivo rechazo de Washington a los ultimátums de Moscú contra Estados Unidos y la OTAN, para que resolvieran el conflicto diplomáticamente. Estos últimos dos tenían la esperanza de que Rusia, provocada por una incursión en Ucrania, fuera desangrada en una insurgencia al estilo de Afganistán y con sanciones aplastantes “convertirían el rublo en escombros”, arruinará la economía rusa y conducirá a un cambio de régimen en Moscú.
Ups, la ruina esperada de Rusia no se produjo. Incluso los principales animadores de los medios de comunicación admiten ahora que Ucrania está perdiendo la guerra, y atribuyen la culpa no a los genios que idearon esta estrategia (si se le puede llamar así), sino a que Ucrania tiene demasiada “aversión a las bajas”, incluso cuando el país se está convirtiendo en un gran cementerio. Se especula que algunos en Washington y otras capitales occidentales están buscando una “rampa de salida”, aunque sólo sea por la necesidad de centrarse en el espectáculo realmente grande: una guerra inminente con China. Algunos sugieren que al final simplemente Estados Unidos se marchará, enviando a Ucrania al Agujero de la Memoria junto con Afganistán. Lo único que queda entonces es que los neoconservadores republicanos se quejen de que la Administración Biden fue demasiado tacaña con su ayuda y “perdió Ucrania” mientras se preparan para el evento principal en el Pacífico Occidental.
Un soldado ucraniano de píe cerca de un edificio de apartamentos hecho ruinas después de un ataque ruso.
Sin embargo, este escenario es poco probable que suceda. A nadie le importa Afganistán excepto a los afganos, pero si Washington se aleja de Ucrania, en la práctica está reconociendo que Estados Unidos, a través de la OTAN, ya no es el país hegemónico que brinda seguridad de Europa. Eso significa el fin efectivo de la OTAN; y hacia donde vaya la OTAN, su concubina, la Unión Europea, no se quedará atrás.
Más concretamente, sin embargo, la idea de que esto pronto terminará con un gemido no tiene sentido. En realidad, nada de esto tiene que ver con Ucrania, que es sólo una herramienta prescindible para dañar a Rusia. (Tal vez los polacos, los lituanos o los rumanos estén ansiosos por ofrecerse como voluntarios para realizar el trabajo una vez que el país se quede sin ucranianos). Ucrania es sólo una variable; la constante es Ruthenia delenda est; es decir, Rusia debe ser destruida.
Gilbert Doctorow, un destacado observador de los asuntos rusos, compara la situación actual con la de la campaña rusa de Napoleón en 1812, descrita por León Tolstoi en su obra Guerra y paz. Hoy como entonces, lo que suceda a continuación se debe menos a que tal o cual político tome tal o cual mala decisión. Más bien, “la condición previa para la guerra es la aceptación casi universal de la lógica de la guerra venidera”.
¿Cuál es esa lógica hoy? Es simple: los círculos gobernantes en Estados Unidos (con sus líderes títeres de calcetín en las capitales occidentales) están total e inconscientemente convencidos de que son la encarnación viva de toda virtud, verdad y progreso; en lo que describió el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, como una “réplica de la experiencia del bolchevismo y el trotskismo” (para hacer referencia al presidente Ronald Reagan, cuando se refería a la Unión Soviética, transformándose en un nuevo Imperio del Mal en lugar del antiguo). Como lo expresaron los capos neoconservadores William Kristol y Robert Kagan en su manifiesto de 1996, la política de Estados Unidos en la era venidera debe ser una de “hegemonía global benévola” destinada a durar… bueno, para siempre. Su contenido moral se ejemplifica, por un lado, con el apoyo de Estados Unidos a la sumisión de la canónica Iglesia Ortodoxa Ucraniana y, por el otro, el espectáculo de un militar estadounidense transgénero que actúa como funcionario de relaciones públicas para el ejército ucraniano, que declara los estadounidenses “somos humanos”, y los rusos “definitivamente no lo son”.
No hay transatlanticismo sin transgenerismo.
No sorprende que los rusos no estén de acuerdo con respecto a su supuesta falta de humanidad. ¿Pero a quién le importa lo que piensen? Los líderes estadounidenses ven, no sólo a Putin sino a los rusos en general, como un obstáculo para un futuro radiante, donde cada rodilla se doblará ante la sagrada bandera del arco iris.
