La economía global sigue atravesando por un momento de elevada incertidumbre y las recientes decisiones de política monetaria y fiscal por parte de Estados Unidos no hacen más que exacerbarla. La Reserva Federal (Fed) enfrenta el dilema de elegir entre combatir una inflación no sólo persistente, sino al alza, o contener el deterioro del empleo, mientras la presión política amenaza su independencia. En México, el estancamiento productivo y la pesada carga de Pemex evidencian un modelo económico que ha perdido dinamismo y margen de maniobra, y lo peor es que en el Paquete Económico 2026 hay más de lo mismo. En el trasfondo, hay un mundo marcado por altos niveles de deuda y tensiones comerciales; ambas economías transitan por una ruta incierta, donde cada decisión parece acercarlas un paso más al precipicio.
La Reserva Federal en su laberinto: inflación, empleo y política
La decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) de recortar su tasa de referencia en un cuarto de punto porcentual, llevándola a un rango de 4.00–4.25%, representa un giro importante en la política monetaria más influyente del mundo. Después de nueve meses de pausa, Jerome Powell justificó el reciente movimiento como un ejercicio de “gestión de riesgos”. Sin embargo, lo que en apariencia parece una maniobra técnica tiene como trasfondo tensiones mucho más profundas.
El mercado laboral estadounidense se ha debilitado de forma evidente: la creación de empleos pasó de un promedio mensual de 150 mil en junio a apenas 29 mil en los últimos meses, mientras que la tasa de desempleo escaló a 4.3%, rompiendo la estabilidad que mantuvo durante un año. Powell reconoció que el mercado laboral ya no es “sólido”, lo que revela la gravedad del deterioro.
El problema es que la inflación todavía está por encima de la meta y concretamente tenemos que el componente subyacente se mantiene en 2.9% anual, un nivel incómodo para una institución que busca anclar expectativas en torno al 2%. Entonces su disyuntiva es clara: si se recortan tasas para salvar al empleo, se corre el riesgo de reavivar la inflación; si se prioriza la estabilidad de precios, el costo será un aumento en el desempleo.

Este dilema, descrito por algunos analistas como “territorio pesadilla”, se agrava por la presión política. La administración Trump ha interferido de manera inédita en la Fed: intentos de destituir a gobernadores, nombramientos de figuras abiertamente cercanas a la Casa Blanca —como Stephen Miran, quien funge al mismo tiempo como asesor económico presidencial— y exigencias públicas de recortes más agresivos. Miran, en su debut, disintió con respecto al resto de los miembros de la Fed y votó a favor de un recorte de medio punto y proyectó más bajas hacia niveles incluso inferiores al 3% en 2025.
El mensaje que deja todo esto es preocupante. Se percibe que la independencia de la Fed, considerada durante décadas un pilar institucional de confianza, está bajo sospecha. Powell insiste en que las críticas presidenciales no alteran las decisiones, pero la percepción de injerencia es inevitable. Una Fed que ya no decide con autonomía envía al mercado la señal de que la política monetaria está subordinada a los intereses de corto plazo de la política presidencial.
Las consecuencias son dobles:
- Mercados financieros: reaccionan con alivio en el corto plazo, pero al mismo tiempo anticipan que la Fed recortará más la tasa y a un ritmo más rápido, alimentando expectativas de inflación futura.
- Credibilidad institucional: cada movimiento se interpreta no solo como decisión técnica, sino como reflejo de presiones políticas.
