La economía mexicana atraviesa un momento decisivo que definirá no sólo el cierre de 2025, sino también el periodo más complejo de su relación económica con Estados Unidos desde la entrada en vigor del T-MEC. En el plano interno, el Banco de México sigue adelante con un ciclo de recortes en la tasa de interés objetivo, aun cuando la inflación general ha repuntado y la inflación subyacente muestra una persistencia preocupante. En el frente externo, Donald Trump ha lanzado una nueva ola de aranceles que golpea directamente a sectores importantes de la manufactura mexicana y amenaza con extenderse a dispositivos médicos y maquinaria industrial. Y como telón de fondo, acaba de iniciar el proceso de consultas previas a la revisión del T-MEC en 2026, que no será una simple formalidad sino una negociación a fondo, con demandas cada vez más duras desde Washington.

En este entorno de elevada incertidumbre, la autonomía de Banxico aparece como un tema preocupante. En lo jurídico, su mandato es claro y consiste en preservar el poder adquisitivo de la moneda, no financiar al gobierno federal ni mucho menos convertirse en un instrumento para abaratar el costo de la deuda pública. Pero en la práctica, con una Junta de Gobierno conformada mayoritariamente por nombramientos de López Obrador y Claudia Sheinbaum, la línea entre ortodoxia y conveniencia política parece haber desaparecido. El riesgo no es menor porque estamos hablando de la credibilidad de la institución más respetada de México en los últimos treinta años.

Este editorial aborda tres ángulos fundamentales. En primer lugar, el papel del Banco de México en medio de un entorno inflacionario que contradice la lógica de sus recortes de tasa. En segundo lugar, la debilidad estructural de la economía mexicana, que se sostiene apenas en su motor exportador mientras la demanda interna y la inversión se desploman. Y finalmente, los riesgos externos que se acumulan con los aranceles de Trump y el inicio de la revisión del T-MEC, en un contexto en el que la estrategia comercial de México sigue siendo más reactiva que preventiva.

Banxico: tasas a la baja en un entorno de precios al alza

La última decisión de la Junta de Gobierno fue reducir en 25 puntos base la tasa de interés interbancaria a un día, ubicándola en 7.50%. El movimiento estaba descontado por el mercado ya que de los 38 participantes de la Encuesta de Expectativas Citi México, 37 anticipaban ese recorte para septiembre. Más aún, el consenso ya ubica la tasa en 7.00% para el cierre de 2025 y en 6.50% para el cierre de 2026.

El problema no es la sorpresa —que no la hubo— sino la consistencia con la realidad inflacionaria. Entre julio y la primera quincena de septiembre, la inflación general pasó de 3.51% a 3.74%, mientras que la inflación subyacente avanzó de 4.23% a 4.26%. Es decir, lejos de converger hacia la meta de 3%, los precios muestran señales de persistencia. El propio Banxico admite que los riesgos están sesgados al alza y entre los que destacan se encuentran: depreciación del peso, tensiones comerciales, presiones de costos y afectaciones climáticas.

En teoría, el mandato del banco central es inamovible, se debe garantizar la estabilidad de precios. En la práctica, sin embargo, el timing de los recortes sigue generando suspicacias. ¿Por qué seguir relajando la política monetaria cuando la inflación no cede? La respuesta implícita está en las finanzas públicas porque cada 25 puntos base de reducción significan miles de millones de pesos menos en el pago de intereses de la deuda gubernamental. Dicho de otro modo, la política monetaria está sirviendo como un alivio indirecto para Hacienda.

Aquí es donde la autonomía de Banxico entra en entredicho. Si bien la Constitución le prohíbe financiar directamente al gobierno, la composición actual de la Junta de Gobierno —con cuatro de cinco miembros designados por Morena— ha derivado en una visión más complaciente con los intereses de corto plazo del Ejecutivo. La votación ilustra la división: Victoria Rodríguez Ceja, Galia Borja, Gabriel Cuadra y Omar Mejía votaron por recortar la tasa, mientras que Jonathan Heath se mantuvo en la línea de defensa de la ortodoxia monetaria.

Este contraste es muy importante. La credibilidad del banco central descansa en su capacidad de resistir presiones políticas. Si el mercado percibe que Banxico prioriza abaratar la deuda sobre controlar la inflación, el costo se medirá en mayores primas de riesgo, en expectativas inflacionarias desancladas y, eventualmente, en un tipo de cambio más volátil.