Sun Tzu dice: “Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no debes temer el resultado de cien batallas. Si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en cada batalla”. Los rusos se conocen más o menos a sí mismos. En cierto modo conocen a Estados Unidos, pero no tan bien como creen, con más bien una tendencia a proyectar la normalidad en personas fundamentalmente anormales. Por otro lado, los gobernantes estadounidenses –gente peligrosa cuyos niveles de arrogancia e ignorancia desafían toda descripción: monos con granadas de mano nucleares– no se conocen a sí mismos ni a los rusos.
Además de eso, como observa Doctorow, los mecanismos que dieron cierta estabilidad y moderación al enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética ya casi han desaparecido, lo que hace que las películas de terror nuclear de los años 50, antes “impensables”, sean demasiado pensables hoy en día:
“…nadie quiere la guerra, ni Washington ni Moscú. Sin embargo, el desmantelamiento paso a paso de los canales de comunicación, de los proyectos simbólicos de cooperación en una amplia gama de ámbitos, y ahora el desmantelamiento de todos los acuerdos de limitación de armas que tardaron décadas en negociarse y ratificarse, además de las nuevas armas entrantes y sistemas que dejan a ambas partes con menos de 10 minutos para decidir cómo responder a las alarmas de misiles entrantes; todo esto prepara el camino para que el Accidente ponga fin a todos los Accidentes. Esas falsas alarmas ocurrieron en la Guerra Fría, pero una ligera medida de confianza mutua impulsó la moderación. Todo eso ya pasó y si algo sale mal, todos seremos patos muertos”.
“Nadie quiere la guerra”. Un pensamiento similar expresó Hermann Göring durante el juicio en Nuremberg:
Por supuesto que el pueblo no quiere la guerra; ni en Rusia, ni en Inglaterra, ni en Estados Unidos, ni siquiera en Alemania. Eso se entiende. … Pero después de todo, son los líderes del país quienes determinan la política, y siempre es sencillo arrastrar al pueblo, ya sea una democracia, una dictadura fascista, un parlamento o una dictadura comunista. Con voz o sin ella, el pueblo siempre puede someterse a las órdenes de los líderes. Eso es fácil. Lo único que hay que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y por exponer al país a un peligro mayor.
Así que podemos suponer que Doctorow está un poco equivocado al sugerir que “nadie quiere la guerra”. Es evidente que alguien quiere la guerra. Muchos “alguien” muy importantes querían esta guerra en Ucrania. Querían la guerra en los Balcanes en los años 1990. Querían la guerra en Afganistán, Irak (¡dos veces!), Libia, Yemen, Siria y una docena de lugares en África donde casi no tenemos idea de lo que está pasando.
“Todo lo que tienes que hacer es decirles que están siendo atacados…” Se viene a la mente el meme con dos NPC con caras inexpresivas, uno con un gorro de punto rosa que repite sin pensar “¡Rusia! ¡Rusia! ¡Rusia!”, el otro con un sombrero rojo MAGA cantando “¡China! ¡China! ¡China!” Entre ellos está el sello de la CIA con el águila que dice: “Sí, sí, mis guapas. Eso es todo. Eso es todo.”
Aquí estamos, 60 años después del hecho, con el creciente reconocimiento, incluso por parte de los más normalitos, de que la CIA tuvo algo que ver con el asesinato de John F. Kennedy. Sin embargo, dudar de la veracidad de los gobernantes se tratado como un crimen de pensamiento. Hace poco, Vivek Ramaswamy fue el blanco de una fiesta de odio en los medios por (en palabras de The New Republic) “pronunciar teorías de conspiración sobre la toma del Capitolio del 6 de enero y los ataques del 11 de septiembre”. ¡Oh, no! “Teorias de conspiracion”! (O, como se les conoce cuando resultan ser ciertas, “alertas de spoiler”).
Es posible que haya escuchado a algunas personas comparar la “guerra legal” dirigida contra Donald Trump, con el objetivo evidente de eliminar al probable oponente el próximo año: el padre de Hunter Biden (suponiendo que el viejo Joe sea el candidato demócrata), con el comportamiento de una república bananera.
El Ex presidente Donald Trump en la corte de Nueva York
James Jatras menciona que recientemente sugirió a un observador serio de los asuntos públicos que el objetivo estratégico es mantener a Trump fuera de las elecciones en uno o más estados en los que debe ganar, como Pensilvania, Michigan, Georgia y Arizona, a lo que respondió: “Esa es una receta para guerra civil.” De todos modos, eliminarlo mediante la ley parece ser el Plan A. Si eso falla… bueno, el Plan B nos llevaría al área de especialización del Sr. Hornberger.