Al mismo tiempo, los indicadores adelantados de la economía estadounidense confirman la desaceleración. El Leading Economic Index (LEI), publicado el 19 de septiembre, cayó 0.5% en agosto —su mayor baja desde abril— arrastrado por debilidad en manufactura, expectativas del consumidor y mercado laboral. El Conference Board proyecta que el PIB de Estados Unidos crecerá apenas 1.6% en 2025, frente al 2.8% de 2024; una caída significativa, pero que aún podría interpretarse como parte de un aterrizaje suave, siempre y cuando no se materialicen los riesgos inflacionarios y laborales que amenazan con descarrilarlo
Y mientras tanto, el problema fiscal sigue allí. El gobierno estadounidense paga un billón de dólares al año en intereses de deuda. Casi 80% de ese endeudamiento está en notas y bonos de mediano y largo plazo, que no se abaratan con un simple recorte de la Fed. La deuda pública de Estados Unidos en manos del público ya ronda el 100% del PIB, muy cerca del máximo posterior a la Segunda Guerra Mundial de 106%. Si se toma la medida más amplia —la deuda bruta, que incluye los pasivos intra-gubernamentales— la proporción es aún mayor, superando el 120% del PIB. Ese peso de la deuda hace que cualquier movimiento en tasas repercuta en cientos de miles de millones de dólares. La ironía es clara porque Trump exige recortes para abaratar el servicio de la deuda, pero esas presiones, al poner en duda la independencia de la Fed, pueden elevar los costos de largo plazo.
Es así que la Fed enfrenta un triple filo: inflación todavía incómoda, empleo debilitándose y un gobierno que utiliza la política monetaria como instrumento político. El riesgo de estanflación —crecimiento anémico con precios altos— es cada vez más probable.
México frente al espejo: estancamiento productivo y dependencia externa
Mientras la Fed lidia con su propio laberinto, México enfrenta una realidad cada vez más dura en la forma de un estancamiento económico prolongado. El Indicador Oportuno de Actividad Económica (IOAE) del INEGI proyectó para agosto de 2025 un crecimiento interanual de apenas 0.2% y un avance mensual de 0.1%. Un mes antes, la economía había caído 0.2%.
La debilidad se concentra en las actividades secundarias —minería, construcción, manufactura y energía— que retrocedieron 2% anual. Las actividades terciarias —comercio y servicios— avanzaron 0.7%, evitando una caída más pronunciada. Pero la fotografía general es la de un país que sigue en pausa y los datos no mienten: la producción industrial cayó 1.2% mensual en julio y 2.8% anual, las manufacturas retrocedieron 2.7% mensual y 1.1% anual, y el consumo privado mostró una baja de 0.7% anual en julio y estancamiento en agosto.
Este panorama confirma que México mantiene apagados sus motores de crecimiento. La inversión pública se ha desplomado a mínimos históricos, mientras que la privada enfrenta incertidumbre regulatoria y política. El consumo se mantiene frágil, presionado por inflación estructural y bajos salarios reales.

A esta ecuación se suma el factor Pemex, verdadero agujero negro de las finanzas nacionales. La petrolera acumula deudas impagables y el gobierno federal ha tenido que emitir en la semana que concluye cerca de 26 mil millones de dólares en deuda externa —en euros y dólares— solo para cubrir los vencimientos inmediatos de la empresa. Las calificadoras no aplauden un rescate de fondo, sino apenas la garantía de que los pagos de aquí a 2026 estarán cubiertos. El problema de raíz permanece intacto y consiste de la premisa ideológica de refinar a toda costa y cerrar la puerta a la inversión privada en exploración.
En este marco, el margen fiscal del gobierno es mínimo. Hacienda ha optado por recortar inversión pública para contener el déficit, mientras aumenta el gasto en subsidios y transferencias, que ya representan casi 4.0% del PIB. Entonces la apuesta del gobierno es riesgosa porque menos inversión significa menos capacidad de crecimiento futuro, justo cuando México más necesita dinamismo productivo.
La vulnerabilidad se refleja también en la dependencia hacia la Fed. El recorte de tasas en Estados Unidos abrió espacio para que Banxico siga ajustando su propia política monetaria. Analistas de Banamex y BNP Paribas coinciden en que el banco central mexicano recortará su tasa a 7.50% en septiembre y posiblemente llegue a 7.00% al cierre del año, siguiendo de cerca los pasos de Powell.

El dilema de México es similar al de Estados Unidos porque la inflación subyacente en México sigue arriba de 4%, fuera del rango de variabilidad del objetivo. Pero la presión por disminuir el costo financiero de la deuda y estimular una economía estancada presiona a Banxico a aflojar más de lo que la prudencia recomendaría. Hay un riesgo porque la relajación monetaria en el actual contexto inflacionario ha erosionado la credibilidad de un banco central que durante décadas fue ejemplo de disciplina.