Una economía que pierde fuerza interna

El contexto productivo en el que se insertan estas decisiones resulta alarmante. De acuerdo con los datos del INEGI, en julio la economía mexicana se desplomó ya que el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) retrocedió 0.9% mensual y 1.2% anual, arrastrado por caídas severas en el sector primario (–12.2% anual) y en el secundario (–2.8% anual). Únicamente el sector terciario logró un crecimiento marginal de 0.4% anual. Así, aun con el avance de las exportaciones no petroleras, resalta que las manufacturas registraron una disminución anual de –1.8%.

En el acumulado de los primeros siete meses de 2025, el IGAE apenas muestra un incremento de 0.3%, reflejo de una contracción de –1.2% en las actividades secundarias y de un virtual estancamiento en las actividades terciarias, que registran cero crecimiento.

La construcción es el caso más crítico, ya que en julio se dio una caída anual de -17.7% en su valor de producción, reducción de -11.5% en el personal ocupado y un desplome de -13.7% en horas trabajadas. De esta manera, en el acumulado de los primeros siete meses del año acumula una contracción en su valor de producción de -17.2%, producto de que la construcción del sector público se desplomó -42.6%, mientras que la construcción del sector privado creció un modesto 0.9 por ciento.

En el comercio, la historia es de contrastes: mientras que en julio el comercio mayorista creció 3.0% mensual en julio, arrastra una caída anual de 6.5%. El minorista apenas avanzó 0.1% mensual, con un modesto crecimiento anual de 2.2%. Los servicios, por su parte, mostraron ingresos 3.3% superiores a los de hace un año, pero con menos empleo. Es decir, la economía funciona con parches sectoriales, sin un impulso generalizado.

El mercado interno confirma esta debilidad. Entre enero y agosto, las importaciones totales crecieron apenas 0.4% anual, pero lo relevante es el desglose: las de bienes de consumo cayeron -7.2% y las de bienes de capital —fundamentales para la inversión productiva— se desplomaron -9.4%. Solo las de bienes intermedios crecieron 3.2%, lo que refleja que el dinamismo depende casi exclusivamente de la demanda externa.

En este contexto, las expectativas de crecimiento son cada vez más bajas. El FMI se pasa de optimista y proyecta un crecimiento de apenas 1% para este año, mientras que la OCDE estima que será de 0.8%. por su parte, la encuesta Citi mantiene la mediana en 0.5%, con estimaciones que van en un rango de –0.1% hasta 0.8%. Para 2026, la mediana de expectativa de crecimiento del PIB cayó de 1.4% a 1.3%. Es así que México se mueve al borde de la recesión técnica, sostenido apenas por las exportaciones no petroleras, particularmente las manufactureras distintas al sector automotriz, que crecieron 14.4% anual en agosto.

El motor exportador, sin embargo, no puede sostenerlo todo. La caída de las exportaciones automotrices (–1.2% anual en agosto) refleja el impacto directo de los aranceles sectoriales impuestos por Estados Unidos. El superávit comercial no petrolero de 16,039 millones de dólares en lo que va del año es un bálsamo, pero insuficiente para contrarrestar la debilidad interna.

Además, los indicadores de inversión confirman esta fragilidad del mercado interno. En los primeros seis meses de 2025 la inversión fija bruta acumuló una caída de –6.3% anual: la construcción retrocedió –7.6% y la compra de maquinaria y equipo –5.1%. Esta contracción en los componentes que más impulsan la capacidad productiva explica una parte de las razones por las que la economía crece poco, y lo que es peor, evidencia que estamos perdiendo la base para sostener su crecimiento futuro.

Pero lejos de resolver este problema, el gobierno federal se ha empeñado en destruir la confianza de los inversionistas. La administración estadounidense recién alertó que las reformas judiciales y la desaparición de órganos autónomos en México podrían impactar negativamente la confianza de los inversionistas extranjeros. Un reporte del Departamento de Estado advierte que medidas como la disolución del Instituto Federal de Telecomunicaciones y de la Comisión Federal de Competencia Económica, impulsadas por la Presidencia de Claudia Sheinbaum, envían señales de debilitamiento institucional justo cuando México debe reforzar su certidumbre jurídica ante la revisión del T-MEC.

Según Washington, las reformas no sólo minan la independencia y la transparencia regulatoria sino que también ponen en riesgo compromisos adquiridos en materia laboral, de competencia y de solución de controversias previstos en el T-MEC. En vísperas de la revisión del tratado, México ha dinamitado instituciones y generado incertidumbre política y regulatoria que le impedirán seguir atrayendo inversión en sectores estratégicos.