El término guerra civil “fría”, una guerra que posiblemente podría volverse “caliente”, se ha convertido en un lugar común en el discurso estadounidense. También lo ha sido la expresión “divorcio nacional”. En 1861, los estadounidenses, tanto del Norte como del Sur, adoraban al mismo Dios, leían la misma Biblia, honraban a los mismos Padres Fundadores y reclamaban fidelidad a la misma Constitución. En los Estados Unidos de hoy, ni siquiera pueden ponerse de acuerdo sobre sus pronombres o sobre qué es una “mujer”, y mucho menos sobre lo que significa ser estadounidense. Son moralmente extraños unos para otros, incluso enemigos. ¿Qué es lo que realmente mantiene unida a la ex república estadounidense? ¿“Muh Constitución”? ¿“Muh democracia”?
Tenga en cuenta que no estamos hablando de una simple crisis política que se resolverá en una o dos elecciones. Ni siquiera se trata de un colapso político y constitucional, ni siquiera de una calamidad financiera y económica (que también se avecina, en parte debido al impacto de la guerra de Ucrania en el sistema global denominado en dólares), sino de un desafío fundamental al propio tejido social, y no solo en Estados Unidos.
Se pasó un punto de inflexión con el covid y las medidas que lo acompañaron: los encierros, las máscaras, el distanciamiento y la vigilancia social, la inyección de coágulos, la censura de la disidencia, todo ello combinado con un panóptico externo e interno omnipresente e ineludible: como escribe el trovador del transhumanismo Yuval Harari: “Estamos viendo un cambio en la naturaleza de la vigilancia, pasamos de la vigilancia cutánea a la vigilancia subcutánea” – supuestamente destinada a combatir un virus, logrando en unos pocos meses lo que décadas de histeria climática no pudieron, resumido bajo el apodo “El Gran Reinicio” y su omnipresente eslogan gubernamental en Estados Unidos con el plan de “Reconstruir mejor” (Build Back Better).
En conjunto, lo que estamos experimentando tiene toda la apariencia de una demolición controlada de todas las interacciones humanas establecidas en anticipación de su reemplazo por algo que nuestros superiores nos aseguran que será una mejora. Los contornos de la “nueva normalidad” en los Estados Unidos de la postamerica, que se precipita, ya se han vuelto tan familiares que necesitan poca explicación:
Infringir las libertades tradicionales con el pretexto de “mantenernos a salvo”;
La “Cultura de la Cancelación”;
Desdibujar las líneas entre el gran gobierno, las grandes finanzas, las grandes farmacéuticas, los grandes datos, etc., lo que equivale a la captura del Estado corporativo; y, no basándose directamente en supuestas medidas antivirus sino siguiendo de cerca las mismas,
Promulgación conjunta gubernamental y empresarial de ideologías socialmente destructivas e históricamente falsas (“interseccionalidad”, LGBTQI+++, feminismo, multiculturalismo, “teoría crítica de la raza”), centrándose principalmente en los niños sujetos a sexualización y depredación por parte de quienes expresan lo que alguna vez se conoció curiosamente como Apetitos e identidades anormales.
James Jatras enfatiza que estos llamados “valores” –que, recordemos, son efectivamente la ideología oficial de Occidente, que Estados Unidos busca imponer “benevolentemente” al resto del mundo, por la fuerza si es necesario-, a su vez aceleran tendencias de largo plazo hacia la infertilidad y el colapso demográfico que apunta a una reducción del rebaño humano y su reemplazo a través de la sociedad posthumana, el transhumanismo y la bioingeniería. Esto no es sólo “político”, sino un golpe al corazón de la existencia humana: la base espiritual, moral e incluso biológica para el matrimonio, la formación de la familia y la producción de la próxima generación. En una palabra: despoblación.
