Mientras otros países aprovechan el reacomodo global para impulsar su industria, fortalecer su infraestructura y atraer inversiones estratégicas, el gobierno de México se conforma con presumir estabilidad. Hablan de que la inflación se ha moderado, el peso se mantiene “fuerte” y la inversión extranjera llega a niveles máximos históricos, pero detrás de esa fachada el dinamismo productivo brilla por su ausencia. La narrativa gubernamental oculta que México es un país que no crece, que no invierte y que empieza a perder terreno frente a sus competidores regionales y globales.

Más que construir un proyecto económico de largo plazo, México parece conformarse con la inercia. El costo de esa complacencia no es menor: mientras otros avanzan con políticas industriales activas y programas de modernización, aquí se celebran indicadores que dan cuenta de la parálisis en la que estamos. Y lo más preocupante es que las cifras del INEGI, que a continuación se presentan, nunca habían estado tan cuestionadas. El instituto, antes referente de confianza técnica, ha visto erosionada su credibilidad en medio de presiones políticas y dudas metodológicas, lo que añade una capa extra de incertidumbre al diagnóstico económico nacional.

El país se desliza lentamente hacia un rezago estructural que amenaza con volverse la tónica de todo el sexenio, así como lo fue con López Obrador, si no se rompen los márgenes de esta falsa estabilidad.

Un PIB que se sostiene en los márgenes

México presume un Producto Interno Bruto (PIB) nominal de 35.8 billones de pesos, una cifra que lo coloca como la segunda mayor economía de América Latina y entre las quince más grandes del mundo. Ese tamaño, en el papel, debería ser sinónimo de influencia, capacidad de inversión y un mercado interno vigoroso. Sin embargo, la realidad es muy distinta: la grandeza numérica convive con desequilibrios internos que erosionan cualquier potencial de desarrollo.

El PIB de México muestra un comportamiento que evidencia la fragilidad de su estructura productiva. Sí, los números sugieren que la economía sigue creciendo, pero lo hace con un pulso débil, sostenido únicamente en algunos sectores y sin capacidad de generar un verdadero ciclo expansivo. En el segundo trimestre de 2025, el PIB apenas creció 0.6% respecto al trimestre previo y 1.2% frente al mismo periodo de 2024, cifras que reflejan un avance demasiado modesto para las necesidades de generación de empleo y consumo poblacional.

Las actividades terciarias fueron las que mantuvieron al PIB a flote, con un incremento de 0.8% trimestral y 1.8% anual. Esto revela la alta dependencia del país hacia el comercio y los servicios, que hoy representan más del 60% del PIB nominal. Sectores como los financieros, inmobiliarios y profesionales dan señales positivas, pero son segmentos de baja absorción laboral y que tienden a concentrar beneficios en unas pocas empresas y consumidores. No son sectores que multipliquen la riqueza hacia abajo ni que generen encadenamientos productivos amplios.

Las actividades secundarias —donde se ubican la industria manufacturera, la construcción, la minería y la generación de energía— muestran un panorama mucho más preocupante. En el trimestre crecieron 0.7%, pero en la comparación anual muestran una caída de -0.3%, lo que refleja el estancamiento industrial. La minería sigue atrapada en un ciclo descendente producto de la crisis de PEMEX y la falta de inversión, mientras que la construcción, que debería ser motor por su capacidad de arrastre hacia múltiples ramas, permanece debilitada, víctima de la casi nula inversión pública y de la incertidumbre que inhibe proyectos privados de gran escala.

Las manufacturas apenas logran sostenerse en terreno positivo y lo hacen gracias a que se mantiene el dinamismo exportador. Su crecimiento de 0.1% con cifras originales en el primer semestre de 2025 confirma que muchas actividades productivas se encuentran atravesando un periodo muy complicado por la entrada masiva de productos chinos en condiciones de contrabando y subvaluación, al mismo tiempo que sectores como el automotriz, acero, aluminio y sus derivados enfrentan elevados aranceles y barreras administrativas para poder entrar al mercado estadounidense.

El campo, por su parte, mostró una caída de -2.4% en el segundo trimestre, aunque en la comparación anual avanzó 2.6%. Esa volatilidad refleja que, aunque en algunos momentos aporta al crecimiento, en otros lo frena. Su contribución al PIB sigue siendo reducida (4.2% del total) y su capacidad para impulsar un desarrollo sostenido es limitada por la baja productividad, la dependencia climática y la falta de infraestructura.

El IGAE: señales de parálisis en la actividad

El Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE), considerado como una radiografía mensual del desempeño productivo, confirma que México atraviesa por un estancamiento crónico. En junio de 2025 apenas se registró un crecimiento de 0.2% respecto a mayo y de 0.9% en comparación anual. Estas cifras confirman que la economía mexicana parece condenada a oscilar entre avances mínimos y retrocesos puntuales, sin rumbo claro.

El detalle sectorial es aún más preocupante. Las actividades secundarias cayeron -0.1% en el mes y -0.8% en comparación anual, confirmando la debilidad de un sector que debería ser motor de inversión y empleo. La minería volvió a caer (-1.4% a tasa mensual y -8.5% a tasa anual), reflejando la complicada situación por la que atraviesa PEMEX. La construcción, que en otros momentos ha servido de palanca de recuperación, se encuentra paralizada (-0.2% a tasa mensual y +1.5% a tasa anual) por la ausencia de proyectos de infraestructura pública de gran escala y la incertidumbre jurídica que limita la participación privada. Incluso la industria manufacturera permanece prácticamente inmóvil (+0.3% a tasa mensual y 0.0% a tasa anual).