Trump, aranceles y la amenaza del T-MEC

La coyuntura internacional añade otra capa de complejidad a lo que vive México. A partir del 1 de octubre de 2025, entrará en vigor un nuevo paquete de aranceles anunciados por Donald Trump: 100% a medicamentos de marca/patente fabricados fuera de EE.UU., 25% a camiones pesados, 50% a gabinetes de cocina y muebles de baño, y 30% a muebles tapizados.

El golpe más severo es al sector automotriz. México es líder en exportación de camiones pesados a EE.UU., con plantas de Daimler y Traton que producen buena parte de las unidades Freightliner e International que dominan ese mercado. El arancel encarece de inmediato los vehículos mexicanos y erosiona su competitividad, poniendo en riesgo empleos en Coahuila, Guanajuato y Estado de México.

El segundo impacto está en los muebles. La industria mueblera de Jalisco y otros estados había comenzado a ganar terreno como sustituto de importaciones asiáticas. Los nuevos aranceles pueden detener en seco ese proceso y amenazan a una cadena productiva que apenas despegaba.

Pero el frente más delicado es el de dispositivos médicos y maquinaria industrial, sectores bajo investigación en EE.UU. bajo el argumento de “seguridad nacional”. México exporta más de 13 mil millones de dólares anuales en dispositivos médicos, con clusters consolidados en Baja California, Chihuahua y Jalisco. Si tras las consultas, Estados Unidos aplica estos aranceles, el golpe sería devastador para uno de los motores más dinámicos de nuestras exportaciones.

Este endurecimiento ocurre justo cuando arrancan las consultas para la revisión del T-MEC. Robert Lighthizer, exrepresentante comercial de Trump y artífice de la renegociación del TLCAN, fue claro en su reciente visita a México: la revisión será más difícil de lo que se cree. Dos ejes dominan la agenda estadounidense: el déficit comercial crónico —el superávit de México se triplicó en una década, de 64 mil a 171 mil millones de dólares— y la relación con China.

El dilema para México es claro: o refuerza su alineamiento con Washington para contener la presión arancelaria, o mantiene su vínculo con China —su segundo socio comercial— con el riesgo de perder terreno en EE.UU. La asimetría es evidente porque México importa de China cerca de 130 mil millones de dólares al año y apenas le exporta unos 10 mil millones, lo que alimenta la percepción estadounidense de que nuestro país es una puerta de entrada de productos chinos a su mercado La presidenta Claudia Sheinbaum ya dio pasos en esa dirección al pretender imponer aranceles a países con los que México no tiene tratado de libre comercio, pero los analistas coinciden en que eso no bastará.

Es de esta manera que México llega a la revisión del T-MEC en 2026 con una economía debilitada, una política monetaria cuestionada y un frente externo crecientemente adverso. La combinación es peligrosa porque limita los márgenes de maniobra porque un país con bajo crecimiento y una moneda vulnerable es un socio más débil en la mesa de negociación.

Conclusiones

México enfrenta una tormenta perfecta que combina tres vectores de riesgo:

  1. Una política monetaria que se flexibiliza pese a que la inflación repunta. Banxico insiste en recortar la tasa de referencia cuando la lógica ortodoxa pedía cautela. La sospecha de que los recortes benefician más a Hacienda que al consumidor erosiona la confianza en el banco central y pone en entredicho su autonomía práctica.
  2. Una economía interna debilitada. La caída del IGAE, la contracción de la construcción, el desplome de la inversión productiva y la pérdida de dinamismo en el consumo muestran que México depende casi exclusivamente del motor exportador para evitar la recesión. Pero ese motor enfrenta cada vez más turbulencias.
  3. Una presión externa creciente. Los aranceles de Trump golpean directamente los sectores más dinámicos de la manufactura mexicana y coinciden con el inicio de las consultas para revisar el T-MEC. La visión de Robert Lighthizer confirma que la renegociación será dura y que México llegará en condiciones de vulnerabilidad.

En este escenario, se vuelve indispensable recordar que el mandato central del Banco de México es preservar el poder adquisitivo de la moneda. Su función no es aliviar las finanzas públicas ni suavizar el costo de la deuda. Perder de vista esa misión sería abrir la puerta a una crisis de confianza que México no puede permitirse justo cuando necesita mostrar solidez frente a Washington.

El reto para el país es monumental: defender su política monetaria de la tentación cortoplacista, reconstruir el dinamismo de su mercado interno y articular una estrategia clara para la renegociación del T-MEC. Lo que está en juego no es solo la estabilidad económica de aquí a fin de año, sino la viabilidad del modelo de integración que México ha construido en las últimas tres décadas.

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Alejandro Gómez Tamez*

Director General GAEAP*

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