Manifestación pro transgenero
Hace unos años, Su Alteza Real, el difunto Príncipe Felipe del Reino Unido, tal vez medio en broma pronunció lo siguiente: “En el caso de que reencarne, me gustaría regresar como un virus mortal, para contribuir con algo. para resolver la sobrepoblación”. Es posible que algunos de ustedes hayan oído hablar de grupos como Extinction Rebellion y BirthStrike: “¿Están aterrorizados por el futuro que les espera a los jóvenes contemporáneos y futuros? ¿Quiere maximizar su impacto positivo en la crisis del cambio climático? ¡Puedes proteger a los niños mientras luchas contra el cambio climático y la corrupción sistemática, negándote a procrear!” Tiene mucho sentido: preservar un planeta mejor para las generaciones futuras eliminando a las generaciones futuras. Todo esto nos recuerda a Otto von Bismarck cuando comparó la idea de una guerra preventiva con el suicidio por miedo a la muerte. (Eso no es tan abstracto como podría parecer. Recientemente, el personal de un hospital en Canadá le informó a una mujer joven que buscaba ayuda para la depresión y la ideación suicida, que podría estar interesada en contratar sus servicios de eutanasia probada, misma que está basada en el programa de “Asistencia Médica para Morir (MAID)” del primer ministro Justin Trudeau. ¿Tienes la tentación de suicidarte? ¡Déjanos ayudarte!)
Pero ¿por qué detenerse en medias tintas? El Movimiento Voluntario de Extinción Humana, VHEMT (cuya pronunciación en inglés significa “vehemente”, según su sitio web): “Somos la única especie lo suficientemente evolucionada como para extinguirnos conscientemente por el bien de toda la vida. El éxito sería el mayor logro de la humanidad. Que vivamos mucho y muramos”.
¡Quizás estén en lo cierto! En su obra histórica “El fenómeno socialista”, el difunto matemático y estudiante de historia ruso Igor Shafarevich tomó nota de lo que él creía que era un impulso de muerte humana colectiva:
La idea de la muerte de la humanidad (no la muerte de personas específicas sino literalmente el fin de la raza humana) evoca una respuesta en la psique humana. Despierta y atrae a la gente, aunque con diferente intensidad en diferentes épocas y en diferentes individuos. El alcance de influencia de esta idea nos hace suponer que cada individuo se ve afectado por ella en mayor o menor grado y que es un rasgo universal de la psique humana.
Esta idea no sólo se manifiesta en la experiencia individual de un gran número de personas específicas, sino que también es capaz de unir a las personas (a diferencia del delirio, por ejemplo), es decir, es una fuerza social. El impulso hacia la autodestrucción puede considerarse como un elemento de la psique de la humanidad en su conjunto. […]
Desde el punto de vista freudiano (expresado por primera vez en el artículo “Más allá del principio de placer”), la psique humana puede reducirse a una manifestación de dos instintos principales: el instinto de vida o Eros y el instinto de muerte o Thanatos (o principio de Nirvana). Ambas son categorías biológicas generales, propiedades fundamentales de los seres vivos en general. La pulsión de muerte es una manifestación de “inercia” general o una tendencia de la vida orgánica a regresar a un estado más elemental del que había sido arrancada por una fuerza perturbadora externa. [“Polvo eres, al polvo volverás”.] La función del instinto de vida es esencialmente impedir que un organismo vivo regrese al estado inorgánico por cualquier camino distinto del que le es inherente.
Marcuse [Shafarevich se refiere aquí a Herbert Marcuse, teórico de la Escuela de Frankfurt, conocido por su adaptación de la teoría del conflicto de clases en el marxismo clásico a otras divisiones sociales, especialmente en el área del sexo, sentando las bases para la “interseccionalidad”] introduce un mayor factor social en este esquema, afirmando que el instinto de muerte se expresa en el deseo de liberarse de la tensión, como un intento de deshacerse del sufrimiento y el descontento que son específicamente engendrados por los factores sociales.
Tras el fracaso de la ofensiva ucraniana, Moscú se enfrenta ahora a un dilema. ¿Se mueven con decisión para imponer una solución militar que ponga fin a la guerra, o continúan mostrando moderación con la esperanza de que alguien, en algún lugar –Kiev, Washington, Londres, Bruselas– decida que es hora de pedir la paz? Deseosos de no dar un paso precipitado que pudiera provocar un choque directo entre las fuerzas de la OTAN y las rusas, hasta ahora han optado por lo último – repito: hasta ahora.