Las actividades terciarias, que sostienen el grueso del PIB, registraron un aumento de 0.3% mensual y 1.5% anual. Comercio minorista y transporte muestran resiliencia, pero el comercio mayorista se contrae con fuerza, reflejando que la dinámica de consumo no alcanza para activar de manera integral a la cadena productiva. El resultado es un sector servicios que crece en los márgenes, pero no logra contagiar de dinamismo al resto de la economía.

Más allá de los números puntuales de junio, la trayectoria del IGAE revela una tendencia preocupante: en apenas dos años, el crecimiento anual pasó de niveles cercanos al 4% en 2023 a cifras que rondan apenas el 0.9% en junio de 2025, con varios episodios en terreno negativo entre octubre de 2024 y febrero de 2025. Es claro un patrón descendente que refleja la pérdida de dinamismo estructural. En vez de encadenar un ciclo de expansión sólida, la economía se arrastra con tasas cada vez más débiles, lo que genera un ambiente de incertidumbre y desaliento entre los agentes económicos.

Inversión extranjera: récord histórico con bases débiles

El gobierno presume con entusiasmo que México alcanzó un nuevo récord en la captación de Inversión Extranjera Directa (IED), con 34,265 millones de dólares en el segundo trimestre de 2025. Se trata del mayor nivel de atracción para un segundo trimestre en la serie de cifras originalmente publicadas, lo que en el discurso oficial se presenta como prueba de la “confianza de los inversionistas” en el país.

Sin embargo, detrás de la cifra hay matices que no deben pasarse por alto. Del total recibido, 84.4% corresponde a reinversión de utilidades, es decir, ganancias que las empresas extranjeras ya establecidas en México decidieron no repatriar, sino reinvertir localmente. Solo 9.2% del total provino de nuevas inversiones, lo que equivale a poco más de 3,100 millones de dólares. Aunque este monto es 3.4 veces mayor al registrado en 2024, sigue siendo un nivel bajo para una economía de más de 35 billones de pesos.

En otras palabras, el récord de IED no necesariamente implica que estén llegando nuevas plantas, fábricas o proyectos estratégicos. Más bien refleja que las empresas que ya operan en México optan por mantener sus utilidades dentro del país, quizás para aprovechar las elevadas tasas de interés. Esto se traduce en un crecimiento que, en lugar de ser un verdadero imán para nuevas inversiones, sigue dependiendo de los mismos actores de siempre.

Por país de origen, Estados Unidos sigue siendo el socio dominante con el 42.9% de los flujos, seguido por España, que repuntó tras años de cifras negativas, y Canadá, que en cambio redujo sus montos. Este patrón confirma la concentración de la IED en unos pocos países, así como la dependencia estructural de la región T-MEC, que en conjunto aporta cerca de la mitad de los flujos.

Inflación controlada, pero a costa de crecimiento

Uno de los principales argumentos del gobierno para presumir estabilidad es que la inflación ha ido a la baja. En la primera quincena de agosto de 2025, el Índice Nacional de Precios al Consumidor se ubicó en 3.49% anual, cifra muy por debajo de los picos que llegaron a superar el 8% en 2022. A primera vista, parece un logro innegable que se han logrado precios más estables, lo que a su vez ha permitido disminuciones en las tasas de interés por parte del Banco de México, quien espera que esto sirva de impulso para la actividad económica.

Sin embargo, se debe destacar que la inflación subyacente, que refleja la trayectoria más estructural de los precios, todavía se ubica en 4.21% anual, lo que significa que los bienes y servicios de consumo básico siguen presionando el bolsillo de los hogares. La estabilidad de la inflación general se explica por dos razones principales: por un lado, por la caída en los precios de productos agropecuarios —frutas, verduras y algunos pecuarios—, que redujeron su incidencia en el índice. En este sentido, la baja de la inflación es más un tema de oferta que un reflejo de políticas económicas efectivas.

La otra razón es que este “éxito inflacionario” convive con un mercado interno debilitado. El comercio mayorista se desploma, la construcción permanece en rezago y la industria manufacturera apenas logra sostenerse. La baja en la inflación no ha venido acompañada de un repunte en el consumo masivo ni de un ciclo de inversión. Por el contrario, la economía se mantiene en crecimiento marginal, confirmando que el control de precios también se ha logrado gracias a la debilidad de la actividad productiva.

Un país atrapado en la mediocridad económica

El retrato de la economía mexicana en el primer semestre de 2025 es claro: un país que presume estabilidad, pero que en el fondo arrastra estancamiento. El PIB apenas crece, las actividades industriales retroceden, el IGAE confirma la parálisis y la supuesta bonanza de la inversión extranjera descansa en la reinversión de utilidades, no en proyectos nuevos que detonen empleo y productividad. El consumo resiste en los márgenes, pero lo hace sobre una base de salarios precarios, crédito y servicios que no generan encadenamientos sólidos.

La inflación más baja es presentada como un triunfo, pero en realidad refleja tanto factores de oferta como la debilidad de la demanda interna. En suma, la economía no se estabilizó para crecer, sino que se frenó para contener los precios.

México corre el riesgo de institucionalizar esta mediocridad por los próximos cinco años. Tenemos un modelo económico que se conforma con cifras que aparentan solidez, pero que en la práctica esconden la falta de rumbo. El verdadero desafío es transformar la estabilidad en crecimiento con inversión, empleo digno e innovación productiva. Mientras eso no ocurra, lo único que habrá es un país más grande en números, pero más pequeño en oportunidades.

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Alejandro Gómez Tamez*

Director General GAEAP*

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