La conclusión no es halagadora: México no está creciendo por sí mismo, su único motor de crecimiento económico en este momento son las exportaciones. Se agarra de las decisiones de la Fed para justificar su propia política monetaria y depende de los flujos financieros para sostener la estabilidad cambiaria. Mientras tanto, su aparato productivo —industria, construcción, manufactura— sigue en retroceso.
Una coyuntura global peligrosa: deuda, recesión y el precipicio mexicano
La combinación de factores internos y externos coloca tanto a Estados Unidos como a México en una coyuntura peligrosa. En EE.UU., el costo de la deuda y la fragilidad de la Fed son elementos que pueden acelerar una crisis de confianza. El intento de Trump por subordinar al banco central a los intereses políticos inmediatos puede provocar justo lo contrario, esto es que los mercados exijan mayores primas de riesgo y que el financiamiento a largo plazo se vuelva más caro. El país más endeudado del mundo no puede permitirse ese lujo.
México, por su parte, se acerca a un precipicio propio. Pemex simboliza un riesgo sistémico porque si la empresa no revierte sus pérdidas estructurales, la calificación de la deuda soberana podría sufrir una degradación. La apuesta de Hacienda de emitir deuda externa en plena celebración patria refleja la urgencia de liquidez, pero también el agotamiento de márgenes internos. Y mientras tanto, la inversión pública se contrae, el consumo privado se estanca y la industria se debilita.
La pregunta central es si México tiene margen para revertir esta dinámica. La respuesta, por ahora, parece negativa porque así lo vemos en la propuesta de Paquete Económico 2026. La política económica privilegia la transferencia de recursos a millones de beneficiarios sobre la creación de condiciones propicias para la inversión productiva. La política energética, cerrada y dogmática, ha limitado la entrada de capital fresco al sector petrolero. Y la dependencia hacia la Fed significa que cualquier error en Washington repercute de inmediato en la estabilidad financiera mexicana.

Lo más grave es que las señales de desaceleración no son pasajeras. El Conference Board prevé un crecimiento de apenas 1.6% en EE.UU. para 2025. En México, el consenso es de un PIB que cerrará el año con 0.2 a 0.5%. Es decir, ambas economías se mueven hacia un escenario de bajo crecimiento, con riesgos inflacionarios latentes y con instituciones debilitadas.
En este contexto, la visión del director de El Financiero, Enrique Quintana, resulta más que pertinente ya que el problema no es solo que Pemex o Hacienda logren cubrir pagos de corto plazo, sino que el modelo de financiamiento actual se ha vuelto insostenible. El gobierno mexicano está hipotecando el futuro con más y más deuda que no se traduce en inversión productiva.
Lo que está en juego en todo este escenario es la credibilidad de las instituciones económicas de ambos países. En Estados Unidos, la independencia de la Fed y la borrachera de deuda del gobierno federal. En México, la capacidad del Estado para sostener a Pemex sin hundir las finanzas públicas.
Conclusión
La coyuntura actual es un recordatorio de que las economías no operan en compartimentos aislados. Lo que ocurre en Washington repercute en la Ciudad de México, y lo que se decide en Banxico se ve fuertemente influenciado por lo que hace la Fed. Pero tanto EE.UU. como México enfrentan dilemas propios: en el primero, la independencia de la política monetaria; en el segundo, el estancamiento económico y la sostenibilidad fiscal frente a un Pemex que amenaza con arrastrar la deuda soberana.
El riesgo compartido es el mismo y consiste de una economía global plagada de incertidumbres, con altos niveles de deuda y políticas públicas que priorizan el corto plazo sobre el largo plazo. Entre la estanflación estadounidense y el estancamiento mexicano, el filo de la política económica se vuelve cada vez más delgado. Y ambos países, en distintos niveles, caminan al borde del precipicio.
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Alejandro Gómez Tamez*
Director General GAEAP*
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