James Jatras menciona que Occidente enfrenta su propio dilema. ¿Si los gobernantes de Occidente reconocen la derrota, efectivamente significaría el fin del Imperio Global Americano (GAE por sus siglas en inglés)? ¿O alargan las cosas el mayor tiempo posible, esperando que Moscú acepte otro alto el fuego como el de Minsk, con el Kremlin desempeñando el papel de Charlie Brown tratando de dar otra patada al balón de futbol americano (recuede que Charlie nunca lograba patear el balón), tras la promesa estadounidense de que esta vez si mantendrán su palabra? ¿O, confundiendo la moderación rusa con debilidad, Occidente va más allá insertando una “coalición de dispuestos” en el oeste de Ucrania, desafiando a las fuerzas navales rusas en el Mar Negro, alentando y equipando a los ucranianos para intensificar los ataques contra Moscú y otras ciudades rusas, organizando algún tipo de “bandera falsa” del tipo que ha demostrado ser tan eficaz en otros conflictos? En otras palabras, ¿Estados Unidos debe doblar la puesta? A esto se suma la apertura de otros teatros asimétricos de conflictos en los Balcanes, Siria, Irán, el Estrecho de Taiwán y otros lugares.
Al proyectar erróneamente una mentalidad de actor racional sobre sus oponentes, los rusos parecen ser muy conscientes de la preocupación legítima de que una acción militar decisiva sobre el terreno de guerra pueda asustar a la OTAN y desencadenar una escalada descontrolada. Los rusos parecen ajenos a la preocupación contraria de que, al reprimirse y esperar un diálogo razonable que nunca tendrá lugar, en realidad están alentando una y otra vez a su adversario a organizar una provocación imprudente, con la creencia sostenida de que algún deus ex machina puede arrebatar la victoria de las fauces de la derrota, lo que resultará en la escalada descontrolada que Moscú trata de evitar.
Incluso estas especulaciones suponen que los miserables que toman estas decisiones en las capitales occidentales sólo se arriesgarían a un conflicto directo, pero no lo elegirían deliberadamente. ¿Pero es correcta esa suposición? Como señala Doctorow, las viejas restricciones de la Guerra Fría se han derrumbado. ¡Tal vez la demostración de una bomba nuclear diminuta y de bajo impacto sea justo lo que se necesita para demostrar que el GAE va en serio!
¿Qué podría salir mal?
Recientemente, en su podcast, el juez Andrew Napolitano mostró parte de una simulación por computadora de un intercambio nuclear entre Estados Unidos y Rusia en el que el costo inicial para la población estadounidense fue sólo (“¡sólo”!) alrededor del nueve por ciento, mientras que en Rusia fue de alrededor del 62 por ciento. (Dado que Rusia tiene más ojivas que Estados Unidos, no se sabe cómo se les ocurrió ese resultado). ¿Es tan imposible que en algún lugar alguien pueda mirar esos datos y decidir que es una compensación tolerable? (Más adelante, la simulación tiene a casi todos los habitantes de la Tierra muriendo de hambre a causa del invierno nuclear, y la agricultura en el hemisferio norte es inviable durante varios años. ¡Ahora hay una manera de resolver tanto el calentamiento global como la supuesta superpoblación de un solo golpe! Hola, VHEMT, ¡Tenemos un regalo para ti!)
Ya sea que estos idiotas logren matarnos a todos o no, ya sea por acción deliberada o por pura incompetencia, es difícil escapar a la idea de que nos estamos acercando al borde de algún momento histórico profundo que tendrá consecuencias de gran alcance, literalmente de vida o muerte. tanto a nivel nacional como internacional. En el período anterior a la Primera Guerra Mundial, ¿cuántos europeos sospechaban que sus vidas pronto cambiarían para siempre y, para millones de ellos, terminarían? ¿Quién en los años, digamos, de 1910 a 1913, podría haber imaginado que las décadas de paz, progreso y civilización en las que habían crecido, y que aparentemente continuarían indefinidamente, pronto se convertirían en un horror de matanza a escala industrial, revolución e ideologías brutales?
Simulación de una Guerra Nuclear entre Estados Unidos y Rusia
Lo que lleva a las advertencias de despedida del autor, James Jatras:
El impacto que cualquiera de nosotros puede esperar tener frente a las tendencias históricas mundiales ante las cuales los destinos de las naciones y los imperios vuelan como hojas en los vientos del otoño, es extremadamente pequeño. En el pastel ya horneado los estadounidenses encontraran dificultades que se han acostumbrado a pensar que sólo le suceden a “otras personas” en “otros países” lejanos, que no se ahí desde la Revolución y la Guerra Civil, o tal vez en casos aislados durante la Gran Depresión, tales como: perturbaciones financieras y económicas y, en algunos lugares, especialmente en las zonas urbanas, colapso; las cadenas de suministro, los servicios públicos y otros aspectos de la infraestructura básica dejan de funcionar (¿qué sucede en las grandes ciudades cuando las entregas de alimentos se detienen durante una semana?), e incluso el hambre generalizada; niveles crecientes de violencia, tanto criminalidad como conflictos civiles. Estos se combinarán, paradójicamente, con los restantes órganos de autoridad, por muy desacreditados que estén, que tomarán medidas desesperadamente contra el enemigo interno: no, no contra asesinos, ladrones y violadores, sino contra los “negacionistas de la ciencia”, los “fanáticos religiosos”, los “que odian”. ”, “teóricos de la conspiración”, “insurrectos”, “locos por las armas”, “proveedores de “desinformación médica”, “títeres” rusos o chinos y, por supuesto, “racistas”, “sexistas”, “homófobos”, etc. Es la pesadilla de la “anarcotiranía” del difunto Samuel Francis que cobra vida con venganza.
Sin embargo, por si sirve de algo, James Jatras presenta tres tareas prácticas para su consideración.
En primer lugar, estar vigilantes contra el engaño, en un día en el que seguramente los hombres malos y los impostores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. Es cierto que se trata de una cuestión difícil, dadas las mentiras siempre presentes que nos rodean y la represión de la disidencia. Debemos intentar separar la verdad de la falsedad pero no hay que obsesionarse porque, en muchos casos, de todos modos no podremos estar seguros de que algo sea cierto. Debemos concentrarnos más en lo que es más cercano a nosotros y en las personas más importantes para usted. Hay que ser escépticos acerca de todos. Puede haber un costo. Como dijo Solzhenitsyn: “Quien elige la mentira como principio, inevitablemente elige la violencia como método”.
En segundo lugar, como administradores de todas las cargas mundanas que Dios y otras personas nos imponen—como padres y madres, como hijos e hijas, como vecinos, como estudiantes, como trabajadores, como ciudadanos, como patriotas—debemos cuidar con prudencia de aquellos con quienes tenemos un deber dentro del poder y la sabiduría limitados que se nos han asignado. Empezar por uno mismo. Sea lo más autosuficiente posible. Involúcrate en tu comunidad; Ese lema izquierdista es realmente bueno: pensar globalmente, actuar localmente. Hazte amigo de tus vecinos. Aprenda una habilidad real: electricidad, plomería, carpintería. Ponte en forma. Come y duerme bien. Tener suficientes elementos esenciales: comida, combustible, oro, municiones. Limite el tiempo que pasa en la computadora y el teléfono. Experimenta la naturaleza. Cultiva relaciones personales saludables, reales, no virtuales. No te dejes seducir por todas esas tonterías de la “carrera profesional”. Nadie en su lecho de muerte dijo jamás: “Dios, desearía haber pasado más tiempo en la oficina”. Leer libros antiguos. Cultivar la virtud. Ir a la iglesia.
Simplemente ser lo que antes se consideraba normal y llevar una vida productiva se está convirtiendo en el acto más revolucionario que uno puede realizar. Con eso en mente, ¡hay que encontrar la fuerza para ser verdaderamente revolucionarios! Frente a la cultura de la muerte y la extinción, opta por afirmar la vida.
Has visto el meme: Los tiempos difíciles crean hombres fuertes; Los hombres fuertes crean buenos tiempos; Los buenos tiempos crean hombres débiles; Los hombres débiles crean tiempos difíciles. Bueno, tómenlo de la débil generación Boomer que los trajo a ustedes: los tiempos difíciles están por llegar. Pero no durarán para siempre. Si los sobreviven, veremos qué posibilidades, hasta ahora literalmente inimaginables, podrían existir. Pero necesitarás estar personalmente en forma para aprovecharlos. También necesitarás ser parte de algún tipo de comunidad sostenible de personas con ideas afines.
La Generación Z y los milleniales pueden tener muchas oportunidades interesantes por delante en términos de perspectivas laborales creativas, emprendimiento, utilización de las herramientas más poderosas de la historia, entre otros. Sin embargo, hay múltiples estudios que dan cuenta de los retos sin precedentes que enfrentan en materia de Inestabilidad económica, Altas cargas de deuda, Obstáculos profesionales, Asequibilidad de la vivienda y Presiones de jubilación.
Todo esto se da en un contexto de un ambiente geopolítico-económico-financiero sumamente complejo en el ámbito internacional. La mayoría podemos tener un sentido de optimismo de que los años venideros serán mejores o al menos más estables, pero la realidad es que es ahora es más difícil que nunca el predecir el comportamiento de las principales variables macroeconómicas. La enorme mayoría de “analistas” se han equivocado terriblemente; por ejemplo, esperaban una recesión en EE.UU. para este año y no se ve que vaya a suceder. En México nadie creía que la economía fuera a crecer más de 3.0% este año (sólo la SHCP y Concamin) y al parecer lo vamos a lograr pese a todo. Y pues ni que decir del tipo de cambio, cualquier analista que hubiera hecho una predicción de un dólar en 16.70 pesos para el tercer trimestre de este año hubiera sido tachado de loco.
La incertidumbre es global. En un artículo de Benjamin Picton, Macroestratega sénior en Rabobank, publicado el pasado 29 de agosto y titulado “El mundo occidental está a punto de dar muy malas noticias a sus adultos jóvenes” se mencionan varios cambios trascendentales a nuestro alrededor y parece que muy pocos son los que se dan cuenta de lo que sucede.
De hecho, en el simposio económico de Jackson Hole, Wyoming (Estados Unidos), celebrado del 24 al 26 de agosto, la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, reiteró sus comentarios de abril e hizo varios comentarios interesantes: 1. “Existen escenarios plausibles en los que podríamos ver un cambio fundamental en la naturaleza de las interacciones económicas”, 2. “Las regularidades pasadas tal vez ya no son una buena guía sobre cómo funciona la economía”, y 3. “No existe un manual preexistente para la situación que enfrentamos”. Traducción de estas tres frases: “realmente no sabemos si las tasas de interés son lo suficientemente altas o no, y de todos modos ese no es el punto”.
Entonces, según la titular del segundo banco central más importante del mundo, estamos en aguas inexploradas y, como sabrá cualquiera que alguna vez se haya interesado en la Era de los Descubrimientos, una vez que llegue al borde del mundo conocido, seguramente encontrará algunos dragones. Recordará usted como en los mapas antiguos aparecen dragones más allá de las aguas conocidas.
Jerome Powell (a la derecha), Presidente de la FED, en Jackson Hole
El dragón más obvio en este momento es, por supuesto, China y sus amigos del bloque BRICS, que están realizando nuevos intentos para formalizar el estatus de rival del G7. Michael Every apunta:
Los BRICS acaban de expandirse para permitir la entrada de Argentina, Etiopía, Egipto, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos e Irán, por lo que con mucho alboroto podemos ubicar a más países, sus PIBs y materias primas (como el petróleo) en el eje “antidólar”. Sin embargo, Argentina es un moroso en serie con una moneda que se desploma y podría dolarizarse pronto; Etiopía es uno de los países más pobres del mundo y recientemente ha sufrido una guerra civil; Egipto tiene una moneda marchita; Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos tienen sus monedas vinculadas al dólar estadounidense, y el primero está regateando sobre un acuerdo de defensa y tecnología nuclear con Estados Unidos; e Irán está fuertemente sancionado, también con una moneda en colapso, y podría volver a enfrentarse a Arabia Saudita en cualquier momento. En resumen, el mundo está cambiando, pero como ha señalado el Financial Times, los BRICS+ (nombre creado por Goldman Sachs) ni siquiera tienen un sitio web oficial. Mientras tanto, fue el euro, no el dólar, el que vio colapsar su participación en las transacciones SWIFT a un mínimo histórico de acuerdo con los datos más recientes. ¿Quiere observar las posibles primeras víctimas de cualquier cambio tectónico global? Mire ahí.
De acuerdo con Benjamin Picton, esto se lee como un grupo muy heterogéneo, con “relaciones” construidas principalmente en torno a un estatus común de outsider y una dosis no pequeña de oportunismo a la hora de aprovechar la ventaja percibida de ser el primero en actuar para socavar la hegemonía del dólar. Picton sigue siendo escépticos y para él la idea de un estándar monetario basado en materias primas, como una especie de petroyuan, está plagada de problemas.
Los auspicios no son buenos para el nuevo multilateralismo alternativo. El supuesto centro del bloque BRICS+, China, está luchando por reactivar su debilitado motor de crecimiento (el sector inmobiliario), mientras que los remedios económicos que Occidente considera ortodoxos son rechazados por su aparente incompatibilidad con el pensamiento de Xi Xinping. Los mercados han estado esperando durante meses señales de un gran estímulo por parte del Partido Comunista Chino (PCC) o del Banco Popular de China, pero, como informa el WSJ, tal vez simplemente no lleguen. La percepción china de que el consumismo occidental es flojo, decadente y moralmente obtuso contrasta con la necesidad de que China cumpla el papel de corredor del déficit para poner suficientes yuanes en manos de la periferia. ¿Cómo pueden Argentina, Brasil, Irán y Egipto comprar manufacturas chinas virtuosas si no tienen yuanes? La respuesta aquí es que el comercio seguirá realizándose en dólares, de una forma u otra.
Picton menciona que es evidente que China tampoco tiene mucho apetito por una mayor expansión del crédito. El PCC ha hecho varios intentos a lo largo de los años para controlar los niveles de endeudamiento, pero todos ellos finalmente han sido abandonados ante la necesidad de activar una economía estancada. Por el momento, Xi Xinping se resiste a una flexibilización a gran escala de las condiciones crediticias, instando a la “paciencia” mientras la economía atraviesa lo que los responsables políticos esperan que sea una mala racha temporal, en lugar del comienzo de un estancamiento al estilo japonés provocado por décadas de malas inversiones y estímulo especulativo de activos inmobiliarios.
La verdadera pregunta ahora es qué tan firme será la resolución del PCC y del Banco Popular de China para abordar los crecientes niveles de deuda ante una desaceleración económica. Para un régimen autoritario cuya legitimidad se basa en la consecución de niveles de vida en rápido aumento, el lento crecimiento plantea un riesgo potencialmente existencial. La respuesta obvia aquí es que los estados autoritarios no tienen necesidad de cortejar la opinión popular, pero la velocidad con la que finalmente se abandonó la política Covid-Zero ante el descontento civil debería servir como indicación de que, en última instancia, el PCC sigue siendo sensible a lo que piensa la población.
Ahora, mirando retrospectivamente el Simposio de Jackson Hole, es justo decir que la deuda y el descontento popular no son un problema exclusivamente chino. Durante la reunión de hombres ricos se presentó un documento por parte de Barry Eichengreen y Serkan Arslanap y en él se dio la mala noticia de que “las deudas públicas no disminuirán significativamente en el futuro previsible”, “los superávits primarios de… 3 a 5 por ciento del PIB son en gran medida excepciones a la regla” y que “la inflación no es una ruta sostenible para reducir las elevadas deudas públicas”. Todo esto constituye una lectura aleccionadora para los ya asediados millennials y la Generación Z, quienes serán los portadores del pronóstico de Eichengreen y Arslanap de que “dado el envejecimiento de la población, los gobiernos tendrán que contratar más deuda pública para financiar el gasto adicional para la atención sanitaria y las pensiones”.
Lo que parece faltar aquí es una dosis de aceite de hígado de bacalao Emulsión de Scott, para que Occidente acepte la idea de que ya no son tan ricos como solían ser y que el deterioro demográfico y el mayor gasto en seguridad nacional podrían requerir una reducción de las ambiciones en torno a lo que es posible en la economía del bienestar. Hay señales de que el mensaje está empezando a llegar. El gobernador del Banco de Japón, Ueda, hizo referencia a la difícil situación de Occidente cuando sugirió que la reubicación de las cadenas de suministro resultará en una menor productividad en el futuro, lo que en última instancia significa menores ingresos reales. Mientras tanto, el ex embajador de Francia en Estados Unidos, Gerard Araud, hizo eco de la evaluación de Michael Every sobre la importancia cada vez menor de Europa al escribir en el UK Telegraph que “la Europa engañada no puede ver que está terminada”.
A nadie le gustan las malas noticias, pero decirle a los jóvenes occidentales que necesitarán pagar una mayor proporción de sus ingresos (de por si estancados) para financiar las pensiones de personas que son más ricas de lo que probablemente nunca serán ellos, será igual al golpe de un globo de plomo, especialmente cuando la cultura popular ya está comunicando la sensación de que un dólar ya no compra lo que solía y que ahora están sujetos a impuestos al máximo.
Así pues, las cosas están cambiando y los responsables políticos de Occidente parecen estar totalmente inseguros de las respuestas u ofrecen respuestas que son un anatema para el tejido social. Estamos en territorio inexplorado y aquí hay dragones.